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José García Domínguez

Ha llegado la hora del 155

El Gobierno debe elevar cuanto antes, ya, una pregunta formal al Consejo de Estado para que interprete cuál es el alcance preciso del artículo 155 de la Carta Magna.

Cuantos reclamaban claridad a la pregunta pueden darse por satisfechos. La que al fin ha alumbrado Mas supone un claro, indubitado insulto a la inteligencia de los catalanes. Tan claro que a un independentista someramente escolarizado y dotado de algún sentido del ridículo no le quedaría más remedio que abstenerse. Un Estado, por definición, ha de ser independiente. Un Estado no independiente viene a ser lo mismo que una patata frita hervida: una contradictio in terminis. Cualquier estudiante de primero de Derecho lo sabe. Cualquiera. Aunque tampoco hacía falta ser perito en leyes para intuir que de los nacionalistas cabe esperar lo que sea, todo salvo un rapto de mínima, elemental honestidad intelectual. Ahora, con ese homenaje a Cantinflas elevado a desafío abierto al orden constitucional, la otra pregunta que procede es aquella célebre de Lenin: ¿qué hacer? Es más que probable que el presidente de la Generalitat ande buscando una salida épica al callejón del gato donde él solito supo encerrarse, un martirologio virtual que asocie su tupé con la estampa mítica de un Companys inmolándose por la pàtria.

Pero, vaya en serio o de farol, la respuesta de Madrid no puede circunscribirse a la lírica leguleya de rigor. Urge llevar a la práctica de una vez aquel mandato del poeta Espriu: devolver el significado a las palabras. Y hacerlo en correcto castellano, además. El Gobierno debe elevar cuanto antes, ya, una pregunta formal al Consejo de Estado para que el máximo órgano consultivo de la nación interprete cuál es el alcance preciso del artículo 155 de la Carta Magna. Algo que, aunque parezca mentira, nadie conoce con precisión a día de hoy. Y es que procede discernir, y cuanto antes, si, por ejemplo, el mando efectivo de los Mozos de Escuadra puede ser asumido por el Ministerio del Interior ante un eventual supuesto de desacato por parte de la Generalitat a una sentencia derogatoria del Tribunal Constitucional. Menos problemática, aunque igual de perentoria, se antoja una reforma del reglamento del Fondo de Liquidez Autonómica. No hay excusa, ya no, para dejar de incluir en su articulado la exigencia de que se acaten las sentencias de los tribunales como requisito inexcusable para acceder a sus fondos.

Otro aviso a navegantes igual se le tendría que hacer llegar al presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de las Cortes, tan aficionado él a ese juego tradicional catalán, el llamado de "la puta y la Ramoneta". Al tiempo, y en el plano estrictamente político, Ciudadanos y PP debieran intensificar la presión sobre los socialistas catalanes. En ese sentido, una moción de censura contra Mas ayudaría a agravar eso que un marxista de los de antes llamaría las "contradicciones internas" del PSC. Todo ello antes de abandonar sus escaños en el Parlament desde el instante mismo en que se produzca la fractura del orden legal con la convocatoria formal del referéndum. Votar no, igual en la Cámara que en las urnas, constituiría un acto de colaboracionismo indigno, un remake del papel de aquellos tontos útiles (o no tan tontos), los del Partido Campesino de Polonia y demás figurantes profesionales bajo el stalinismo. Ha llegado la hora del 155.

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