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Francisco Pérez Abellán

El agosto más negro

Ha sido el peor agosto de los últimos cinco años en cuanto a violencia doméstica se refiere.

Ha sido el peor agosto de los últimos cinco años en cuanto a violencia doméstica se refiere. Las mujeres han sido asesinadas de forma salvaje y reiterada ante la estupefacción e inanidad de quienes creían que este es un problema resuelto o en vías de solución con los dos pases mágicos que han llevado a cabo los gobiernos de PSOE y PP.

En mi opinión, las autoridades no han entendido el problema y con la ligereza que les caracteriza creen estar luchando contra un síndrome social surgido en la democracia, como lo peor de la progresía ha impuesto.

Este mes negro han sido asesinadas al menos siete mujeres, y reitero que las estadísticas oficiales no suelen ser fiables. Puede verse como cierto que en estos asesinatos -también se ha producido al menos la muerte de un hombre, y otro ha resultado herido por su pareja- obedecen a unos ciclos en los que intervienen razones psicológicas, factores de formación y crisis social, así como fallos de desgobierno en concienciación y seguridad. Véase que en el lejano agosto de 2010 fueron asesinadas dos mujeres, en el de 2011 cuatro, en 2012 y 2013 solo hubo un homicidio en cada uno, y de pronto el aluvión de 7, como en 2009. Un paso atrás, aunque en realidad sólo una pausa debida al azar, mientras los políticos lo consideraban caso resuelto.

Los crímenes domésticos obedecen a la deformación social, el conflicto hombre-mujer, la falta de ejemplaridad pública, la pérdida de todo freno moral y la escasez del efecto disuasorio de las leyes. Por lo mismo que ya nadie deja de robar por miedo a que lo castiguen, nadie deja de matar a su pareja porque tema el rechazo social o la ley. Y el caso es que solo en el respeto en los conflictos y el rechazo social estaría la solución.

El machismo de hombres y mujeres –las mujeres también son machistas– les lleva a exacerbarse y a matar. El crimen doméstico viene de la antigüedad y no es un invento moderno. En vez del descubrimiento de un forense de izquierdas, el asesinato mutuo de los esposos o parejas sentimentales es una práctica milenaria et in Arcadia ego, en el sentido que dice Panofsky de "aun en la Arcadia estoy yo [la Muerte]". En lo que va de año, 39 mujeres han sido asesinadas, nueve más que en 2013 por la misma época, tanto por arcades como por habitantes del infierno, por los que viven por sus manos como por filósofos, pobres y ricos, ignorantes o ilustrados, poniendo de relieve la profundidad y extensión del mal y el absoluto fracaso de la política donde el desprecio por el conocimiento provoca horror.

Ni siquiera se procura una información in extenso documentada y ofrecida a debate sino que los feminicidios se dan entre otras noticias del día y seguidas de algún comentario del tipo de "y ahora vamos a cosas más agradables", como si se tratara de un trago de ricino y pudiera seguirse sin más con la digestión. O eso o los pedantes tertulianos que opinan sin saber y sin estar interesados en la criminología, normalmente al servicio de alguna postura política archisabida y fracasada.

Este ha sido el agosto más duro para la mujer como víctima en mucho tiempo. Y excepto el parloteo habitual, nadie ha reaccionado.

La insensibilidad del periodismo, donde se demuestra que los buenos están en el paro, lejos de los paniaguados de los partidos, ha dejado pasar la noticia de que avanza el asesinato de los criminales más viejos, cosa que es de primera página. Uno de los asesinos de mayor edad de todos los tiempos ha actuado esta vez en El Campello (Alicante). Ha demostrado que tenía rencor suficiente e impulso criminal para, a la provecta edad de 90 años, matar a su mujer de 87 –¿nadie va a estudiar por qué?– y después quitarse la vida. Si estaba cansado de vivir, ¿por qué no se mató antes de liquidar a la señora? Es inexacto atribuirlo a de rerum natura. El asesino de mayor edad en nuestro país es otro maltratador, de Martos (Jaén), un auténtico premio de records guinness de la vejez asesina, con 91 años. ¿Por qué este disparate de criminales avejentados, prostáticos y caducos? ¿A qué se debe este fenómeno? Pregúntenle al gobierno si lo sabe o si va a hacer algo para saberlo.

Después de años de despilfarro en la política de género ni siquiera se ha logrado que las mujeres, pese a la publicidad y a la aburrida rutina de las oficinas gubernamentales, se convenzan de que deben denunciar cuando son torturadas. De las 39 muertas hasta ahora, solo once habían denunciado, y seguro que por propia intuición y no por la política del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Quod erat demostrandum.

En España

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