Hace ya algunos siglos que las malas lenguas comenzaron a hacer correr por ahí la desasosegante idea de que la peor ocurrencia de los seres humanos había sido crear a Dios a su imagen y semejanza. Porque consideraron que de tan bajo barro no podía salir cosa buena.
Testimonio de ello dieron, ya en tiempos antiguos, los dioses olímpicos fornicando con todo lo que se movía, los escandinavos engañando y peleándose sin cesar y Yavé ordenando mil barbaridades al pueblo de su elección. Más tarde llegarían Mahoma para transmitir a todos la imperiosa voluntad de Alá y los cruzados lanzándose a la guerra contra él al grito de "¡Dios lo quiere!".
Aunque en Occidente las cosas de Dios fueron perdiendo intensidad, todavía conservarían cierto empuje hasta bien entrado el siglo XX: recuérdese, por ejemplo, el Gott mit uns (Dios con nosotros) que los alemanes llevaron grabado en sus hebillas durante ambas guerras mundiales. Sin demasiado éxito, como se pudo comprobar. Quizá tuviera algo que ver en ello el hecho de que, al menos durante la primera, sus enemigos rusos lucharan, aunque en distinta lengua, bajo el mismo lema apropiador de la divinidad: S’nami Bog. Gott contra Bog, Dios contra Dios. Confuso asunto.
Mientras que entre los seguidores de Mahoma, anclados en el siglo VII para desgracia de toda la Humanidad, la supuesta voluntad de Alá sigue siendo muy valorada y obedecida, en la Europa excristiana la cosa está de capa caída, al menos entre los sectores tradicionalmente afectos a la religión de Cristo. Pues, paradójicamente, han sido los llamados progresistas, en sus múltiples variantes, los que han recogido el testigo de interlocutores divinos que han puesto en sus manos unas jerarquías eclesiásticas que, en porcentajes cuyo conocimiento nos dejaría helados, abandonaron hace mucho la creencia en Dios. Y, como consecuencia de ello, en estos momentos crepusculares de la Cristiandad estamos siendo testigos de cómo se está construyendo un nuevo modelo de Dios más adecuado a las necesidades actuales.
Olvidándonos de episodios anteriores, ya llevamos medio siglo de Teología de la Liberación, esa reinterpretación de Cristo como revolucionario social que ha calado tan profundamente en toda la Cristiandad que se ha puesto difícil encontrar, desde el Vaticano hasta la última parroquia, algún resto de metafísica. No por casualidad el ideólogo podemita Santiago Alba –que tan importante papel tuvo, por cierto, en el lavado de cerebro televisivo de la actual generación de izquierdistas mediante los guiones de La bola de cristal– acaba de escribir: "Haciendo un pequeño esfuerzo Unidos Podemos podría ser tan de izquierdas como el papa Francisco; de lo que no cabe duda es de que, si la doctrina católica la dicta el papa de Roma, en estos momentos Unidos Podemos es el partido más católico que existe en España". Al fin y al cabo el líder supremo ya declaró hace un par de años que "Jesucristo habría estado en Podemos".
Si, como manifestación local del cambio de vías general en el mundo excristiano, éste es el panorama español, en algunas regiones el fenómeno aparece sazonado con peculiaridades diferenciales, como era de esperar. Porque la Cataluña de la que no hace tanto salieran un Félix Sardá sentenciando que el liberalismo es pecado, un cardenal Gomá bendiciendo la Cruzada de 1936 y un Josep Cartañá, obispo de Gerona, proclamando que "es nuestro deber manifestar al Señor nuestro agradecimiento y pedirle por el triunfo definitivo del glorioso Ejército Nacional", hoy, atenta a las últimas tendencias, es fecunda en eclesiásticos como Hilari Raguer, monje montserratino autor del libro Ser independentista no es pecado; sor Lucía Caram, monja argentina partidaria del aborto, el matrimonio homosexual y la secesión de Cataluña; sor Teresa Forcades, monja igualmente separatista que considera que "no hay historia más cercana a la izquierda radical que la de Jesús", o el polaco Krzystof Charamsa, sacerdote homosexual, novio de un separatista catalán, que acaba de revelar, pues lo sabe de buena tinta, que "la virgen María está a favor de la autodeterminación de las naciones".
Izquierdismo, separatismo, homosexualismo…, asuntos bien distintos que, sin embargo, aparecen crecientemente unidos en un difuso pero insistente proceso de subversión. Ahí estuvo para demostrarlo gráficamente aquella campaña (Estima com vulgues, "Ama como quieras") de la organización socialista e independentista Endavant que, para promover la homosexualidad como actitud revolucionaria, representó a la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia, fundiéndose en lésbico beso con la de Montserrat. Nada original, por otro lado, pues la admirada Charlie Hebdo lleva décadas publicando todo tipo de burlas y ofensas contra el cristianismo, por ejemplo a Jesucristo sodomizando a Dios.
Algunos obtusos, de mucha o de poca fe, nos preguntamos qué tendrá que ver todo este guirigay con la realidad –o irrealidad– divina. Tan avanzado estado de descomposición religiosa, social y mental no puede conducir a nada bueno. ¿Acabarán haciendo inteligible el Apocalipsis de San Juan?