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Francisco Pérez Abellán

El otro crimen de Cuenca

Por mucho que la defensa lo considere una estrategia, que no haya querido contestar a las preguntas ni siquiera de su abogado es un indicio más de culpabilidad.

Sergio Morate, el presunto autor del doble crimen, produce el rechazo de todas las mujeres de la sala en la Audiencia de Cuenca, donde se celebra el juicio. Otrora un tipo musculitos que marcaba camiseta ceñida, hoy es un gordito desmejorado al que se le nota que se atiborra con la comida de la prisión. No parece lo que es, el protagonista de un juicio mediático, sino un invitado de última hora al que han sentado de refilón dando la espalda al público, en una esquina, como para tirar un córner. Por mucho que la defensa lo considere una estrategia, el hecho de que no haya querido contestar a las preguntas ni siquiera de su abogado, que le pregunta para favorecerle, es un indicio más de culpabilidad, porque se interpreta como que no tiene nada bueno que decir de sí mismo.

Por otro lado, no resulta extraño, dado que su madre va pidiendo perdón a diestro y siniestro por los actos de su hijo como en una condena adelantada. Y él mismo ha confesado su crimen, primero al colega carcelario que le recibió en Rumanía durante su escapada y luego a los policías que lo recibieron en España cuando dijo eso famoso de: "Me detuvieron los GEOS, me han traído en el avión de los ministros y la he montado más gorda que Bretón", ya saben, aquel infame que quemó a sus hijos en la finca de sus padres.

Morate es uno de los casos más extraordinarios de presunto maltratador que sublima su machismo con el presunto asesinato. Según la acusación, se sabe que estuvo encarcelado con anterioridad por haber encerrado a otra novia que tuvo, y que ejercía una presión ominosa –hasta pretender matarla– sobre Marina Okarinsca, que después de haberle abandonado porque no lo soportaba se había casado con otro en su Ucrania natal, pero al encontrarse con que iba acompañada por su amiga Laura no lo dudó y las mató a las dos, estrangulándolas, que es una forma artesanal y dramática de matar a la gente, para la que hay que acumular tanto rencor supuestamente como Morate, al que una enfermedad de los testículos le ha dejado esa desagradable voz de pito con la que dijo que hacía uso de su derecho a no declarar.

Morate confesó a los policías que intentó hacer un agujero para enterrar los dos cuerpos, pero que se cansó nada más empezar. A fuerza de ser gandul, decidió jugarse el pellejo, contra lo que la perfidia le aconsejaba, antes que hincar el lomo, con lo que dejó los cadáveres a medio enterrar y fueron encontrados enseguida. Dice que pese a ello tuvo agujetas toda la semana. Un tipo insufrible. Ahora, con su cara de gordito pasmado, hace como que el juicio no va con él, sino que está allí como esperando un paquete, y por eso lo tienen sentado en esa silla arrimada de prisa al abogado defensor, en un ángulo imposible, que resta dignidad al solemne acto.

Su actitud no ha podido aguantar sin resquebrajarse a ratos cuando se habla de Laura, la víctima a la que mató por ser buena y generosa, de la que se debería sacar la enseñanza de que siempre que te pidan ir a buscar cosas a la casa de un novio con el que te llevas a matar, que te acompañe la Policía.

La esposa del amigo rumano a cuya casa corrió a refugiarse ha declarado que les confesó el asesinato. Una de las mejores amigas de Marina relata que en una ocasión anterior Sergio la agarró del cuello y ella le tuvo que dar una patada en sus partes para que la soltara. Se dice que de alguna manera el presunto cree que ese golpe le produjo la horrible enfermedad que le ha carcomido la virilidad.

El doble crimen de Marina y Laura es por desgracia para las crónicas "el otro crimen de Cuenca". El primero fue un tremendo error judicial en el que se condenó de por vida a dos inocentes por la muerte de uno que seguía vivo. Ojalá que este segundo crimen tan famoso quede libre de error judicial alguno y despeje la idea de los monomaniacos peligrosos que creen que la enfermedad se transmite a patadas cuando una mujer maltratada se rebela.

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