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Pablo Molina

La habitación del pánico

Dos países, uno de ellos en bancarrota y otro aproximándose peligrosamente a la intervención formalmente declarada. Dos clases políticas, una suicidándose a la vista de todo el mundo y la otra recluida en la habitación del pánico para pasar desapercibida.

La peor imagen que puede dar un gobierno es la de estar claramente superado por las circunstancias y, hay que reconocérselo, el de Mariano Rajoy está representando ese escorzo con gran profesionalidad, adornándose con las contradicciones de ministros y portavoces en tema tan sensible como la supervivencia de la economía española.

Como los dueños de una vivienda que está siendo asaltada, los ministros se han metido en la "habitación del pánico" y no tienen previsto salir hasta que no tengan garantías de que el peligro ha pasado. Este estado de miedo cerval se ve especialmente en el rostro de los responsables autonómicos. Con alguno he tenido la ocasión de hablar estos días y se les ve con el rostro demudado por una situación que claramente les sobrepasa, todos a la espera de que el gobierno valide este jueves su programa de "restructuración financiera" para seguir con respiración asistida hasta el siguiente sobresalto.

Es lo normal cuando unos y otros, gobierno central y administradores periféricos, intentan aguantar una situación insostenible sin recurrir a la cirugía mayor que los internistas europeos han ordenado llevar a cabo antes de seguir administrando la necesaria morfina monetaria, farmacopea imprescindible para sobrellevar el doloroso trance que las reformas presupuestarias están provocando en el cuerpo electoral.

El mejor sistema financiero del mundo tiene que ajustar en sus balances el precio real de los dislates pasados, muchos de ellos cometidos por indicación del partido de turno, y el sistema autonómico ya ha dado suficientes muestras de que no puede financiarse, no por los políticos y funcionarios que mantiene en sus nóminas, sino por la progresión geométrica que han experimentado las grandes partidas de gasto tras su fraccionamiento en diecisiete estaditos gestionados a mayor gloria de las clases dirigentes del terruño.

Pero como la tesis que se ha impuesto es la de ganar tiempo a ver si la situación general mejora, sin entrar en la raíz de los verdaderos problemas que lastran nuestra recuperación, ahí anda el gobierno, escalonando medidas tan numerosas como poco convincentes de cara a las instituciones europeas que, de hecho, ya nos han intervenido aunque muchos finjan no haberse enterado todavía.

Y ahora van los puñeteros griegos y convocan otra vez elecciones, apoteosis ceremonial del suicidio colectivo de cuyo ritual sólo puede surgir el fortalecimiento de la cafrada antisistema y la defenestración total de los partidos moderados dentro de la escala helénica, que tampoco es que sea demasiado exigente con la seriedad de su clase política.

Dos países, uno de ellos en bancarrota y otro aproximándose peligrosamente a la intervención formalmente declarada. Dos clases políticas, una suicidándose a la vista de todo el mundo y la otra recluida en la habitación del pánico para pasar desapercibida. ¿Qué nos diferencia de Grecia? El tamaño, una cierta cuestión de estilo y que nuestras "auroras doradas", el 15-M y la FE de las JONS, están aún muy lejos de hacer acto de presencia en el parlamento. Por lo demás, como el Sirtaki y la Sardana.

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