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Eduardo Goligorsky

Vuelven los bárbaros

Los demócratas, los liberales, incluidos los no creyentes, estamos alarmados. ¿Y la Iglesia amenazada?

Los demócratas, los liberales, incluidos los no creyentes, estamos alarmados. ¿Y la Iglesia amenazada?
Eduardo Goligorsky

Han vuelto a aparecer en Barcelona. Son afiches de grandes dimensiones, llamativos, con una consigna en catalán. Traduzco: "La única iglesia que ilumina es la que arde". La mayoría han sido desgarrados por personas civilizadas, pero queda uno parcialmente íntegro. El texto adjunto invita a solidarizarse con dos anarquistas de Barcelona que están siendo juzgadas en Alemania por haber "expropiado" dinero del Pax Bank de Aachen (Aquisgrán), una "institución reaccionaria, patriarcal y capitalista", vinculada a la Iglesia católica. ¿Cómo solidarizarse con las atracadoras –perdón, expropiadoras– detenidas? Pues quemando iglesias. El cartel lo firman dos redes anarquistas.

Estirpe patibularia

La exhortación pirómana viene de lejos. Se atribuye al ácrata ruso Piotr Kropotkin, aunque en España la popularizó el pistolero Buenaventura Durruti, trocado en líder revolucionario. Sin embargo, dudo de que los descerebrados que idearon el afiche hayan leído a Kropotkin o a pensadores de su talla. No son agnósticos ni ateos porque para serlo necesitarían una capacidad de discernir de la que carecen. Si les mostraran a estos brutos los clásicos del humanismo liberal, los libros de Voltaire, John Stuart Mill, Bertrand Russell o Karl Popper, o incluso el enciclopédico Dios en el laberinto, del desmitificador Juan José Sebreli, los confundirían con material combustible para alimentar sus hogueras. Pertenecen, más bien, a la estirpe patibularia de Durruti.

La evidente indignación que me producen las amenazas de estos gamberros ignorantes nace de que, como he reiterado muchas veces en estas columnas, soy ateo, y considero

un imperativo moral marcar la diferencia con la morralla lumpen que aparenta serlo también. Si en este trance en que los cristianos son víctimas de una persecución encarnizada en los enclaves islamistas de Oriente Medio y África, así como en los focos residuales del comunismo, asumo el compromiso de defenderlos y solidarizarme con ellos sin compartir sus creencias es, precisamente, porque me lo exige mi condición de librepensador. Repito el apólogo que compuso el pastor protestante Martin Niemoller, aunque muchos lo atribuyen a Bertolt Brecht:

Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.

Los anarquistas solidarios con las atracadoras de bancos no actúan movidos por una ideología antirreligiosa sino por sus bajos instintos localizados en el paleoencéfalo, paradójicamente emparentados con los de fanáticos religiosos como los talibanes que dinamitaron los Budas de Bamiyán o los sicarios del EI que demolieron las reliquias paganas de Palmira. Nuestros bárbaros podrían disfrutar tanto con la quema de la Capilla Sixtina como con la del Taj Mahal, con la de la Sagrada Familia como con la del Museo del Prado. Sus precursores incendiaron la Biblioteca de Alejandría. El fuego los excita, la cultura y la belleza los enfurecen.

La misma mala baba

Estas aberraciones no son nuevas en Cataluña. Tienen un historial de siglos, con estallidos cíclicos cada vez mejor documentados. La lectura del libro de Jordi Albertí El silenci de les campanes. De l´anticlericalisme del segle XIX a la persecució religiosa durant la guerra civil a Catalunya (Proa, 2007) es indispensable para adentrarse en el tema. De él extraigo los datos que cito a continuación.

Hubo presagios de lo que sería el futuro en las bullangas o motines populares de Barcelona y Reus de julio de 1835, con gritos de odio, asesinatos de sacerdotes e incendio de edificios religiosos. El repunte de la barbarie se registró en la Semana Trágica de 1909. Poco antes, Alejandro Lerroux había firmado la partida de nacimiento de esos bárbaros que ahora vuelven, con renovados ímpetus y la misma mala baba. Predicó Lerroux el 1 de septiembre de 1906, en un artículo publicado en La Rebeldía:

Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie, penetrad en los registros de propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organización social.

La soflama se prolonga hasta la saturación con la misma carga insurreccional. Y da frutos en la Semana Trágica: arden 14 de las 58 iglesias de Barcelona, 33 colegios religiosos y 30 conventos sobre un total de 75. Mueren tres sacerdotes.

