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Cristina Losada

El mercadillo de la revolución

Como alternativa a la pesada tarea de entender lo que sucede, el mercadillo de todo al quince ofrece su grafiti viviente y su kindergarten decorado con dibujos de los niños.

Los mercadillos atraen mucho al viandante, quizá en la expectativa de que en los tenderetes se venda más barato que en los comercios, y aunque haya de renunciar a garantías de calidad y seriedad. Igual sucede con el mercadillo que este fin de semana se celebraba a sí mismo en Sol y en otras plazas españolas. La comprensión y discusión de la crisis en la que nos hallamos, como las de sus posibles salidas, requiere información y conocimientos. En cambio, como alternativa a tan pesada tarea, el mercadillo de todo al quince ofrece su colorismo de grafiti viviente y su aire de kindergarten decorado con dibujos de los niños. Los peques han escrito en letras gordas y desiguales, de forma desordenada, sus soluciones para los grandes problemas del mundo, y adultos interesados en darles coba los elevan a "referente político" y celebran sus gansadas. Uy, qué digo, son ideas. Catorce mil no sé cuántas, presumía un periódico. ¡Con que hubiera una sola!

El viandante más atraído era, en este caso, la prensa. Qué expectación, qué despliegue, para mantener viva a su criatura. Y no era para menos, dada la forma en que otra de sus criaturas, como fue Wikileaks, se vino abajo y a día de hoy es como si no hubiera existido nunca. Desde luego, no son los medios tan generosos y atentos, ni están tan entregados ni acaramelados, con cualquier clase de muchedumbre reivindicativa. Pero es que el 15-M les ha ofrecido un señuelo irresistible, que es, por así decir, la estética de la revolución. Ya que no hay ni se esperan revoluciones en nuestro aburrido sistema democrático, por lo menos la apariencia, un trasunto, un remedo, algo. El gancho del espectáculo reside en lo delirante: en que lleva pretensiones no de cambiar esto y aquello, sino de "cambiar el mundo". Es el empeño por demostrar que otro mundo –mucho peor– es posible.

Afirma el lugar común que el precedente de esta performance es la plaza Tahrir, la de la "primavera árabe", precursora a su vez del otoño-invierno islamista. Sin embargo, la imagen que buscan siempre las cámaras en esta parte del globo, como soporte de la mitificación, es la del viejo mayo del 68. Yo aún diría más. Diría incluso que hemos visto en alguna portada de estos días a aquellas chicas guapas de las fotos de París. Es verdad que ahora estaban en Barcelona o en Madrid. Pero es que sin su dosis de estética juvenil, preferiblemente femenina, ni el mercadillo de la revolución vende periódicos.

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