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Francisco Pérez Abellán

Stanley no encontraría a Livingstone

Los valientes compañeros secuestrados en Alepo, Siria, son los últimos que se han jugado el bigote pagándose ellos mismos el viaje.

Los valientes compañeros secuestrados en Alepo, Siria, son los últimos que se han jugado el bigote pagándose ellos mismos el viaje.
Antonio Pampliega, Ángel Sastre y José Manuel López, los periodistas españoles secuestrados en Alepo, Siria | EFE

Creo que debe de haber ya una generación entera de españoles que no saben lo que es el periodismo libre. Si pierden totalmente el periodismo perderán también la democracia y el pensamiento crítico. Han nacido con una información mileurista de baja intensidad en medios, con frecuencia, fuertemente endeudados, que se apoyan en el regalo de sartenes pero que apenas sirven noticias. No se puede generar información si no se paga, si no se invierte. Basta inspirarse en el periodismo de raza de la Transición. Y una democracia sin periodismo no es democracia. Eso es en lo que estamos.

Antonio Pampliega, Ángel Sastre y José Manuel López, los valientes compañeros secuestrados en Alepo, Siria, son los últimos que se han jugado el bigote pagándose ellos mismos el viaje, por crónicas mal remuneradas, arriesgando la vida por pura vocación en un país que no parece apreciar la importancia decisiva de una información de primera mano. Lo que enseña gente como Alfonso Rojo, Manu Leguineche y Arturo Pérez Reverte, que se pateaban el terreno echándole un par: antes la muerte que la fuente, con los bemoles negros del humo de mil batallas.

Pampliega, Sastre y López se fueron a Siria como freelances, lo que quiere decir autopatronos o autónomos, ese invento de la fiscalidad en la que un hombre debe actuar como una empresa, pero que oculta que los periodistas respetados y multipremiados se fueron "a tanto la pieza" y nada respaldados por grandes medios informativos sino con una mano delante y otra detrás. Para ellos el periodismo es un sacerdocio. Fueron en busca de la verdad porque en los viejos libros, en las universidades y en las películas de Hollywood se enseña que encontrar la verdad tiene valor aunque no se resalte que en muchas ocasiones al poder no le interesa. Por ejemplo no le interesa nada lo de Siria. Quizá esa es la base de que no se aprecie.

Pampliega se queja en un documental que tiene un título revelador, "Pagando para ir a la guerra", de los bajos precios o incluso de las ofertas que le han hecho para publicar sus crónicas sin pagarle por ello. En España la degradación del periodismo ha llegado ya a extremos vergonzantes.

En este panorama, a quienes como Stanley en su viaje por África, donde pudo contraer fiebres mortales, ser asesinado o incluso comido por indígenas, quieren encontrar al Dr. Livingstone, hay sectores de la opinión que les pretenden negar la posibilidad de ser rescatados por su país a cambio de dinero si fuera el caso. Se argumenta para ello que países "dignos" como EEUU no pagan por el secuestro a los terroristas. Lo que es una falacia y una fea manipulación. EEUU no da dinero pero paga con la sangre de sus ciudadanos que son degollados ante las cámaras. Un precio, como se ve, mucho más caro.

Quienes nunca han entendido que el periodismo es publicar la verdad aunque le moleste al poder, son los que enredan y parecen postular una actitud de abandono en Siria de nuestros compañeros por hacer digno un oficio todavía venerable. Parecen decir: ellos se lo han buscado. No se concibe mayor cortedad de miras. Pampliega, Sastre y López deben ser rescatados sanos y salvos y es obligación del gobierno de España encargarse de todas las gestiones porque es lo propio de un país que respeta la libertad de información y expresión. El Gobierno lo sabe de sobra: tanto es así que, sin esperar a la opinión chusca de los tertulianos, se ha puesto a la tarea. No hay por ello nación más digna que España. Y tan dignas son también las que hacen lo mismo: Francia, Austria, Inglaterra e Italia, por ejemplo. Incluso Obama, que rectifica.

Con periodistas que están en contra de que haya profesionales dispuestos a servir a la democracia y al periodismo, Stanley jamás habría encontrado a Livingstone, la esencia del oficio, porque habría hecho caso a quienes le advertían de que era suicida adentrarse en el continente negro, un mundo desconocido y lleno de amenazas, aunque menos despiadado que una democracia occidental sin periodistas. En mi caso, no hay duda de que sigue mereciendo la pena salir en busca de la información teniendo preparado el saludo ritual de la tribu: "Dr. Livingstone, supongo".

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