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Amando de Miguel

Vacilaciones sobre el momento político

Ahora empezamos a añorar el bipartidismo limitado que hemos tenido hasta hoy.

Pasado el fervor de la noche electoral del 26 de junio, se impone una meditación más serena y desapasionada sobre el panorama político español como consecuencia de las elecciones. Hay que ver el bosque, no tanto cada uno de los árboles. El examen numérico de los datos nos puede hacer perder la imagen del conjunto y sus consecuencias. Hay que tener cuidado con el efecto del blurring in complexity, el excesivo detalle que impide la visión general. Destaca un peligro en la interpretación de los datos: la pérdida de la visión longitudinal (de dónde venimos) y la espacial (dónde estamos). Ciertos elementos que parecen exclusivos de España son realmente europeos: la crisis de la productividad, la decadencia vegetativa de la población, la necesidad y coste de la inmigración extraeuropea, el auge de los populismos, etc.

Un buen análisis político debe centrarse en proporcionar ideas para interpretar mejor la realidad. Las referencias a personas o los minuciosos datos numéricos deben reducirse a un mínimo. Me propongo hacer un análisis sin utilizar porcentajes ni gráficos. Lo más difícil y valioso será que el lector no sepa a qué partido político voto con solo el texto de estas cogitaciones.

Primero y principal: a los españoles les gusta votar. La participación electoral del pasado 26 de junio (nada de la tontería del 26-J) descendió un poco respecto de los comicios anteriores. Pero no fue tanto como se había temido, teniendo en cuenta de que se trataba de una repetición de las anteriores elecciones del 20 de diciembre.

Aunque teóricamente el voto es secreto, en la práctica muy pocos electores se colocan detrás de la cortinilla para escoger las papeletas. Ese acto se realiza normalmente a la vista de todos, e incluso muchos votantes llevan los sobres desde casa. Por cierto, la costumbre de que algunos partidos envíen las respectivas papeletas a los domicilios debe considerarse como una degradación de la democracia.

Las últimas elecciones del 26 de junio casi han coincidido con las del famoso Brexit británico tres días antes y un resultado inesperado. Se han destrozado dos estereotipos. Los británicos no han sido tan pacíficos y pragmáticos como se supone, ni los españoles han pecado de exaltación.

Los resultados de las elecciones por votos son más ilustrativos de la opinión pública que los de escaños. Lo fundamental es que la estructura de los cuatro partidos principales es muy parecida a la de hace seis meses. Manda una tetrarquía, esa es la verdadera realidad, aunque tal hecho no merezca muchos titulares periodísticos; acaso ninguno. Por desgracia, es una combinación que lleva a la práctica ingobernabilidad de la nación. Ahora empezamos a añorar el bipartidismo limitado que hemos tenido hasta hoy.

Andamos todos obsesionados con el modelo de suma cero para interpretar los resultados electorales: uno gana y los demás pierden. Pero también puede suceder que ganen dos o pierdan dos. Más aún, el hecho de ganar o perder se estima de dos maneras: en valores absolutos o respecto a las expectativas. Cada criterio conduce a consecuencias dispares.

Lo fundamental es que, cuando se pierda, se manifieste una actitud autocrítica. Es algo que no se estila entre nosotros. El culpable siempre reside fuera de las murallas. Por ejemplo, se echa la culpa a la ley electoral. Solo que difícilmente puede tener la culpa una constante.

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