Toda revolución tiene sus reaccionarios, y la revolución digital no es una excepción. Tras una década de profunda transformación, tanto en la generación como en el consumo de contenidos, en la que las industrias afectadas han hecho de todo menos adaptarse a los cambios, surgen ahora los defensores del anacrónico status quo de los medios tradicionales.
La crisis, ya se sabe, hace mella en todos los negocios y se ve que la última moda es reivindicar el papel que ciertos medios tenían en siglos pasados. La penúltima, que todavía colea, es que Google pague los platos rotos. Y que los usuarios paguen por el contenido. Ante la evidencia de que ambos harán lo que les plazca y no lo que dicten industrias en decadencia, el siguiente paso es que sea el gobierno el que pague, o ayude, o apoye (con dinero, con leyes o lo que haga falta) a quienes no han sabido gestionar sus negocios. Nada nuevo por aquí.
Cuento esto porque esta semana han tenido lugar dos hechos interesantes y relevantes para este movimiento contrarrevolucionario. El primero, protagonizado por el presidente del Gobierno, que ha hablado de la necesidad de eliminar la piratería informativa (comparándola con los piratas de los mares, pésima analogía) y reivindicando, con citas de Thomas Jefferson, el papel de los medios en una democracia. No hablaba de los nuevos medios, sino más bien de los de siempre: del cuarto poder, la torre de marfil, la pirámide informativa y todas esas zarandajas que hace años que se resquebrajan a manos de los nuevos medios y las nuevas formas de organización social que propicia internet.
A fin de cuentas, los primeros interesados en perpetuar el modelo clásico son los políticos, que tanto tienen que perder en un mundo en el que es imposible controlar la información, y en el que la reacción de la opinión pública no sólo se instrumenta a través de los medios sino –tendencia ineludible– también a través de los medios sociales. Ese segundo plano de los medios tradicionales inquieta a todos. A los "mass media", porque implica que dejan de aportar valor en cosas teóricamente "colaterales" a su función (influencia social y política), y tienen que medirse de igual a igual con los nuevos medios sólo con su función de informar. Y tienen que hacerlo bien, y con calidad. Y eso, que no es la tónica, cuesta mucho dinero. Es más fácil vender DVDs con el ejemplar de un día de la semana. A los políticos les inquieta porque es más fácil diseminar propaganda masivamente en un oligopolio de medios que en la red.
Esta semana Steve Jobs concedió una larga entrevista en público, en la que ha desgranado su visión sobre el mundo de la tecnología y los contenidos, y respecto a los medios ha dicho lo siguiente: "Algo en lo que creo fuertemente es que toda democracia depende de una prensa fuerte y saludable. Algunos de estos periódicos, recolectores de noticias y empresas editoriales son muy importantes. Personalmente no quiero vernos convertidos en una nación de bloggers. Creo que necesitamos a las editoriales más que nunca".
Hay que matizar que acto seguido defendió un abaratamiento de los precios por la venta de contenido, pero el discurso no deja de ser anacrónico. Primero porque a Jobs se le ve el plumero: claramente el iPad es la plataforma perfecta de consumo de contenido que la industria necesita, y Jobs aspira a ser un comisionista de todo ese contenido. El modelo que defiende es el que más le beneficia. Segundo, porque Apple debe mucho a los blogs y los utiliza intensivamente en su estrategia de comunicación. Y tercero, porque Jobs habla a sabiendas de que el modelo que defiende es el que le interesa a corto plazo. No es una cuestión de convicción ni de democracia (Apple tiene sus fábricas en China, eso lo dice todo), sino de rentabilidad. Y Jobs, que siempre ha sabido equilibrar su evidente visión estratégica con mentiras piadosas aquí y allá, sabe que a corto plazo le interesa promover un modelo anacrónico pero económicamente relevante para sus intereses empresariales.
Son dos ejemplos. Hay todo un lobby detrás de ellos defendiendo la vuelta al viejo statu quo por tierra, mar y aire. Al igual que tras la revolución francesa se intentó la Restauración absolutista contra los liberales, ahora se intenta la Restauración de modelos de negocio caducos y mal gestionados contra quienes defendemos la libertad de hoy y la ruptura con los modelos del pasado. Lo intentan las industrias afectadas y los gobiernos (con un descaro sonrojante), con la aquiescencia de muchos reaccionarios que posan de progresistas pero vivirían mucho mejor en un mundo menos libre y más fácil de controlar. Esta Restauración digital no va a ser cosa de cuatro días, tardaremos muchos años en zafarnos de los verdaderos lastres del progreso. Como ya nos han mandado a los Cien Mil Hijos de San Luis en forma de leyes "Sinde" y Coaliciones de Creadores, mucho me temo que lo que nos espera ahora es la década ominosa de los contenidos. La historia tiene la extraña manía de repetirse de las formas más imprevisibles y absurdas.