Culmina el festín

Estos son solo los antecedentes. El festín de los bárbaros culminó durante la guerra incivil. Sobre 8.360 muertos por la represión en la retaguardia de Cataluña, unos 400 fueron condenados por los arbitrarios tribunales populares oficiales. Del resto, 2.441 eran eclesiásticos, más de un tercio de los 6.818 asesinados en toda España. Se conoce la filiación política y religiosa de otras 1.665 víctimas, en su inmensa mayoría militantes de partidos de derechas y organizaciones religiosas, aunque 139 eran de izquierdas, caídos en enfrentamientos entre sus propios grupos. Según el profesor Josep Termes,

de los otros seis mil muertos violentamente en Catalunya, también una buena parte eran gente de misa, laicos, personas de militancia católica o beatos, en una proporción más alta que la de burgueses asesinados.

El libro de Albertí contiene una descripción minuciosa de los atentados cometidos contra templos e instituciones religiosas en todo el territorio de Cataluña, así como de los actos de profanación e iconoclasia. El balance lo dice todo: 4.000 iglesias demolidas, incendiadas o saqueadas, sobre 20.000 en toda España. Se destruyeron valiosas obras de arte y bibliotecas: 100.000 volúmenes de la biblioteca franciscana de Sarrià, 50.000 de Igualada, la biblioteca íntegra del seminario de Barcelona, los 40.000 volúmenes de los capuchinos de Sarrià y la del doctor Sardà i Salvany de Sabadell.

Horda vandálica

Está claro que los responsables de estas atrocidades fueron los bárbaros de la misma calaña que los que ahora reaparecen. Bien organizados y protegidos, aunque los falsificadores de la historia las atribuyan a "incontrolados". Los desmanes los perpetraron amparados por sus cómplices instalados en la Generalitat. Lo advierte en el prólogo del libro de Albertí el historiador Josep Maria Solé i Sabaté:

Exceptuando ciertos casos en la ciudad de Barcelona, todo el mundo sabía quiénes eran los responsables de los actos civiles y criminales.

De "incontrolados", nada. Después de documentarse, relata Albertí:

Pero no sería justo pensar que, cuando la guerra ya era inevitable, la FAI fue la única protagonista de la represión en la retaguardia. El sindicalista Joan Peiró lo deja claro en el libro Perill a la reraguarda cuando escribe: "Afirmo con plena responsabilidad que todos los sectores antifascistas, empezando por Estat Català y terminando por el POUM, pasando por Esquerra Republicana y por el PSUC, han aportado un contingente de ladrones y asesinos igual, por lo menos, al que aportaron la CNT y la FAI.

Eso sí, la CNT y la FAI anarquistas marchaban al frente de la horda vandálica. Su periódico, Solidaridad Obrera, publicó un texto (20/8//1936) que se ufanaba:

Hemos hecho una policía general de sacerdotes y parásitos; hemos echado fuera a los que no habían muerto (…) Hemos encendido la antorcha aplicando el fuego purificador a todos los monumentos que, desde hacía siglos, proyectaban su sombra por todos los ángulos de España, las iglesias, y hemos recorrido las campiñas, purificándolas de la peste religiosa.

Y la misma publicación insistía (18/10/1936):

No resta en pie una sola iglesia en Barcelona, y es de suponer que no se restaurarán, que la piqueta demolerá lo que el fuego empezó a purificar. Pero ¿y en los pueblos? No solo no hay que dejar en pie a un solo escarabajo ensotanado, sino que debemos arrancar de cuajo todo germen incubado por ellos. ¡Hay que destruir! ¡Sin titubeos, a sangre y fuego!

Estos bárbaros anarcos vuelven. Confabulados con los antisistema que llevan la batuta. Los demócratas, los liberales, incluidos los no creyentes, estamos alarmados. ¿Y la Iglesia amenazada? Tiene otras preocupaciones: "El abad de Montserrat cree que el Vaticano avalaría un Estado catalán" (LV, 1/5). La Conferencia Episcopal Tarraconense acompaña a los sembradores de discordias identitarias (LV, 13/5). Los eclesiásticos catalanes que anhelan desconectarse de sus hermanos españoles reniegan del apóstrofe de sus Escrituras que reza: "El que aborrece a su hermano está en tinieblas (1 Jn. 2.11)".

Este ateo partidario del humanismo ilustrado rechaza la falacia de que a quienes no piensan como él los pueda iluminar –como sostiene el cartel infame de los nihilistas– una iglesia incendiada por los bárbaros. Bárbaros pirómanos y antisistema que han vuelto y con los que los clérigos y seglares sediciosos se aglutinan en la cruzada cainita. Lo que nos iluminará a todos, creyentes y no creyentes, será la búsqueda de respuestas racionales en la cultura de nuestra civilización. Bárbaros y antisistema, ¡fuera!

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