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Eduardo Goligorsky

La pesadilla ya es realidad

El auténtico catalanismo lo encarnan hoy los resistentes del Partido Popular y Ciutadans.

El presidente de la Generalitat, Artur Mas, y sus corifeos secesionistas han rechazado con indignación el vídeo de propaganda del PP en el que una funcionaria comunica al ciudadano García que, en la República de Cataluña, ya independiente, debe catalanizar su apellido. García, que lo estaba soñando, despierta de su pesadilla con un alarido.

La pesadilla ya es realidad: en el año 2011 la Agencia Catalana de Consumo desobedeció un fallo del Tribunal Constitucional y aplicó multas por un total de 176.100 euros a 226 establecimientos cuyos rótulos estaban escritos en castellano. Durante sus siete años de gobierno, los tripartitos que encabezó el PSC aplicaron multas por igual motivo hasta sumar un total de 900.000 euros. El PP y Ciutadans son los dos únicos partidos que rechazan, sin pasadas complicidades, este abuso inconstitucional. Para no hablar de las tribulaciones por las que pasan los padres que desean que la Generalitat obedezca los fallos de la Justicia e imparta a sus hijos enseñanza en castellano.

Vocación mesiánica

Artur Mas también protagoniza la pesadilla hecha realidad cuando, suponemos que en una pose imperial acorde con su vocación mesiánica, amenaza (LV, 11/11):

De presidente de la Generalitat a presidente del Gobierno español le digo, señor Rajoy, que esto de intentar dividir al pueblo catalán en función de su origen o de la lengua que habla, esto sí que no lo toleraremos, porque este país se ha hecho entre todos, se llamen como se llamen y hablen la lengua que hablen, y esto, señor Rajoy, debería saber que es así.

Imagino al señor Rajoy renunciando, tras oír este sermón, a un plan para imponer la inmersión lingüística en castellano en las escuelas, el monolingüismo en castellano en la administración pública y en los espacios comerciales, y las subvenciones a entidades y medios de comunicación españolistas. Todo ello en medio de una campaña demagógica encaminada a refundar una España y una Europa monolíticas. Pero no, el responsable de tamaños desatinos a la inversa, en plan secesionista y en clave supremacista catalana, no es el amenazado señor Rajoy sino el amenazador señor Mas. Alicia Sánchez-Camacho, la del vídeo polémico, acusó a Mas de creerse

un mesías que viene a salvarnos de España, pero no es más que un telepredicador sectario que nos lía con falsas promesas para traernos más crisis y más paro.

El notario Juan-José López Burniol tiene claro (LV, 15/9), no obstante su simpatía por la autodeterminación, que, si esta generara la creación de un nuevo Estado, el problema dejaría de ser tal para España y se convertiría en

un problema de la comunidad que quiera autodeterminarse, que correría el riesgo de la fractura social.

Mayoría búlgara

La fractura social, that is the question. Y quien la provoca no es el señor Rajoy. El discurso de Artur Mas se desliza por la peligrosa pendiente del hegemonismo movimientista y casi totalitario de la mayoría búlgara. Desde el momento en que convocó las elecciones para el 25-N no ha cesado de reclamar "una mayoría absoluta que impresione a España y Europa" (LV, 21/10), "una mayoría excepcional para defender Catalunya con fuerza" (LV, 5/11); "que cuando lleguen las bofetadas todo el mundo esté ahí" (LV, 6/11). Tantas alusiones a una "mayoría" que haría las veces de rodillo despertaron las sospechas de Kepa Aulestia, quien puntualizó (LV, 13/11):

Una mayoría absoluta será excepcional no porque deje en franca minoría a las demás formaciones sino porque lo logre con un alto nivel de participación electoral. Este es el reto al que se enfrenta Mas si quiere extraer del escrutinio del 25 de noviembre conclusiones que trasciendan la composición de la Cámara legislativa.

Ya vendieron a los crédulos el cuento chino de que el Estatuto fue aprobado por la mayoría de los catalanes, cuando sólo lo votó el 36,5 % del censo electoral. Seguramente intentarán repetir la tramoya el 26 de noviembre, atribuyéndole a una hipotética mayoría de legisladores secesionistas la representatividad de la que carecerán si no se la ha otorgado la mayoría clara de los 5.400.000 ciudadanos con derecho a voto.

