Ni siquiera aquellos que aborrecen el deporte se pierden una retransmisión, todo sea por tuitear una voz de aliento un segundo antes que su adversario; no hay, de hecho, en nuestro país, aficionados con un criterio igual de fiable ni tan gustosos de someterse a cincuenta minutos de preguntas en el programa de De la Morena. Tanto es así que la verdadera fibra moral de nuestros políticos no se vislumbra en declaraciones como "Nuestro no a Rajoy es un sí a la regeneración, al empleo digno y a la justicia social", fruto, sin duda, de la colectivización de la inteligencia, sino en la reciedumbre del "Tengo buenas sensaciones para el bronce" y otros apuntes por el estilo.
Todo el pensamiento que producen se resume en el retuit de un artículo que señala las insuficiencias del vecino, sin importarles que su autor dijera en cierta ocasión (bien lo recuerdan) lo insuficientes que son ellos; se trata, al cabo, de la única concesión a la objetividad que se permiten. No perdonan un selfie, variedad en la que suelen aparecer en compañía de sus afines y que, por ello mismo, acostumbran abrochar con la frase "¡Vamos, equipo!" o "¡Qué gustazo, trabajar con vosotros!". Hay días, incluso semanas, en que no escriben más que eso. La otra modalidad sélfica a la que vienen entregándose consiste en hacerse retratar con gesto compungido en mitad de un minuto de silencio. No pregunten, es así. A esta clase de prácticas, perfectamente transversales, se le ha dado en llamar transparencia.
No leen un libro bueno y sé que peco de optimista, pues la mayoría no sabe lo que es un libro salvo por Sant Jordi, en que no se cansan de decirle al mundo lo "necesario" que es el que andan leyendo, y que siempre, siempre es de un sabio tipo Sampedro, Buenafuente o Saramago.
Y ya acabo. Cuando apuntamos a la crisis del periodismo, y más del periodismo español, sólo tenemos en cuenta las causas, digamos, endógenas, entre las que destaca la ausencia de un modelo de negocio, de lo que derivan las diez mejores volteretas de Hugo Sánchez, lo que sabemos y lo que no sabemos de la vida extraterrestre y el ardor de las redes sociales. Habrá que sopesar, no obstante, si el fail del oficio no tiene que ver con el tinglado sobre el que se levanta, y que, bien pensado, algo debe a su vez al periodismo; así que olviden lo que les acabo de decir.