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Quedan veintitrés millones

La semana nos ha ofrecido la reedición de los procesos de Moscú en Teherán con disidentes del régimen. Silencio en Occidente, se oprime.

Como hasta los recién nacidos saben, Bill Clinton se ha traído de Corea del Norte a dos periodistas norteamericanas que habían sido condenadas a doce años de trabajos forzados. Es un buen comienzo. Sólo quedan veintitrés millones de norcoreanos en la prisión de Kim Jong Il.

Se supone que estas alegrías momentáneas con las que los iconos progres de nuestro tiempo nos sorprenden de cuando en cuando no se quedan en eso sino que han de servir para ilustrar el caso general, a saber, que el realismo cauteloso y frío en política exterior, aunque cínico, es más efectivo que una actitud más moral y orientada a cambiar los regímenes donde proliferan la muerte, la opresión, la injusticia y la tiranía.

Pues no.

Por de pronto, presente en la alfombrilla al pie del avión en el que se presentó Clinton estaba presente el jefe negociador sobre el programa nuclear norcoreano. Puede ser, o no, que esta entrega de dos personas inocentemente tomadas como rehenes sea el principio de una negociación sobre ese programa nuclear. Si es así, no es ocioso preguntarse a cambio de qué se ha obtenido su liberación. La duda no es menos acuciante cuando no son las únicas extranjeras retenidas por el régimen comunista de Corea del Norte sino que varios japoneses y surcoreanos esperan sin la misma suerte a ser liberados de su condición de prisioneros de uno de los últimos reductos del marxismo en el mundo.

El caso de Irán, en donde sigue teniendo lugar una auténtica revuelta ante los ojos y oídos deliberadamente tapados de los occidentales –absolutamente aterrados ante la posibilidad de hacer algo por ese país–, es también revelador. Silencio en Occidente, se oprime. La semana nos ha ofrecido la reedición de los procesos de Moscú en Teherán con disidentes del régimen. Hemos visto también la esperpéntica entrega del poder por parte del supremo Jamenei a Ahmadineyad, con el mismo silencio occidental reconociendo de facto al régimen pero generando la burla del tirano que les contesta que no desea sus felicitaciones, y que ya hablará con aquellos que han intentado entrometerse. Premio a los que querían quedarse fuera y esperar. Se supone que este espectáculo ominoso ha sido el precio a pagar por moderar las ambiciones nucleares de Irán. Lo cierto es que ya nadie cree eso y están incluso empezando a dejar de creer en el plan B, a saber, la idea de que se puede vivir con un Irán nuclear. Entretanto, los muertos, oprimidos y encarcelados no tienen mucha ayuda ni compasión que agradecerle a Occidente. Sólo lágrimas de cocodrilo.

Los realistas tienen respuesta fácil a todo y dicen: "Qué se la va a hacer. No vamos a declarar una guerra por eso". Siendo "eso" encarcelar a dos periodistas, oprimir y matar a su propio pueblo o intentar amañar la constitución para perpetuarse en el poder como el inefable Zelaya constitucionalmente depuesto y ahora organizador de una guerrilla en Nicaragua.

La alternativa no está entre mirar para otro lado mientras los tiranos cometen desmanes y guerras cruentas de incierto fin. Antes bien es el autismo occidental el que promueve la violencia por esos pagos. Acaba de morir Corazón Aquino, que simplemente supo aprovechar el sentimiento interno de las Filipinas, no entorpecido sino más bien apoyado por el Gobierno de Reagan, para derrocar a Marcos y a su señora, la de los zapatos. Entonces, cuando la gente que deseaba la libertad miraba en su derredor podía encontrarse a algún occidental dispuesto a apoyarlo, sin necesidad de acudir hasta el último recurso de la violencia, pero sin descartarlo. ¿Ahora?

Enhorabuena, presidente Clinton, por las dos personas hurtadas a la crueldad del comunismo. Millones más esperan en diversos sitios, sólo veintitrés en Corea. Son demasiados.

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