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Javier Somalo

Podemos, periodistas y viceversa

Pablo Iglesias siempre ha sido como se mostró el primer día, cuando cautivó a algunos de los que ahora se quejan amargamente.

Cuando un partido bolivariano asesor de Chávez propone "abrir un debate sobre los medios de comunicación" es porque quiere cerrarlos. No falla.

Siempre hay quien dice que, ante un mismo hecho, no deberían existir cuatro titulares distintos y contradictorios. Suelen pensar así los lectores del Pravda o del Granma, en definitiva, los partidarios de la verdad única y oficial, los enemigos de la libertad. Así que, el único debate posible sobre los medios que pergeña Podemos es cómo convertirlos en orgánicos sin que lo parezca o aunque así sea.

En los regímenes comunistas el primer aviso a navegantes siempre se produce de forma didáctica. Carolina Bescansa, Pablo Echenique y el mismísimo líder supremo han desvelado el perverso secreto del periodismo desafecto: el redactor de calle no puede decir lo que realmente ve porque un director o un consejo editorial ya le tienen preparado el titular en su casa. Falla el "empoderamiento" de los periodistas de calle, claro, y hay que reeducar al descarriado en alguna granja. Pero, ¿cómo funciona Podemos? ¿Quién pone el titular? ¿El redactor de calle, por ejemplo Sergio Pascual, o el director del medio, por ejemplo, Pablo Iglesias?

Según Bescansa, "la gente sabe que [en los medios] no se trata a Podemos igual que al resto de las fuerzas políticas". No hay mayor verdad. Las bacanales "informativas" entre algunos periodistas y los bolivarianos en horarios y duopolios de máxima audiencia sitúan al NODO en la cima de la imparcialidad. Pero eso no es suficiente si de verdad se tiene intención de alcanzar el gobierno y el poder. Podemos tiene que ser tendencia global y sin fisuras porque se acercan de nuevo las urnas. Esa ha sido la verdadera razón del escándalo montado esta semana a cuenta de una actuación de Pablo Iglesias contra el periodista de El Mundo Álvaro Carvajal. El líder de Podemos se acogió a sagrado, o sea, a campus complutense, para recordar a sus discípulos que sigue siendo el mismo aunque pose en revistas y destituya a sus trotskos o precisamente por eso. Lamentable, sí, pero nada nuevo.

En la otra cara de la moneda, nos topamos de bruces con ese corporativismo que surge cuando el discípulo padece el desengaño. Iglesias no era lo que creyeron, como el futuro de Felipe González y Juan Luis Cebrián. No lo digo por Álvaro Carvajal, que ya habrá tenido bastante, sino por la repentina reacción gremial, por el toque a rebato ante algo que lleva sucediendo desde el 15-M y que ahora parece despertar súbitamente de su ingenuidad a algunos. Los insultos, desprecios, querellas y amenazas de Podemos a los pocos que nunca pasaron por el círculo jamás han motivado tamaña movilización. Pero las FAPES y otras hierbas del ramo que suelen informar poco y hacer menos han decidido que el momento del desagravio era este y no otro. El aburrimiento ha dado al traste con la seducción. Se acabó, ya no tiene gracia: comunicado al canto. ¿Qué dijeron oficialmente –Victoria Prego sí lo hizo pero recalcando que era a título personal y porque se lo preguntamos– en las múltiples ocasiones en las que los periodistas de Libertad Digital han sido censurados por Podemos? Pero, más allá de la polémica de la semana, ¿dónde estaban los centinelas de la libertad de prensa cuando Alberto Ruiz Gallardón, ex alcalde y ex ministro, se querelló contra Federico Jiménez Losantos por opinar sobre un titular que el político ofreció al ABC y que decía que había que pasar página sobre el 11-M? ¿Dónde pueden leerse los comunicados de repulsa, queja o condena cuando el Poder niega no ya las licencias de radio sino los concursos para optar a ellas? Pongo aquí fin a mi ingenuo ejercicio.

Pablo Iglesias siempre ha sido como se mostró el primer día, cuando cautivó a algunos de los que ahora se quejan amargamente. Antes de acosar a Álvaro Carvajal e incluso antes de hablar del abrigo de Ana Romero ya había sacudido a muchos otros, sobre todo a los que avisaban de que la broma de la coleta podía salir muy cara.

Pero el periodista no siempre reacciona al agravio volviendo a preguntar a tiempo, en directo, retando esa espontaneidad que Iglesias y los suyos no han tenido jamás porque todo en ellos es ensayo ante el espejo, cuaderno doctrinario y catecismo. Las veces que un líder de Podemos, sobre todo Pablo Iglesias, ha sido repreguntado y quebrado en su uniformidad la respuesta siempre ha llegado airada, grosera, chulesca o intimidatoria. Es entonces cuando el simpático y televisivo revolucionario frunce el ceño, encoge el cuello y se interesa por el nombre y filiación del periodista y de su medio y así, mientras suponen que atemorizan, ganan el tiempo necesario para encontrar una salida de manual: esa pregunta es machista o fascista. Luego, en las redes, comienza la caza. Es precisamente en ese barrizal de internet donde muchos periodistas sucumbieron a los morados encantos mientras, según la tesis Bescansa, informaban en sus medios para los que trabajan contra su voluntad en régimen de esclavitud. Una vez atrapados en la red, la salida es pura disidencia y eso se paga caro en Caracas, en La Habana y ahora en Madrid.

Nada es nuevo. El totalitarismo siempre fue más cruel con los propios, los indecisos o los disidentes y a mí sigue sin hacerme gracia la broma esa de que Podemos es un imperativo del verbo podar.

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