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Javier Somalo

Los cadáveres del bucle electoral

El mapa de España ya no se tiñe de azul o rojo sino de negro corrupto, auténtica mayoría absoluta de nuestra nación.

El bipartidismo y sus socios han arrastrado a su cuneta a demasiadas víctimas: la democracia parlamentaria, la libertad de información y, por encima de todo, la Justicia.

Antes de anunciarnos si votaremos en unas terceras elecciones dicen que habrá que esperar a otras elecciones, las gallegas y vascas, que vienen convenientemente aderezadas con sus correspondientes casos de corrupción arrojadiza –sea septentrional, meridional o global– a toda página. Corrupción, sumarios, elecciones, investiduras fallidas y de nuevo corrupción y más sumarios y vuelta a las urnas y a las mayorías insuficientes que llevarán a pactos lábiles y a minorías ilusas. Y se corregirán los prospectos de posibles acuerdos por la aparición de nuevos casos de corrupción. Y seguiremos preguntando "¿por qué aquí sí y allí no?" y el parlamentarismo sucumbirá a la dictadura del electoralismo mientras la Justicia, la Educación y la libertad misma se desmoronan como un infantil castillito de arena a orillas del mar.

Este condenado bucle en el que nos han metido empieza a tomar forma de destructivo ciclón agitado de izquierda a derecha y viceversa por los que se empeñan en eternizar su pulso, los cocheros del armón fúnebre de nuestra democracia parlamentaria que nos llevan a votar como remedio, no sólo del bloqueo institucional, sino de la corrupción, que es la razón misma de la parálisis y de las pérdidas millonarias de votos, como ha denunciado Alberto Núñez Feijóo. Cierto. El mapa de España ya no se tiñe de azul o rojo sino de negro corrupto, auténtica mayoría absoluta de nuestra nación. ¿Para cubrir la inepcia general en la formación de un gobierno de urgencia? Elecciones ¿Para olvidar a Chaves y Griñán? Elecciones. ¿Para borrar a Barberá? Elecciones. ¿Y entre medias? Campañas electorales y de nuevo corrupción. La democracia parlamentaria yace pues, herida de muerte, digamos que con pronóstico reservado, por albergar alguna esperanza.

También la libertad de información, cimiento de toda sociedad democrática, vive tiempos de oprobio –no por primera vez, por supuesto– desde que un SMS se convirtió en titular de una portada de papel. Siempre hubo silencio y manipulación, acción y omisión en los medios públicos nacionales, catalanes y andaluces –cada uno esmerado en la cochambre de su competencia– y casi siempre se practicó la persecución y el control a los medios privados, pero el empellón de estos últimos años no tiene precedente en democracia. Pensábamos que el monopolio de Polanco era perverso y jamás habríamos apostado a que un duopolio pulverizaría aquellas marcas. Sí, gracias a unos y otros, y no todos políticos, la libertad de información también boquea, falta de aire.

En cuanto a la Justicia, ni siquiera se presta a autopsia porque las causas de su deceso son evidentes y presenta un rigor mortis indiscutible. Venía muriendo desde 1985 y tuvo la clásica y dramática mejoría terminal que alivia los últimos instantes cuando Gallardón anunció que Montesquieu tenía razón minutos antes de exhumarlo para someterlo a escarnio. Nada se puede esperar de ella hasta que no se instaure –lo propuso Ciudadanos en su pacto, lo obvió Rajoy en su discurso y lo medio olvidó su socio en las réplicas– la independencia judicial.

Mientras esperamos tan gloriosa venida, sólo cabe congelar una mueca de desprecio –y perseverar en la denuncia aunque nos corten la luz– cuando leemos que Cándido Conde Pumpido, que tiene la corrupción en casa y que animaba con su ejemplo a mancharse la toga con la pólvora de ETA –"el polvo del camino", decía él–, será el instructor del caso Rita Barberá si alguna recusación por enemistad manifiesta no lo impide. Otros, como la juez Mercedes Alaya –Marino Barbero redivivo– quedaron volatilizados cuando su instrucción instruyó. Por supuesto, seguirá habiendo jueces re-togados que, tras morar en la política a uno y otro lado, son jueces "conocedores"", o sea parciales, que viven en y del sistema de reparto partidista de la Justicia, cementerio de Montesquieu, osario de la Democracia. Pretenden incluso que nos acostumbremos también a que una comunidad autónoma en la que se ha robado a espuertas –se dice que el montante hediondo es el mayor de Europa– esté fuera de la Ley, haga gala de ello atesorando sentencias melifluas y, a cambio, reciba religiosamente una subvención colaboracionista.

A todo esto, Susana Díaz –"seré implacable contra la corrupción"– habla de la "honradez y honestidad" de "Pepe y Manolo", que así se dirige a Chaves y Griñán, y ya se discute si uno se enriquece con nuestro dinero o "sólo" le sirve para financiar ilegalmente un partido o se limitó a blanquear propinas. Eso sí, del dinero robado nada se dice porque en España el latrocinio político se salda, como mucho, con el olvido: ya se fue, ya no es del partido, ya sacrificó su escaño, ya no tengo autoridad… ya se puede jubilar y hasta morir sin dar cuenta de un solo céntimo. Siendo astronómicamente más grande la corrupción del PSOE o la del clan Pujol y Compañía que la del PP, no hay lugar para indulgencias aunque, como defendía el editorial de Libertad Digital, sí sea preciso mostrarla toda y medirla como merece so pena de incurrir en ella, amén de en una flagrante injusticia.

No hay demasiados mimbres para una segunda Transición salvo que los agitadores del bucle que amenaza ciclón, Rajoy y Sánchez, hagan mutis por el foro y los partidos resultantes se vuelvan como un calcetín. Claro que tal milagro tampoco garantizaría la sanación si quienes vienen detrás son los que asoman.

En triste definitiva, los políticos delegan en el ciudadano la lucha contra la corrupción poniéndolo a votar una y otra vez mientras entre ellos se van levantando las faldas en las portadas o en los telediarios completando el infinito y perverso bucle que engulle a nuestra historia reciente. Cuarenta años de dictadura, cuarenta años de democracia. Pues cuidado con los bucles.

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