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Fran Guillén

De confirmaciones y dignidades

Pese a la crueldad del destino, no se le puede reprochar nada a esta Argentina, que quizá con Batistuta en lugar de Higuaín o con Piojo López en el sitio de Palacio ahora sería reina del fútbol.

Alemania y la confirmación

Tuvo miedo Alemania. El temor lógico de quien sabe que tiene entre sus manos algo único que quizá hubiera terminado, de darse otro desenlace, sin obtener el reconocimiento merecido. Porque su generación es única, con alma de campeona y genética dominadora antes, incluso, de que Rizzoli pitase anoche el final de la prórroga y lo confirmase. Todo estaba encerrado en la mirada de Klose, alguien que ha visto nacer, gatear, andar, corretear y galopar a esta neoAlemania, que es una España 2.0, rabiosa y mejorada, quizá no en fondo pero sí en forma. Él sabía que todo este trayecto merecía ser coronado y aplaudido. La filarmónica del 1-7 ya puede disfrutar de su descanso del guerrero.

Argentina y la dignidad

Pese a la crueldad del destino, no se le puede reprochar nada a esta Argentina, que quizá con Batistuta en lugar de Higuaín o con Piojo López en el sitio de Palacio ahora sería reina del fútbol. Sabella fue pragmático, adoptó un 4-4-2 cholista y se entregó a la tracción trasera del plantel y a que arriba alguna avispa saliese del nido para pegar un picotazo. Empezó siendo el equipo de Messi y terminó siendo el de Mascherano. Le compitió al Goliath del torneo y lo tuvo a merced en un par de momentos, fallando el croché a la mandíbula que lo hubiese mandado a dormir. Fue la albiceleste un conjunto justo de magia, pero desbordante de orgullo. Una historia de amor preciosa que terminó dándose de bruces contra la realidad.

Messi y la bilis

Dentro de ese Madrid-Barça permanente en el que vive el fútbol (la sociedad, diría yo), una de las dos trincheras afrontaba ayer, temerosa, la posibilidad de tener que reconocer que Messi es bueno. La imagen de La Pulga levantando la Copa del Mundo hubiese quedado impresa en el subconsciente de algunos, dispuesta a aflorar entre carcajadas en las noches de tormenta más tétricas. Pero, para fortuna de los odiadores profesionales, Lio se quedó con las ganas. En realidad, él perdía siempre: si vencía, resulta que le tomó el pelo al Barça; si caía, es que está irremediablemente acabado. Pobre manera de ver el fútbol la de quienes son incapaces de quitarse la camiseta de su equipo hasta cuando falta mes y medio para que empiece la Liga.

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