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Amando de Miguel

La voluptuosidad del poder

Comprendo intelectualmente el ansia de disfrutar del poder. Consiste en lograr que muchas conductas se acomoden a las preferencias de los que mandan.

Quiero decir del poder político, pues verdaderamente no hay otro. Algo tendrá la facultad de publicar en el BOE o equivalentes para que se entablen tantas peleas rituales para llegar a mandar. Equivalen a las que estimulan a tantos machos del reino animal para darse cabezazos entre ellos. Se dilucida quién tiene derecho a aparearse con las hembras de la manada.

La analogía puede parecer exagerada, pero es la que me viene a la tecla a la hora describir el suceso (ahora se dice "relato") de nuestros partidos políticos. Las discusiones que dicen ideológicas o programáticas son lo de menos. La verdadera pugna consiste en determinar quién va a mandar. El atractivo erótico de las pugnas políticas es tan fuerte que requiere una explicación. Los machos (da igual que sean mujeres) dispuestos a la lucha feroz por el poder no tienen resuelto el problema sentimental, el de la pareja. Así pues, el poder político aparece como una sublimación del deseo amoroso. Al menos desde fuera da la impresión de que los machos alfa de los partidos políticos carecen de vida afectiva personal o andan muy necesitados de tal cosa; nada baladí, por cierto.

Estoy generalizando con el riesgo de que haya casos individuales en que sea compatible el amor a la pareja y el deseo de mandar. Pero serán excepcionales y seguramente efímeros. Lo que interesa es el arquetipo representativo. Pensar es generalizar. Lo que sí se puede advertir en los políticos españoles, a diferencia de en los norteamericanos, es que suelen ser muy tímidos a la hora de exhibirse con su cónyuge.No digamos si el político en cuestión es una mujer.

Comprendo intelectualmente el ansia de disfrutar del poder. Consiste en lograr que muchas conductas se acomoden a las preferencias de los que mandan. Eso sí que es posesión de verdad, la auténtica libido dominandi.

Da tantos pudores la exhibición de las ganas de disfrutar del poder que se esconde bajo el ropaje de la vocación política, la idea de servicio a la colectividad. De ahí la apelación a las formas democráticas, por ejemplo, a las primarias. Pero se trata de una añagaza, un truco de magia. En España las llamadas primarias se ganan por el que previamente se halla aposentado en las gradas del poder. Es una cuestión fáctica. Los hechos desbordan las formas, los principios.

Alguien puede pensar que esta interpretación del poder como una recompensa al candidato menos cándido y más luchador es una conducta típicamente de la derecha. Por tal entiendo los que a sí mismos se llaman de centro, reformistas o algo por el estilo. La suposición es falsa.

La capacidad predictiva de una buena teoría es que logre explicar muchos sucesos aislados. En este caso mi modesta hipótesis sobre la erótica del poder se aplica a casi todos los políticos, incluso todavía más a los de izquierda. Por una razón, en el ambiente de los políticos siniestros cuenta todavía menos la vida afectiva de la pareja.

Una vez conseguido el poder, ¿se llega a la beatitud o algo semejante? En modo alguno. Es el momento de partir para una nueva expedición placentera: hacerse rico. Para eso se inventaron los Consejos de Administración y cargos similares. El ilustrado lector puede poner los casos particulares que le vengan a la memoria.

En España

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