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Carmelo Jordá

Libros, editores y Adipesina

Resulta casi enternecedor que toda una industria (mejor dicho, buena parte de una industria) esté convencida de que va a poder modificar el rumbo de un mercado que ya ha iniciado un cambio histórico.

El nuevo presidente de los editores acaba de llegar al cargo y lo primero que ha hecho es cargar contra el libro electrónico: dice que el tradicional "debe ganar peso" frente al digital y augura un recorrido "muy corto" al eBook.

No sé si afearle la objetiva estupidez de sus declaraciones o agradecerle la sinceridad: hace unos días decíamos por aquí que parecía que las editoriales estuviesen intencionadamente boicoteando la llegada del libro electrónico y este hombre habla como si quisiese confirmarnos que si el sector no se hunde no será porque ellos no vayan a hacer todo lo posible para que el derrumbe sea total.

Por supuesto, también ha dicho que el principal problema del sector, el "más candente" es la piratería y las descargas, y ha cargado contra los políticos que "no han parado la herida" y no hacen "la transfusión necesaria". Interesante concepto este de la transfusión, que en una reclamación a los políticos tiene un tufo importante a petición de limosna, es decir, de subvención.

Pero lo más llamativo no es que se queje y pida dinero público –al fin y al cabo eso hace un porcentaje asombroso y lamentable de los empresarios españoles–, lo peor es que muestre una incapacidad tan soberana para analizar su propio sector y para darse cuenta de que está inmerso en la revolución tecnológica más importante de los últimos cinco siglos.

Y tampoco está mal que un hombre que tiene una larga trayectoria en la industria cultural y del entretenimiento no haya echado un vistazo a lo que ha ocurrido en negocios con evidentes semejanzas con el suyo como el de la música...

Eso sí, resulta casi enternecedor que toda una industria (mejor dicho, buena parte de una industria) esté convencida de que va a poder modificar el rumbo de un mercado que ya ha iniciado un cambio histórico. Esa forma de actuar como si dependiera única y exclusivamente de sus decisiones y de sus gustos personales que el público decida leer en papel, en una pantalla de tinta electrónica o, como bien apunta Daniel Rodríguez en un excelente artículo sobre este tema, en papiro.

Pues no, señores: la realidad es que por mucho que se empeñen ya hay formas de leer diferentes a los preciosos y placenteros libros de toda la vida, aparatos que quizá nos hurten el placer del papel, de su tacto y de su olor, pero que nos dan muchas otras cosas y que, más pronto o más tarde, formarán una parte importante del mercado, les guste a ustedes o no, les ofrezcan libros que leer de forma legal o les obliguen a surtirse por otras vías.

¿El libro de papel debe ganar peso? Las que parecen haberlo ganado hasta convertirse en dinosaurios escleróticos son las editoriales... A este paso el mercado y sus propios clientes les van a dar las durísimas raciones de Adipesina que ya se están llevando otros.

Pero la culpa será de los piratas y la solución, como casi siempre, será que entre todos paguemos lo que ellos no han sabido defender como empresarios.

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