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Pablo Molina

Aburridos en Corruptolandia

Hasta Javier Arenas ha estado más gris de lo habitual, tal vez a causa de la certeza de un triunfo que ya aventuran casi todas las encuestas en Corruptolandia

El congreso del Partido Popular de este fin de semana no hay que analizarlo desde la ciencia política sino con las herramientas analíticas que aporta la antropología, rama del conocimiento mucho más apropiada para extraer conclusiones de un acto que, como todos los congresos de todos los partidos, de elaboración de ideas o confrontación de principios ha tenido más bien poquito.

La primera muestra de que el PP es un partido en la cima del éxito político es que los compromisarios han aplaudido mucho menos que en anteriores ocasiones. El estrés y la ansiedad propia de los partidos que ven cercano el triunfo electoral ha desaparecido de este PP al que ya sólo le queda ganar en Andalucía para ocupar sus últimos objetivos electorales. Los compromisarios aplauden, sí, e incluso ovacionan al líder cuando lo exige el guión, pero las palmas ahora siguen un compás más lento que cuando el partido fue arrojado al lazareto de la oposición por un Zapatero que a punto estuvo de amortizar a Rajoy como político capaz de alcanzar alguna vez el gobierno.

Las imágenes de los compromisarios atendiendo a los discursos de los oradores nos han permitido comprobar que en el auditorio había mucho más aburrimiento que en otras ocasiones. Ni siquiera el momento en que Rajoy desveló el sábado los nombres de su equipo ha conseguido animar a los asistentes, que con alguna salva de aplausos de compromiso –por algo son "compromisarios"- han saldado el expediente mientas recogían los bártulos para irse a cenar y aprovechar la última noche de holganza antes de volver a casa con la satisfacción del deber cumplido.

Hasta Javier Arenas ha estado más gris de lo habitual, tal vez a causa de la certeza de un triunfo que ya aventuran casi todas las encuestas en Corruptolandia. Tanto él como Rajoy parecen parecían pensar más en la tremenda tarea que tienen por delante que en arengar a un público que, tras la borrachera de éxitos del pasado 2011, ha sustituido las efusiones histéricas de los tiempos de la oposición por una parsimonia gestual de tintes funcionariales. Hasta la ropa elegida por los oradores -colores aburridos en los caballeros y faldas de diario y sin entallar en las señoras-, ha sido un buen reflejo de un congreso que básicamente ha servido para felicitarse todos mutuamente, cumplir el expediente estatutario y darle un empujón a un Javier Arenas en plan triunfador, a pesar de que como él mismo dijo ahora le toca coger a un Miura enorme por los mismos “cuen-nos”.

Tan sobrado –y con razón- está este Partido Popular que ni siquiera ha dado su aprobación al proyecto de Rajoy con el cien por cien de los votos, el único resultado que hubiera respondido fielmente a la realidad. Como dijo cierta vez con sorna un conocido barón popular, ha sido un congreso "de mucha unanimidad" y, en consecuencia, de muchos bostezos. Rubalcaba hubiera matado por tener un congreso así de aburrido. 

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