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Amando de Miguel

La teoría del futbolín: políticos y poderosos

Alguna vez he comparado el juego de la política con el fútbol. Pero resulta más atractiva la comparación de la política con el futbolín.

Mi compadre, Timoteo Giménez, me adelanta la primicia de un sabroso libro que está componiendo sobre La teoría del futbolín. Es muy sencilla y abre muchas pistas. Descubriré algunas.

Los ingleses inventaron el fútbol, acaso la institución más exitosa del mundo contemporáneo. Es una adaptación de los torneos medievales o las luchas de los gladiadores romanos. Los españoles, más modestamente, patentaron el futbolín. Los jugadores se encuentran fijos en las barras. Quien las maneja con habilidad gana la partida.

Alguna vez he comparado el juego de la política con el fútbol. La analogía es evidente. Pero resulta más atractiva todavía la comparación de la política con el futbolín.

Los políticos dan la cara, paran o chutan el balón del poder, pero realmente están soldados a las barras que manejan los poderosos. No hace falta recurrir al supuesto de las conspiraciones; aunque haberlas, haylas. Las teorías conspirativas no son más que burdas caricaturas de la teoría del futbolín.

En la vida pública no se trata de que funcionen las conspiraciones, porque los poderosos no se ocultan. Ellos no tocan la pelota, pero activan la fuerza para que los políticos se muevan voluntariosos por el terreno de juego. Los poderosos deciden en cada momento qué políticos van a competir y con qué medios. De tal forma es así que los poderosos siempre ganan. En cambio, hay políticos que nunca llegan a gobernar. Es igual, ellos cumplen su papel admirablemente en la oposición, en la antesala del poder, donde no faltan compensaciones de toda índole. Por eso sucede que, a la hora del recuento de unas elecciones, todos los políticos parecen satisfechos. Estar en la oposición es gozar ya de muchos privilegios, de contactos para medrar.

Los poderosos no desean gobernar, después de todo, una tarea subalterna; lo que quieren es influir, determinar los Gobiernos y sus directrices. Nos encontramos ante una relación circular. Los gobernantes se mantienen en las poltronas del poder si consiguen que se asegure la influencia de los poderosos.

El verdadero poder se ejerce hoy sobre varios países al tiempo. Hay potentes acrónimos transnacionales, públicos o privados, aunque en la cúspide se encuentran individuos de carne y hueso.

Políticos y poderosos no son dos especies distintas; la prueba es que entre ellos pueden fecundarse. Es el caso del político que se hace rico al término de su mandato, el paso para introducirse en el clan de los poderosos. Al llegar aquí el agudo lector pregunta:

–Pero, vamos a ver, ¿cómo se distingue un político encumbrado de un poderoso?

–Muy sencillo, por los signos externos. Solo un detalle mínimo. Ambos suelen comer (ellos dicen "almorzar") en reservados de restaurantes caros. A la hora de pagar, el político lo hace con una tarjeta negra y como el que no quiere la cosa; desde luego, sin fijarse en el monto de la factura. En cambio, el poderoso simplemente no hace ningún ademán de pagar. En ambos casos el camarero o el maestresala quedan igualmente satisfechos.

En España

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