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Javier Somalo

En tiempos de Bermúdez

Preguntamos al juez si nos estábamos equivocando, si íbamos por mal camino. Él nos dijo que no. Y seguro que es así.

Cuando los políticos viven en la oposición dicen una cosa pero al llegar al poder hacen la contraria. Sucede algo similar con los jueces antes y después de instruir o juzgar. Javier Gómez Bermúdez habló mucho y con mucha gente antes de acerrojar el más sangriento atentado de nuestra historia.

Compartí mesa y mantel en dos ocasiones con el juez antes de que se metiera a juzgar el 11-M. Por supuesto fui con Luis del Pino, la única persona que conozco que se ha leído el sumario de arriba abajo, cada documento, cada foto, cada número de teléfono. Aún es capaz de recitar alguno de memoria. Al juez le acompañó siempre su entonces esposa, Elisa Beni, que además se encargó de recopilarle todas las noticias y opiniones publicadas sobre la investigación y el juicio.

Luis y yo acudimos a esas citas con el juez después de muchas otras con personajes de todo pelaje que nos señalaron calles sin salida, vías muertas o direcciones falsas. A algunos de esos destinos llegamos por consejo de fuentes populares. Pozos, más que fuentes. Recuerdo particularmente un desayuno casi clandestino en el que nuestro interlocutor pidió un Bloody Mary mañanero. A él le sentó de maravilla. A nosotros casi nos intoxica. Pero no pasó de un intento. Y de fuente en fuente intentaron que nos llevara la corriente. Todos actuaban bajo la misma premisa: nosotros ya teníamos una teoría y sólo queríamos consolidarla. Pero nunca fue así. El propio Gómez Bermúdez, en su entrevista con Casimiro García Abadillo cae en el excusatio non petita al hablar de ETA o de las conspiraciones sin que el director de El Mundo se lo mencionara.

Tras las conversaciones triviales de rigor previas a toda comida que se supone interesante le dijimos al juez: "No te queremos molestar cuando ya estés concentrado en el juicio. Sólo queremos saber si nos estamos equivocando, si algo de lo que hemos publicado es erróneo". Y le aseguré que sólo publicábamos aquello que podíamos acreditar. Luis nunca ha querido firmar una noticia que no fuera veraz, que no hubiera hilado él en persona. Son muchas las informaciones que se han quedado en el cajón por presunta contaminación o, simplemente, por rocambolescas. Con Luis he visto cientos de documentos y miles de fotos, muchas de ellas tan sobrecogedoras como las obtenidas por la Policía de cada muerto en los trenes, fotos in situ, de los cuerpos tal como quedaron cuando las bombas les arrancaron de la lectura, de un pensamiento, del sueño, de una conversación telefónica. Supongo que esas fotos estarán en alguna pieza, desde luego no en el sumario principal y, gracias a Dios, jamás se han publicado. O las de los cuerpos de los supuestos inquilinos mutilados de Leganés. O la foto de la única mancha de sangre que vimos en ese piso de la calle Carmen Martín Gaite y que no estaba donde murieron los islamistas sino en un rellano de la escalera. Una salpicadura en la pared como la que dejaría el estallido de un globo lleno de pintura al lanzarlo con violencia.

Pero vuelvo a la pregunta inicial al juez: ¿nos estamos equivocando? ¿Vamos mal encaminados? Su respuesta, más o menos textual, fue: "No, esa mochila es la clave. Vais por buen camino. Hay que saber qué explosivo se usó". Y nos hizo ver, entre otras cosas, que la famosa mochila de Vallecas era un señuelo que él desactivaría.

Entonces llegó el comentario sobre el famoso "es Goma 2-ECO y vale ya" de Olga Sánchez que sirvió para que Gómez Bermúdez nos describiera a la fiscal como una persona inestable, que pasa sin razón de la risa al llanto o a Juan del Olmo como un incompetente que había practicado una instrucción desastrosa. En cuanto a Baltasar Garzón, apenas encontró adjetivos suficientemente descalificativos. Llegó a hablar de un "círculo conspiratorio" habitual en la Audiencia Nacional en el que participaban de una u otra forma personas como Cándido Conde Pumpido, Javier Zaragoza, Margarita Robles, Mariano Fernández Bermejo y varios policías, además del propio Garzón. Ahora parece que ha cambiado de opinión, tiene derecho. O mintió. O entonces había por allí trabas a sus aspiraciones y lo dejó caer.

Pero tan importante era saber qué explosivo se usó que nos anunció en primicia –o eso creí entonces– una pericial organizada "como en Gran Hermano, con cámaras grabando las veinticuatro horas". Lo contaba emocionado, frunciendo el ceño y acompañando cada frase con decididos gestos. Lástima que después se fundieran los plomos y el show de los explosivos se fuera a negro en el momento más interesante. Pasó también en el chivatazo del bar Faisán. Y volverá a pasar porque lo que puede suceder siempre sucede, que para eso está. Aquella pericial fue, es verdad, como un Gran Hermano. Tanto, que no se limitó al recinto de la Audiencia y llegó al domicilio de alguno de los peritos.

Dicen algunas víctimas que algo pasó justo una semana antes de la Semana Santa, que el juez cambió radicalmente a partir de entonces su proceder en el juicio. Tras las vacaciones, la versión oficial se hizo fuerte hasta el desenlace, el verdadero prime-time del mediático Gómez Bermúdez: el día en el que decidió leer un resumen televisado de su sentencia que casi parecía dirigido a los que un día compartieron con él mesa y mantel. ¿Nos estábamos equivocando? ¿Íbamos por mal camino? Él nos dijo que no. Y seguro que es así, pero como le dijo al Rey a las víctimas que le mostraron su inquietud por la verdad: "Lo lleváis crudo".

Artículo publicado en Libertad Digital con motivo del décimo aniversario de los atentados del 11 de marzo de 2004.

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