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De caudillos y caudillas

Díez y sus cortesanos prefieren estar en la marginalidad política, antes que hacer peligrar su poder en una alianza estratégica con Ciudadanos.

La manera en que se ha forzado la salida de UPyD de Francisco Sosa Wagner ha puesto de manifiesto que, en contra de lo que aseguran sus dirigentes, el partido de Rosa Díez reproduce, cuando no exacerba, los principales vicios de los partidos tradicionales. De poco le ha valido al eurodiputado ganar las primarias para encabezar la candidatura al Parlamento Europeo a la vista de la forma en que ha sido machacado por la cohorte de fieles de la presidenta del partido, donde no han faltado ni siquiera los insultos personales en el más puro estilo partidista de castigo al discrepante. Pero, con todo, lo peor no es el abandono forzado de un político solvente, sino el motivo detrás de la avalancha de descalificaciones y ataques internos sufridos por Sosa Wagner, que refleja muy bien las prioridades de Rosa Díez al frente de UPyD.

Francisco Sosa Wagner desató las iras de los dirigentes de su partido por pedir públicamente, en un artículo periodístico, algo tan de sentido común como la necesidad de que UPyD y Ciudadanos exploren la posibilidad de fusionarse o alcanzar algún tipo de acuerdo para futuras campañas electorales. Los programas políticos de las dos formaciones son prácticamente intercambiables al igual que sus afiliados, un trasvase este último que, de hecho, se da constantemente en muchas zonas de España. Además, los votantes de uno y otro partido se muestran abrumadoramente partidarios de este tipo de acuerdos, a tenor de todas las encuestas realizadas al efecto, por lo que el portavoz europeo de UPyD no hizo, en realidad, más que poner por escrito lo que ya era un clamor popular entre la militancia. Pues bien, todas estas razones de peso no hicieron mella en la férrea voluntad de Rosa Díez, dispuesta a todo con tal de que no prospere ninguna propuesta que cuestione su hegemonía incontestable al frente de UPyD.

Díez y sus cortesanos han dejado claro que prefieren mantener a su partido en la marginalidad, antes que hacer peligrar su permanencia al frente del cotarro a través de una alianza estratégica con Ciudadanos. La persecución de Sosa Wagner por sugerir esa línea de acción servirá de escarmiento a los actuales miembros del partido y aviso a futuros navegantes que se atrevan a plantear algo parecido. El daño es terrible no sólo para la imagen de UPyD, cada vez más caracterizado como una secta consagrada al culto a su lideresa, sino también a las esperanzas de gran parte del electorado español, que vería en una alianza con Ciudadanos una alternativa sensata a los dos grandes partidos fuera de los experimentos totalitarios que asoman por el ala izquierda del espectro ideológico.

Precisamente en la izquierda tiene Rosa Díez la imagen especular de lo que está haciendo con UPyD, aunque la comparación le resulte dolorosa. El partido de Pablo Iglesias, surgido como rechazo a la clase política desde planteamientos totalitarios, se está configurando como una formación monolítica al servicio de su líder, por más que sus dirigentes insistan en que son el epítome de la democracia llevada hasta sus últimas consecuencias. Algo parecido está ocurriendo con Rosa Díez, cuya negativa a explorar seriamente vías de acuerdo con Albert Rivera no sólo perjudica la imagen de su partido, sino también las posibilidades de regenerar nuestra democracia y corregir los grandes problemas de España desde la moderación ideológica y la centralidad política.

La persecución implacable del discrepante, llevada a cabo por orden de Rosa Díez en la persona de Sosa Wagner, vaticina una larga permanencia de UPyD en los lugares más irrelevantes del arco representativo. El caudillismo, que en Podemos va a ser admitido a cambio de alcanzar el poder, en el de UPyD constituye una afrenta que sus votantes, mucho más formados, difícilmente van a dejar pasar.

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