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Daniel Rodríguez Herrera

29 minutos y 59 segundos

Por alguna obscura razón, las cámaras fotográficas no sufren arancel alguno, mientras que las de video han de pagar uno del 4,9%. ¿E imaginan cómo diferencian nuestros sabios euroburócratas entre unas y otras?

Las ciencias avanzan que es una barbaridad, se suele decir. Así, incluso dentro de la tecnología, barreras que parecían insalvables ya no lo son tanto, y soportes y aparatos diseñados para un propósito pueden servir para otros. Estamos viendo como los móviles "inteligentes" ya se están apropiando de funciones antaño propias de otros dispositivos. Algo similar ocurre con algunas cámaras fotográficas y las videocámaras. Cada vez es más frecuente grabar imágenes en movimiento con las primeras, y ya existen modelos cuya calidad rivaliza con las mejores cámaras de vídeo.

Sin embargo, y como la política también se entromete en algo tan aparentemente inocuo como son nuestros aparatejos electrónicos, algunas de ellas vienen de fábrica con una extraña limitación. Les permiten grabar vídeo, sí, pero sólo en tomas cuya duración máxima sea de 29 minutos y 59 segundos. No es problema de la tarjeta de memoria, porque aunque algunas impidan grabar ficheros de más de 4 gigas de tamaño, la limitación tiene lugar aunque se grabe a baja calidad y ocupando mucho menos espacio.

El problema son los aranceles. En lugar de seguir la sabia doctrina liberal que afirma que deben ser "bajitos e iguales", es decir, gravar todos los productos al mismo tipo impositivo y procurar que éste sea reducido, las trabas europeas a la importación discriminan, y vaya si discriminan, a unos productos sobre otros. Es el caso de las cámaras fotográficas y las de vídeo. Por alguna obscura razón, que seguramente sólo algunos lobbys y funcionarios conocen, las primeras no sufren arancel alguno, mientras que las segundas han de pagar uno del 4,9%. ¿E imaginan cómo diferencian nuestros sabios euroburócratas entre unas y otras? Sí, efectivamente: se considera que una cámara es de vídeo cuando puede grabar media hora seguida.

Evidentemente, no es éste el mayor problema que pueden llegar a provocar los aranceles ni las instituciones europeas. Pero sí es un buen ejemplo de lo absurdas que pueden llegar a ser y cómo afectan a nuestras vidas sin que lo sepamos. Porque a saber cuántas limitaciones de este tipo padecemos sin que nos enteramos de su existencia. Pero no ya de aranceles, sino de regulaciones de todo tipo, de las que habitualmente sólo están enterados los profesionales del sector afectado. ¿Cuántas maldiciones de las que habitualmente soltamos contra tal o cual empresa no deberían estar en realidad dirigidas a los burócratas?

Es difícil saberlo. Se esconden bien. Pero cada vez que encuentro alguna estupidez universalmente extendida a un sector completo sospecho.

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