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Eduardo Pedreño

El arte de cambiar el mundo

Lo más triste de la muerte de Jobs desde un punto de vista empresarial es que el panorama de los productos tecnológicos dentro de unos 10 años (que es lo que durará su influencia) se ha convertido de pronto en un páramo de aburrida predictibilidad.

Hasta cierto punto, tiene todo el sentido del mundo que el difunto Steve Jobs fuera el mayor accionista individual de Walt Disney, porque la similitud entre ambos personajes es mucho más que simbólica. Ambos estimularon la imaginación de generaciones, ambos cambiaron el mundo a su manera, y ambos dejaron auténticos imperios tras de sí. La muerte de Jobs marca el fin de una era, la de los pioneros del Silicon Valley, en la que el propio Jobs desató más revoluciones en el mundo tecnológico que ningún otro personaje. A partir de ahora sólo podremos imaginar lo que Jobs habría sido capaz de hacer, de acompañarle la salud, durante el resto de su carrera.

Dice Josh Bernoff que Jobs ha cambiado el mundo unas cinco veces en su carrera (seis si contamos la revolución en el mundo de la animación que lideró con Pixar): inventó y reinventó la informática personal (con el Apple II y el Macintosh), cambió el destino de la industria musical con el iPod, revolucionó la telefonía con el iPhone y volvió a cambiar el destino de la informática personal con el iPad. Jobs ha creado el ecosistema de productos más sólido de la historia de la tecnología y el cambio que ahora sólo empezamos a experimentar se dejará sentir durante toda esta década: en la informática (tanto en software como en hardware), en la telefonía, en el mundo de los contenidos, en Internet. Es difícil imaginar cómo serían sin Steve Jobs, pero seguramente serían extraordinariamente más aburridos, predecibles, estancados y poco innovadores. Lo más grandioso de Jobs no es que cambiase el mundo tantas veces, sino que aparentaba ser capaz de hacerlo otras veinte veces con total naturalidad y haciendo que hasta pareciera fácil.

Si algo hay que destacar de Jobs en su faceta de directivo es la increíble capacidad de combinar la maestría técnica con la visión humanista, de conjugar sus dotes visionarias con la mercadotecnia más agresiva, de reinventar productos desde una óptica capaz de optimizar diseño y funcionalidad, y de imprimir toda una filosofía/ideología en sus productos que es capaz de crear fieles más que consumidores. Todo ello mezclado con una perseverancia a prueba de bombas, una audacia desenfrenada y una capacidad de pensar tan a largo plazo que pareciera que los productos lanzados en los últimos años ya hubieran estado en su cabeza hace treinta cuando trabajaba en el primer Macintosh. Esta frase de 1984 resume a la perfección la ideología de Jobs: "We're gambling on our vision, and we would rather do that than make "me too" products. Let some other companies do that. For us, it's always the next dream. (Estamos apostando por nuestra visión, y preferimos hacer eso que productos "copia". Dejad que otras compañías hagan eso. Para nosotros, es siempre el próximo sueño)".

En el mundo de los negocios la apuesta segura es hacer lo que otros hacen, escuchar a los consumidores de manera obsesiva, innovar lo justo para sobrevivir, perpetuar el "business as usual", gestionar desde los pasillos, contener el talento, presionar hasta la extenuación, exprimir a los proveedores sin estimularles. Steve Jobs hizo sistemáticamente lo contrario, instauró el famoso "Think Different", se negó a seguir la estela de nadie, interpretó como quiso las señales de los consumidores (pero nunca les dio lo que querían, sino infinitamente más), innovó de manera salvaje, atesoró talento sin medida. Y sí, presionó y exprimió a empleados y proveedores hasta hartarse, pero casi siempre propiciando su desarrollo y su crecimiento. La chulería y la arrogancia de las que a menudo hacía gala eran un derecho que se había ganado a pulso.

Lo más triste de la muerte de Jobs desde un punto de vista empresarial es que el panorama de los productos tecnológicos dentro de unos 10 años (que es lo que durará la influencia de Jobs) se ha convertido de pronto en un páramo de aburrida predictibilidad. Necesitamos más genios, más imaginación, más locura y más humanismo. Y menos business as usual, que es donde las grandes ideas van, habitualmente, a morir.

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