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Miguel del Pino

Balleneros contra ballenas

Hoy día se puede prescindir por completo de los productos derivados de la captura de ballenas.

Noruega persiste en la caza de ballenas | Pixabay/CC/Unsplash

El viejo grito ecologista ¡Salvar las ballenas!, que tantas conciencias movilizó los pasados años setenta del siglo XX vuelve a dejarse escuchar en medios científicos. Noruega inicia su campaña anual de capturas balleneras con más intensidad que nunca.

Algunas organizaciones conservacionistas tratan de conseguir las firmas suficientes para que los puertos pesqueros de Europa cierren el acceso a los balleneros noruegos cuando traten de atracar cargados de productos de despiece de los cetáceos capturados.

Dicen los balleneros noruegos defender sus tradiciones pesqueras y en función de tales tradiciones llevan pescadas unas 12.000 ballenas desde 1993. El destino de la mayor parte de los ejemplares es el mercado japonés, además del autoconsumo y de otros aprovechamientos poco justificables, como la producción de cremas cosméticas o la de alimentos para mascotas.

La especie más castigada por la pesca ballenera es el llamado Rorcual común, perteneciente a la familia de los Ballenoptéridos, que incluye en sus filas a la Ballena azul, la criatura viviente de mayor tamaño que jamás haya habitado nuestro planeta.

Desde que la Comisión Ballenera Internacional prohibiera la captura de ballenas el año 1994 al considerar que la mayoría de las especies estaban viendo reducir peligrosamente sus efectivos, sólo Japón, Islandia y Noruega han continuado la actividad con breves periodos de interrupción en función de la presión internacional y de las fluctuaciones del mercado.

Islandia ha cesado por el momento de pescar ballenas, aduciendo excesivo rigor en el control sanitario de sus productos por parte de Japón, su cliente principal, pero no hay que olvidar que previamente tuvo que enfrentarse a un cierre de puertos europeos similar al que ahora se pretende desarrollar contra Noruega.

Las grandes ballenas no comen peces: filtran el krill y otros productos del plancton marino, lo que abate la explicación de los balleneros que tratan de convencer a las comisiones internacionales de que son perjudiciales para las pesquerías del Atlántico Norte si su número aumenta.

Más absurdos aún son los argumentos que pretendían que las capturas de ballenas se realizaban con fines científicos. Nada más científico que dejar vivir a estas criaturas maravillosas para que el hombre pueda comprender y aprender los secretos que encierran, entre ellos su portentosa inteligencia.

La falta de cuidado y de escrúpulos en las capturas ha llevado a la muerte de un alto porcentaje de ballenas gestantes en algunas de las campañas balleneras recientes. Todo un ejemplo de falta de sostenibilidad, por no decir de barbarie.

Para balleneros de verdad, nuestros antepasados vascos que salían a la captura de la ballena desde los puertos del Cantábrico en siglos anteriores. La pesca con arpón arrojado a brazo desde pequeñas embarcaciones que salían desde el barco al encuentro del considerado monstruo, estaba llena de dificultad y peligro, y desde luego esta actividad nunca hubiera puesto en peligro las poblaciones de ballenas del norte.

Pero para desgracia delos cetáceos, fue un noruego llamado Sven Foyn quien inventó el cañón arponero, desequilibrando así la lid y abriendo el camino a la masacre de millones de ejemplares de ballenas y cachalotes, estos últimos especialmente perseguidos en el pasado a causa de su "esperma", una cera contenida en cavidades del cráneo cuyo función exacta todavía no hemos conseguido descifrar.

Como minuciosamente describe Herman Melville en su famosa novela Moby Dick, publicada en 1851, los cachalotes eran llamados "ballenas espermáticas" a causa de dicha sustancia, que se empleaba en la fabricación de perfumes y era conocida como "ámbar gris". Es posible que contribuya al sentido de la localización de la profundidad cuando el cetáceo se sumerge en busca de los gigantescos calamares que habitan los fondos marinos.

La ignorancia que nos vemos obligados a confesar los humanos en torno a las extraordinarias adaptaciones de los cetáceos debería ser un buen motivo para que los protegiéramos con la mayor eficacia. Nada más triste que la extinción de unas criaturas con las que compartimos el planeta y a las que ni siquiera conseguimos comprender.

Afortunadamente ya no se habla de los supuestos "suicidios" de ballenas cuando frecuentemente aparecen varadas en las playas manadas enteras de ejemplares descolocados en sus sistemas de navegación. No se conocen exactamente las causa de estas equivocaciones masivas, pero no se puede descartar que algún tipo de contaminación marina, entre ellas la acústica, haya influido en el fatal error de tan excelentes navegantes.

Es buen momento para felicitar a las Fuerzas Navales españolas cuando hace años suspendieron una serie de maniobras que se venían efectuando en aguas próximas a Canarias, respondiendo a la correspondiente petición científica. La Ciencia sospechaba que la incidencia de los sonidos producidos en aquellas prácticas podría resultar perturbadora para los sistemas de navegación de los animales.

Hoy día se puede prescindir por completo de los productos derivados de la captura de ballenas. Han quedado obsoletas las barbas de las ballenas filtradoras que antaño se empleaban en corsetería, ni tiene justificación despilfarrar la carne de unos ejemplares tan valiosos científicamente para fabricar cremas cosméticas o comida para perros y gatos.

No sabemos si Noruega, el último país ballenero junto a Japón, ahora menos activo, resistirá la presión internacional y el bloqueo de los puertos de la Unión Europea. Es complicado luchar contra las tradiciones ancestrales, pero a veces el paso del tiempo no sostiene empresas obsoletas.

De manera que habrá que recordar tiempos pasados, cuando al grito ballenero de "Por allá resopla", se oponía la pancarta ecologista de "Salvar las ballenas"

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