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Francisco Pérez Abellán

Los magnicidios por investigar

La historia del crimen en España está por contar, y demasiadas veces se ha dado lo obvio por bueno.

El próximo 12 de noviembre se cumplen cien años del asesinato del presidente del Consejo de Ministros José Canalejas; en la Puerta del Sol, ante el escaparate de la desaparecida librería San Martín, a manos del anarquista Manuel Pardiñas Serrano. Fue el tercero de los presidentes liquidados en magnicidio, tras Prim (1870) y Cánovas (1897); posteriormente engrosarían la trágica lista Dato (1921) y Carrero Blanco (1974). Cada uno de ellos murió por causa de una retorcida conspiración que provocó un cambio radical en la vida política de la nación.

Todos fueron confusos. Con motivos difíciles de precisar, con autores evanescentes. Son magnicidios por investigar. De Prim ya nos ocupamos nosotros en la comisión multidisciplinar de la Universidad Camilo José Cela, pero sería necesario que se conociera a quién servían los anarquistas-terroristas que mataron a los otros. Durante casi dos siglos, el magnicidio se hizo tradición en España.

Canalejas era un abogado y político liberal. Un hombre moderno y culto que tenía ideas democráticas y quería acabar con el caciquismo y el fraude electoral. Sin duda murió por ello. Estableció el servicio militar obligatorio y disfrutó de una intensa vida intelectual. Un político de los que ya no hay. La mañana de su muerte se dirigía a pie a su despacho desde su casa. Se paró a ver las novedades de la librería San Martín. Las portadas de los libros. A traición y con alevosía, Manuel Pardiñas, merodeador, ave de mal agüero, extrajo su arma de fuego y le disparó a la cabeza cuando ya se retiraba del escaparate, a pocos metros de la calle Carretas. Enseguida cayó al suelo, donde su asesino lo remató con otro disparo. La gente que paseaba por la Puerta del Sol trató de sujetar al criminal, pero este se descerrajó a su vez un tiro en la cabeza. Las investigaciones sobre él no llegaron mucho más allá: no se sabe a quién servía, ni por encargo de quién actuó, aunque parezca lo contrario. Todo son especulaciones que suelen aceptarse sin demasiada investigación, aún hoy.

Hay un libro extraño y sabio sobre Canalejas, escrito por un autor que moriría a su vez asesinado: el dramaturgo Luis Antón del Olmet, víctima del crimen del teatro Eslava; falleció a causa de un tiro que le descerrajó otro escritor, Alfonso Vidal y Planas, por un oscuro asunto de envidias y celos. Del Olmet, mientras escribía sobre Canalejas, ignoraba su propio fin, lo que hace su trabajo estremecedor y sorprendente. Era un autor que amaba la vida y disfrutaba de sus excesos.

La historia del crimen en España está por contar, y demasiadas veces se ha dado lo obvio por bueno. En especial cuando la política está detrás, el crimen es sinuoso, espectacular y confuso. Demasiados intereses han dejado la verdad a medias.

Mataban al presidente del Consejo y nadie era capaz de tirar del ovillo hasta deshacerlo. Ni el ministro de Interior, ni la Policía ni nadie. Normalmente se encontraban masones, anarquistas o, más recientemente, terroristas de ETA en oscuros papeles que lo único que dejaban claro es que se había actuado para alterar el modo de gobierno y procurar que el poder cambiara de manos.

Algunos de los grandes magnicidas identificados son personajes sangrientos, opacos, movidos por supuestas ideas románticas, por las cuales nadie ha matado políticos nunca, desde el principio de la humanidad.

Los cinco magnicidios de la historia reciente de España están ahí para advertir a los navegantes de que el homicidio suele ser parte activa de la política que llega a confundir, pervertir y enturbiar cualquier situación. Se procura el despiste de los bienintencionados y se pone en peligro el futuro de todos. Recordemos a Canalejas en el centenario de su asesinato.

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