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Eduardo Goligorsky

Los iluminados oscurantistas

En el proyecto nacionalista se respiran aires medievales, carolingios, austracistas... cualquier cosa menos europeos y occidentales del siglo XXI.

Es increíble el orgullo con que algunos iluminados oscurantistas y sus corifeos mediáticos se jactan de movilizar masas humanas –cuya magnitud exageran impúdicamente– cuando todavía está fresco el recuerdo de las multitudes que aclamaban a líderes totalitarios y que dibujaban banderas y lemas sectarios con sus cuerpos en plazas y estadios deportivos. Los más memoriosos evocan a los creyentes que seguían a falsos mesías para suicidarse en la selva de Guyana o para dejarse achicharrar en el templo de Waco. Sólo cuando los ciudadanos se deciden a razonar por sí mismos dejan de ser material proclive a participar en estas exhibiciones de delirio colectivo.

La excentricidad del cruzado

Francesc de Carreras desmenuza las provocativas respuestas que dio Artur Mas en un reportaje a calzón quitado (La Vanguardia, 12/10) y hace un inquietante diagnóstico:

Nos encontramos ante un tipo de personaje, muy estudiado por los psicólogos, que me causa un especial pavor: estamos ante un iluminado, una persona que ha escogido ser el instrumento de un misterioso destino que está decidido a asumir, pase lo que pase, tanto a él como a su país.

"¿El camino hacia la soberanía será largo?", le pregunta el periodista Barbeta. Responde:"Largo no sé si será, pero será duro, muy duro". Y añade:"Procuro aislarme todo lo que puedo del ruido mediático (...) Si no te atreves con un proceso así, tienes que terminar. Lo que no vale es quedarte de presidente de un país y dar la espalda a la mayoría del pueblo. Si no te atreves te tienes que ir. Y si te quedas, tienes que asumir el sufrimiento". Y remata la faena: "Tengo esperanza porque tengo fe". ¡Dios mío! ¿En manos de quién estamos?

(...)

Tenso el mentón, la mirada en el horizonte, aires de jefe de Estado. Este es el Artur Mas de las últimas semanas. Me da miedo.

Francesc de Carreras confiesa que hasta hace poco tenía a Mas por un tipo racional, educado en el Liceo Francés, estudioso, preparado, frío, analítico, moderado. Se equivocó. En mi libro Por amor a Cataluña. Con el nacionalismo en la picota (Flor del Viento, 2002) reproduje un artículo de Susana Quadrado, "Los jóvenes de Mas" (La Vanguardia, 4/12/2000), donde ya, en tan temprana, fecha se leía:

Son el nuevo aparato de Convergència. Hicieron sus primeros pinitos en política a finales de los años ochenta, muchos de ellos siendo todavía universitarios, enarbolando la bandera de una Cataluña soberana. En una década, estos jóvenes que tienen ahora entre 30 y 40 años han escalado hasta la dirección del partido, hacia puestos clave en el Govern de la Generalitat o ambas cosas a la vez. Artur Mas, de 44 años, y por tanto muy próximo generacionalmente a este núcleo de jóvenes emergentes, quiere tejer con ellos la nueva CDC (...) El pragmatismo político les ha hecho endulzar sus planteamientos soberanistas, a los que no renuncian. Porque ahora consideran que es el momento de hacer causa común para que Mas llegue a la presidencia de la Generalitat (...) Lo demás, dicen, ya llegará. Los jóvenes de Mas iniciaron su actividad política al abrigo de una persona, Oriol Pujol Ferrusola (quinto hijo del president), y de una organización, la Joventut Nacionalista de Catalunya (JNC).

Santo apócrifo

Hoy asistimos a la culminación de la carrera del iluminado. Pero ¿por qué oscurantista? No me canso de insistir en el hecho de que en el proyecto urdido para Cataluña se respiran aires medievales, carolingios, feudales, austracistas... cualquier cosa menos europeos y occidentales del siglo XXI. Si el lector me perdona la falta de modestia, volveré a remitirlo a mi libro, donde relato un episodio que pone en evidencia la excentricidad, mitad mística, mitad guerrera, del cruzado secesionista.

Cuando La Vanguardia pidió a Mas, lo mismo que a otros políticos catalanes, que se fotografiara, durante los Carnavales del 2001, con el disfraz que mejor reflejara su personalidad, el resultado fue un estrambótico y ensoberbecido Sant Jordi, enfundado en una cota de malla de 25 kilos, lanza en ristre, pisoteando a un ridículo híbrido de lagartija y dragón de utilería. La imagen quedó conservada para los historiadores futuros en el suplemento "Vivir" de dicho diario (25/2/2001). Mas explicó que había elegido a aquel "héroe" porque tenía

gran voluntad y coraje para superar dificultades, era persona conocida por su generosidad hacia los demás, un hombre, vaya, un santo, que además repartía riqueza. Y porque es un símbolo de catalanidad.