Confesión alarmante

Los secesionistas son expertos en eso de propalar cuentos chinos. Uno de los más manoseados últimamente es el de la permanencia de una Cataluña independiente en la Unión Europea. Como la hora de la verdad se aproxima, el iluminado empieza a preparar el terreno para el desencanto. Según el somatén mediático (21/10), admitió que los tratados europeos

quizá sí puedan dificultar la presencia de Catalunya en la UE.

El 9 de noviembre, siempre según el somatén mediático, el atribulado líder reconoció que lo que se avecina "no será un camino de rosas", sino que

tendrá espinas, en Madrid seguro y en Bruselas, intuimos que también.

La intuición, en estos casos, encubre informaciones que la realpolitik aconseja ocultar. Pero no por mucho tiempo. La noticia se completa con una confesión alarmante:

Artur Mas reafirmó su disposición a celebrar la consulta de autodeterminación incluso en el supuesto de que la consecuencia de una eventual independencia de Catalunya fuese quedarse fuera de la UE. "Si llegamos a la conclusión de que si Catalunya tiene un Estado propio nos quedaremos fuera de la UE, nuestro país tendrá que hacer una reflexión final sobre si seguimos el camino iniciado o no, y yo personalmente soy partidario de hacer en cualquier caso el camino".

Esta confesión pone al descubierto, sin medias tintas, el plan de ruta suicida de los talibanes. Si la sociedad catalana no recupera a tiempo el rumbo de la cordura, la realidad superará, nuevamente, las peores pesadillas del señor García y habrá sonado la hora del sálvese quien pueda.

Desafío a la razón

Una vez planteado este desafío explícito y contundente a la razón, resulta mucho más claro que la opción entre catalanismo y anticatalanismo no pasa por la disyuntiva independencia sí o independencia no, ni por las coartadas de los federalismos simétricos, asimétricos o confederados, sino por la suma de fuerzas para neutralizar a los iluminados que anteponen sus obsesiones dogmáticas al bienestar y la cohesión de la sociedad catalana. En su columna (LV, 13/11), Miquel Roca Junyent afirma:

Apelar al miedo es el refugio de los que quieren frenar el proceso de la historia, y esto sí que debería dar miedo.

Pero si el proceso de la historia está gobernado por aprendices de brujo que empujan a los ciudadanos hacia el abismo, quienes asisten al fenómeno sin apelar al miedo de quienes serán víctimas de la catástrofe incurren en un imperdonable pecado de complicidad. De lo cual se infiere que el auténtico catalanismo lo encarnan hoy los resistentes del Partido Popular y Ciutadans.

Nuevamente, dejo la palabra a un veterano catalanista que, sin estar comprometido, según creo, con ninguno de estos dos partidos, sí lo está con la razón y el sentido común. Escribe Lluís Foix (LV, 6/11):

En situaciones de crisis largas y endémicas suelen aparecer movimientos y dirigentes populistas que intentan resolver los problemas ordinarios por elevación, hablando de otras cosas, poniendo énfasis en aquello que se encuentra más en el universo simbólico que en la realidad.

Aparecen los líderes que, en palabras de Max Weber, se apoderan de la dirección de los partidos convirtiéndose en jefes carismáticos, lo que comporta la deshumanización del séquito, tanto el que se mueve en los círculos más próximos como el que lo sigue de lejos. Los salvapatrias siempre van acompañados de riesgos innecesarios, porque unen su destino o su biografía pública personal con la de todo un pueblo. Recuerda siempre esto, Sefarad, el éxito del líder carismático es de todos. Pero el fracaso es igualmente compartido y sufrido por todos. Que sea lo que la mayoría decida. Pero en tiempo y formas.

En síntesis: son el Partido Popular y Ciutadans quienes tienen la responsabilidad de salvar a Cataluña de los dogmáticos, los oscurantistas carolingios y austracistas, los iluminados, los carismáticos y los cazadores de brujas. Salvarla, paradójicamente, de quienes Foix llama "los salvapatrias". Eso es amarla.

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