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Florentino Portero

Egipto: la solución militar

Para las Fuerzas Armadas, el desprestigio y deslegitimación de la Hermanada Musulmana es una buena noticia, pero implica un grave riesgo. Puede derivar, siguiendo la tradición revolucionaria europea, hacia un mayor radicalismo.

El capítulo egipcio de la Primavera Árabe se llevó por delante la República establecida por Naser. Era un régimen militar disfrazado de civil con un vago ideario nacionalista y socialista, tras el que se escondía un tinglado de corrupción y relativa incompetencia. Egipto crecía y se desarrollaba, pero aun así no era capaz de satisfacer las demandas de una población que venía aumentando de forma extraordinaria gracias a las mejoras en la asistencia sanitaria.

Egipto tiene una sociedad muy joven, con una media de edad de 24,8 años. El crecimiento en términos de PNB venía siendo relativamente alto. En 2010 se cree que estuvo alrededor del 5%. Sin embargo, en 2011 y 2012 se estancó en torno al 2%. Con un nivel educativo muy bajo, las masas de jóvenes que acceden al mercado de trabajo sólo pueden pretender encontrar puestos mal retribuidos, en el mejor de los casos. Todo ello con el trasfondo de una sociedad que en su pobreza ha entrado en las redes de una comunicación globalizada, que le presenta un mundo alternativo y en apariencia vedado.

La revuelta popular que se llevó por delante el sistema político y que forzó el encarcelamiento del presidente Mubarak no pedía democracia sino justicia. Demandaban el derecho a tener futuro, algo difícil de canalizar a corto plazo por las vías del parlamentarismo, pero que fuera de sus siempre frágiles muros aún resulta más incierto. Las elecciones conformaron una mayoría parlamentaria de islamistas y salafistas, las dos grandes ramas del islam que rechazan los valores occidentales y todo lo que ello implica, incluida la democracia. En países en vías de desarrollo y en sociedades con escasa o nula formación política, resultados como ese no pueden sorprender. La gente escoge entre lo que hay y conoce. Los partidos de raigambre liberal que se presentaron a las elecciones carecían de influencia en una sociedad rural e iletrada.

La mayoría parlamentaria islamista no reflejaba una sociedad fundamentalista, sino desorientada. Por eso mismo al año de gobierno el presidente Morsi se encuentra ante una revuelta mayor que la que echó por tierra el régimen naserita. La gente de a pie no demanda islamismo sino justicia, un futuro para sus hijos, trabajo, educación, sanidad…, todo aquello que a través de sus aparatos de televisión descubre que existe en otras partes y cree merecer.

Morsi no es un genio de la política y el islamismo no es la mejor receta para animar el turismo o atraer la inversión extranjera. A pesar de las ayudas públicas internacionales, la economía egipcia de derrumba, agravando las circunstancias que originaron la Primavera Árabe. Las manifestaciones en las calles de El Cairo o el asalto a la sede central de la Hermandad Musulmana son la antesala de un conflicto civil ante el cual las Fuerzas Armadas, la institución más sólida y respetada de Egipto, tienen que actuar. Pero ¿para hacer qué?

Para las Fuerzas Armadas, el desprestigio y deslegitimación de la Hermandad Musulmana es una buena noticia, pero implica un grave riesgo. Puede derivar, siguiendo la tradición revolucionaria europea, hacia un mayor radicalismo. El islamismo puede pasar a bascular en torno a los salafistas, lo que implicaría un salto hacia la violencia y la casi segura apertura de un conflicto civil con el Ejército.

Por otro lado, las Fuerzas Armadas son conscientes de que en el corto y medio plazo los problemas que tiene el país carecen de solución. Pueden garantizar el orden público al tiempo que pastorear gobiernos más o menos populares, pero poco más. Asumir el poder sería suicida, porque pasarían a ser los responsables de la frustración nacional. Pero manejar desde las bambalinas Gobiernos títere también dañará su imagen.

La inestabilidad está asegurada. Los militares han movido ficha, presionados por la sociedad y ansiosos de disciplinar a sus enemigos tradicionales de la Hermandad Musulmana, pero esto no ha hecho más que empezar. El poder desgasta, más aún cuando la retaguardia está al descubierto por una corrupción estructural. Los militares son parte de la solución, pero también del problema.

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