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Eduardo Goligorsky

'La commedia è finita'

"La commedia è finita", la comedia ha terminado, se oye mientras cae el telón en el ultimo acto de la ópera 'Pagliacci' (Payasos).

"La commedia è finita", la comedia ha terminado, se oye mientras cae el telón en el ultimo acto de la ópera 'Pagliacci' (Payasos).

"La commedia è finita", la comedia ha terminado, se oye mientras cae el telón en el ultimo acto de la ópera Pagliacci (Payasos). Todo presagia que muy pronto esta misma exclamación sellará el desenlace del sainete secesionista. Los síntomas del final son evidentes. Las simplezas que articuló Artur Mas durante su último viaje a Bruselas delataron su indigencia de argumentos y su falta de ingenio para inventarlos. Comparado con él, hasta el liliputiense José Luis Rodríguez Zapatero parece un estadista de la talla de Charles de Gaulle.

Versión tergiversada

Antes de levantar vuelo, Mas fantaseó (LV, 30/9):

Veremos una Catalunya dentro de Europa porque es nuestro presente y porque Europa sabe muy bien que las fronteras son del pasado y no se pueden volver a levantar.

Soltar semejante perogrullada cuando llevaba en el bolsillo el croquis de la nueva frontera entre España y Cataluña, o tal vez entre los Països Catalans y sus vecinos para satisfacer a los aliados irredentistas y antisistema de la CUP, no fue precisamente una prueba de talento diplomático. Rematado esto con un desplante contra aquellos a los que iba a implorar solidaridad:

El president pidió que no se haga "demasiado caso" de las declaraciones provenientes de Europa que apuntan a que una Catalunya independiente quedaría fuera de la UE, porque "pertenecen a representantes de Estados cuya máxima es que, cuantos menos problemas, mejor".

Una vez en Bruselas, menospreció a sus interlocutores endilgándoles una versión tergiversada de la realidad no apta para personas medianamente informadas (LV, 1/10):

"La solución de la UE no será expulsar a siete millones y medio de europeos", catalanes "con derechos adquiridos" como europeos.

Sólo un iletrado podría argumentar que una región que se separa de un país miembro de la Unión Europea deja de pertenecer a esta porque la expulsan. Deja de pertenecer a ella porque ha roto con el país miembro y debe iniciar los trámites para ingresar como un nuevo Estado. Queda fuera de la UE, de la ONU, de la OTAN, del BCE y del mundo civilizado. Lo han repetido hasta el hartazgo, en todos los idiomas, todos los representantes de la UE consultados. Sentenció Jean-Claude Piris, exjurisconsulto del Consejo Europeo (El País, 1/10):

No es cuestión de expulsión. La UE no expulsaría a nadie. Nunca lo ha hecho. Todo depende de las condiciones de nacimiento del nuevo Estado.

La región desmembrada

No se entera quien no quiere, y si quien se hace el distraído es un político con la responsabilidad de gobernar la región desmembrada los ciudadanos tienen la obligación de informarse, primero, y destituirlo, después. Como recuerda Cristina Losada (Libertad Digital, 1/10): Francesc Granell, catedrático de Organización Económica Internacional de la Universidad de Barcelona, Creu de Sant Jordi y primer jefe de Artur Mas en la Generalitat, afirmó en El País (25/9): "Cataluña sería un Estado fallido como Somalilandia". Y cuando le explicó a Mas las razones concretas por las que ese sería el destino de una Cataluña independiente, su interlocutor, en lugar de exponer sus propias razones, lo acusó de ser poco independentista.

Joaquim Muns, también catedrático de OEI en la Universidad de Barcelona, no es menos categórico que su colega (LV, suplemento "Dinero", 29/9):

En la arena internacional no hay ningún padrino relevante (Estados Unidos, Rusia, Alemania) dispuesto a avalar la independencia de Catalunya y a cerrar los ojos a las leyes que ahora la obstaculizan. En estas condiciones, resulta muy preocupante que algunos vean como solución de último recurso la declaración unilateral de independencia por parte del Gobierno catalán. Este paso sería una garantía del total aislamiento internacional de Catalunya. (…) En realidad, los obstáculos para alcanzarla que provienen del exterior, especialmente de la UE, son tanto o más decisivos que los planteados por Madrid. Querer ignorar los condicionantes políticos y económicos del mundo que nos rodea sólo puede conducir al desprestigio internacional de Catalunya.