Imagino que Mas no aprendió estas mitologías en el Liceo Francés, sino en textos de adoctrinamiento identitario como los que se utilizan en las escuelas catalanas, textos que el ministro José Ignacio Wert quiere sustituir, con muy buen criterio, por otros de historia. El tal Jordi ya no figura en el santoral de la Iglesia católica, y su patética caricatura tampoco está en condiciones de obrar, desde la Generalitat, los prodigios que justificarían su pose. En Cataluña ningún santo apócrifo reparte riqueza: el 29,5% de la población, es decir, 2.200.000 personas, se halla en situación de riesgo de pobreza (editorial de LV, 12/10). El taumaturgo debió confesar otra prueba de su impotencia: su quimérica Ítaca quedará fuera de la UE "según la letra estricta de los tratados europeos" (LV, 16/10). Fracaso este último que demuele todas las mentiras con que sus acólitos intentan convencer a los ciudadanos, y sobre todo a los emprendedores, de que la secesión les abrirá las compuertas de la opulencia. Nada de milagros: iremos a la cola de aspirantes a ingresar en la Unión Europea, detrás de los turcos y los kosovares (v. el impecable artículo de Francesc de Carreras "Las 24 horas de Mas", LV, 18/10).

Totalitarismo horizontal

Hemos visto que, en realidad, Artur Mas sólo es la cabeza visible del clan de iluminados oscurantistas, en el que ya se perfila como próximo heredero Oriol Pujol Ferrusola, copiando el modelo dinástico de Argentina, Cuba, Corea del Norte y otros enclaves del Tercer Mundo. Pero hay que tener cuidado con los calificativos. Miquel Roca se indignó, con razón, porque algún antagonista lo había tildado de nazi (LV, 16/10). No se trata de que su condición de antiguo ponente de la Constitución lo haga intocable –sus correligionarios desobedecen, maltratan e impugnan la Constitución sin que él se inmute–, sino de que, sencillamente, no es nazi, y punto. Siempre he sido enemigo de banalizar las aberraciones del nazismo y el comunismo utilizándolas indiscriminadamente como arma arrojadiza contra cualquier adversario. Sólo se les pueden reprochar a quienes reivindican ostentosamente esos regímenes e ideologías. Comparados con aquellas aberraciones, los desmanes de los iluminados oscurantistas no pasan de ser mezquinas travesuras de hooligans políticos.

Lo que sí me parece correcto es encuadrar estas aventuras retrógradas en la categoría más general de los totalitarismos. Vuelvo a mi inveterada costumbre de reproducir textos ajenos que me parecen más precisos y didácticos que los míos. Escribió Antonio Elorza ("Cataluña, democracia aclamativa", El País, 6/10):

No tenemos delante una democracia representativa sino la democracia aclamativa de Carl Schmitt, donde el voto es puesto al servicio de la aclamación del Pueblo, encargada de rubricar la decisión del Líder carismático. Para confirmarlo, como en otros procesos de nacionalización forzosa, entra en escena la visión maniquea propia del totalismo o totalitarismo horizontal. Se trata de imponer la homogeneidad política de una sociedad por un sector de la misma, a partir de la distinción entre puros (independentistas) e impuros (españolistas), en torno a un estandarte sagrado (Cataluña, "la naciò"), impulsando la conversión del otro (ejemplo, PSC) o su marginación política y cultural definitiva. Instrumento: el monopolio del espacio público y de la comunicación a favor del efecto mayoría y de las sanciones implícitas pero efectivas al resistente.

De nada valen ensayos para juegos florales apelando a la concordia. En Cataluña el problema hoy no es de independencia, sino de democracia.

La pregunta al ciudadano no debería ser, como propuso Artur Mas, un simplista y tramposo (LV, 12/10) "¿Usted desea que Catalunya se convierta en un nuevo Estado de la UE?", sino, por respeto a la inteligencia de dicho ciudadano: "¿Usted desea que Cataluña vuelva a las condiciones de vida políticas y sociales de 1713, y que, como anunció el presidente de la Generalitat (LV, 16/10), según la letra estricta de los tratados, Cataluña quede fuera de la Unión Europea?".

Si los iluminados oscurantistas renunciaran a valerse de mitos, leyendas y mentiras de patas cortas sobre la permanencia en la UE, y renunciaran al monopolio chavista y kirchnerista de los medios de comunicación, se podría decir que el debate se ha encauzado por carriles democráticos. Entonces, si por lo menos 3.240.000 ciudadanos (el 60% de los 5.400.000 inscriptos en el censo electoral de Cataluña, o sea, la "mayoría clara" que exige Canadá) votaran afirmativamente, podría iniciarse el complicado proceso constitucional para aprobar la independencia y, lograda esta, el aun más complicado trámite para ingresar en la UE.

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