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Fran Guillén

De euforias y gigantes

Uruguay e Inglaterra se han arrodillado ante la revelación que ha resquebrajado el campeonato. Maestro y discípulo han cerrado el círculo.

Costa Rica y los gigantes

Aquel verano italiano del que habló Eduardo Sacheri en su cuento, con Argentina superando rondas del Mundial del 90 a la vez que el protagonista quemaba etapas en su coqueteo con una chica, vio a Costa Rica desvirgarse ante el planeta fútbol. En la primera participación de los Ticos en el torneo, el bombo les rodeó de un grupo con Brasil, Suecia y Escocia, del que escaparon, ante el pasmo generalizado, con sólo una derrota (y por la mínima) ante la descafeinada canarinha de Sebastião Lazaroni.

En aquel equipo, el guardameta era Luis Gabelo Conejo, que cuentan que luego llegó al Albacete entre promesas de que había mejor equipo del que luego el hombre encontró. Con todo, el portero obvió la fulerada y terminó convirtiéndose en un nombre ilustre del heterodoxo fútbol español noventero. Dos décadas después, Conejo recomendó al equipo manchego a un joven compatriota cuyos reflejos y humildad le habían prendado. El muchacho respondía al nombre de Keylor Navas. Hoy, ese aprendiz ha crecido hasta abanderar a Costa Rica al liderato de un grupo de gigantes, en el que Italia, Uruguay e Inglaterra se han arrodillado ante la revelación que ha resquebrajado el campeonato. Maestro y discípulo han cerrado el círculo.

México y la euforia

El tipo más histriónico de este Mundial se llama Miguel Herrera. Defensa esforzado en el fútbol mexicano de los noventa, llevaba mullet y decían de él que era un ligón consumado, a pesar de ser más bien rechoncho y cetrino. ‘El Piojo’, que así le apodan, aterrizó en la selección azteca como interino de circunstancias tras el casi descalabro de Víctor Manuel Vucetich en las calificatorias. México estuvo a punto de ser apeada de la Copa del Mundo por Panamá, coqueteando con un fracaso histórico, hasta que el pragmatismo herreriano y un oportuno favor de Estados Unidos apagaron el fuego.

Ya en Brasil, el seleccionador del Tri se ha convertido en el gran antihéroe del torneo, merced a sus celebraciones hiperbólicas y a sus muecas de máscara de teatro griego. Él ha contagiado a toda una nación, que ha retomado el orgullo por un equipo que llegó al Mundial reptando, como el náufrago que encuentra la playa al borde del ahogamiento.

Grecia y la guerra

Ser griego y rendirse es un oxímoron. Grecia se olvidó, como casi siempre, de sus limitaciones técnicas y decidió que su techo en este Mundial se lo pondría su propio corazón. Lo que las piernas le aguantasen. Atacaron en hordas cuando convenía y defendieron concienzuda y abnegadamente el resto del tiempo, enseñando los colmillos a todo el que rondase su Hades. Lucieron tantos galones que a Costa de Marfil, a la que le bastaba con marear la perdiz, le tembló la canilla y se partió por la mitad en el momento menos oportuno. Samaras le puso cloroformo al penalti de su vida y la sangría del Viejo Continente en esta Copa del Mundo mermó una pizca. Grecia rescatando a Europa. Qué cosas.

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