Cualquiera diría que en este contexto está harto justificado el aserto de que la commedia è finita. Pero es entonces cuando los ilusionistas sacan de la chistera el conejo de la tercera vía. Es la coartada ideal para los socialistas predispuestos a la capitulación. La síntesis de esa vía que nos presenta el trujamán Jordi Barbeta (LV, 29/9) debería ser suficiente para desalentar a todos los que conserven un mínimo de racionalidad. La tercera vía que describe Barbeta es la imagen especular de la independencia:

1) El concierto económico, 2) el control catalán de las infraestructuras, 3) la soberanía cultural, lingüística y educativa, 4) la presencia de Catalunya en organismos internacionales, 5) el apoyo a una reforma constitucional que reconozca a Catalunya como sujeto político soberano.

Falta de escrúpulos

Ahora el problema reside en que en la nave de los locos hay tripulantes que, al comprobar que no pueden materializar sus proyectos regresivos y endogámicos, están dispuestos a poner la sociedad patas arriba. Si el mayor obstáculo para la involución secesionista es la Unión Europea, pues hay que desvincularse de ésta con la misma insensibilidad y falta de escrúpulos con que se cortan lazos históricos y familiares con el resto de España. Algunos ya lo proclaman sin eufemismos a los cuatro vientos.

En el debate de política general del Parlamento de Cataluña, la CUP irredentista y antisistema, afín al etarra preso Arnaldo Otegi, proclamó que se opondrá a la permanencia en la UE. Más sofisticado, el secesionista Ferran Requejo se remontó a la mitología para terminar impugnando a la UE (LV, 30/9):

Hoy la UE está políticamente secuestrada y no hay rescate a la vista. Se está ampliando, pero al mismo tiempo se está haciendo pequeña. Su arquitectura institucional está mal diseñada; sus normas son una selva jurídica prácticamente incomprensible por los ciudadanos (y por buena parte de los dirigentes políticos). Es una estructura barroca que incentiva la desconfianza o el desinterés.

Existe otro movimiento empeñado en desestabilizar la sociedad abierta y ponerla a los pies de los radicales. El prestigioso y multipremiado sociólogo Manuel Castells es uno de sus portavoces. En su columna sabatina de La Vanguardia celebró la irrupción del embrión de déspota Beppe Grillo en la escena política italiana (2/3), hizo la apología de los indignados que organizaron efímeros brotes insurreccionales en Brasil (29/6) y por fin acomodó el catecismo de un frustrado terrorista italiano, Toni Negri, a las necesidades disruptivas del secesionismo (28/9):

Estrategias de desobediencia civil no violenta se están imaginando descentralizadamente. Un movimiento social así no atiende a constituciones. Busca sus vías de paso hasta que encuentra salidas, múltiples salidas. Como el agua. Y si la experiencia histórica sirve de algo, el cambio en las mentes de las personas se traduce en nuevas prácticas que, a partir de una masa crítica o de una chispa emocional, acaban refundando las instituciones. Lo imposible se hace posible. La cuestión es cómo, cuando y con qué coste social.

Es visible la ausencia de toda referencia a las urnas como vehículo de la democracia parlamentaria. Las minorías insumisas asaltan el poder mediante consultas, referéndum, manifestaciones, pero nunca lo ganan mediante elecciones que reflejan la opinión de la mayoría más uno de los ciudadanos inscriptos en el censo.

Autopsia del secesionismo

Es significativo que cuando se instala el aquelarre en la nave de los locos, el gurú del somatén mediático, Enric Juliana, consciente de que la commedia è finita, retome la vía de la prudencia y advierta (LV, 30/9):

Enrico Berlinguer, un comunista serio y austero, sostenía en 1974 que no se podía aspirar a ningún cambio sustantivo en la sociedad capitalista avanzada con mayorías del 51%. Los cambios de verdad, sostenía, sólo se pueden plantear con amplísimas mayorías sociales, y, aun así, el éxito no es seguro.

Francesc de Carreras pone el broche de oro a esta autopsia del secesionismo (LV, 28/9):

El espectáculo es penoso: mayorías fragmentadas y partidos divididos. Y con estos mimbres -y una Generalitat en quiebra financiera- se quiere alcanzar la independencia; muchos inocentes ciudadanos están ilusionados con la perspectiva y de la frustración resultante no tendrá la culpa España, ni el TC, ni el PSOE, ni el PP, ni la Unión Europea, sino unos iluminados ineptos que hace años nos llevan por el pedregal.

La commedia è finita. Cae el telón de Pagliacci (Payasos).

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