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Cristina Losada

El dilema de la izquierda exquisita

Ahora que el PSOE debe decidir qué quiere ser de mayor, se muere McGovern, que representó algo semejante a lo que han terminado siendo los socialistas.

Ahora que el PSOE tiene que decidir qué quiere ser de mayor, se muere George McGovern, que representó, en su día, algo semejante a lo que nuestros socialistas han terminado siendo. Salvadas las distancias, of course. Aupado por el movimiento radical a candidato a la presidencia por su oposición a la guerra de Vietnam, el senador cosechó, en 1972, la derrota más lacerante que haya sufrido el Partido Demócrata. Sólo veintinueve millones de votos contra los cuarenta y siete millones que se llevó el antipático –y nada fotogénico– Nixon. Tal fue el precio que pagaron los demócratas por haber permitido que, en uno de esos vacíos de poder que surgen, tomara las riendas del partido el ala más ideologizada, esto es, más a la izquierda. La que abrevaba en la disolvente –e insolvente– contracultura y respaldaba a los Panteras Negras, una banda de gánsteres y proxenetas, que gozaba de la rendida admiración de la crema artística e intelectual neoyorquina.

De aquel culto hizo un retrato despiadado el periodista Tom Wolfe, al que tuvieron la mala idea de invitar a una fiesta en honor de los Panteras en el apartamento del compositor Leonard Bernstein. Fue en La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques. Allí alumbró el concepto chic radical, el cual se demostraría, andando el tiempo, como certera definición de la clase de izquierda que iba a dominar en los decenios siguientes. Más que una corriente ideológica, una moda, una pose. En Europa produciría la gauche caviar y en Barcelona se le llamó gauche divine. La tiranía de la moda es poca cosa comparada con la dictadura de la corrección política que buscaría imponer la nueva izquierda. La influencia de aquella mutación gestada en los campos norteamericanos perduró hasta el punto de que gran parte de los tópicos y actitudes que conforman a la progresía española, y dispensó Zapatero desde el Gobierno, son hijos o ya nietos de ella.

La debacle de McGovern puso de manifiesto que los radicales tenían fuerza suficiente para tomar el control de la maquinaria del partido, pero no para hacerse con el control del país. El extremismo les enajenó no sólo el apoyo del electorado, también el de un significativo grupo de intelectuales. Algunos de ellos serían después los neocon, puntales en la construcción de un discurso conservador decidido a dar la batalla cultural: la de las ideas. Tras aquella catarsis, el Partido Demócrata hubo de despojarse de radicalismo para recuperar el voto. Con todas las diferencias, el PSOE afronta hoy un dilema similar. Pues no se sabe si está en el infantil izquierdismo zapaterista o en la socialdemocracia, igual que se ignora si está en la defensa de España o en su destrucción. Decídanse pronto. 

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