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Cayetano González

El preso y la matraca independentista

Para combatir la matraca nacionalista no queda otra que ser igual o más constantes y perseverantes que ellos.

Dentro de la gravedad y de la tristeza vivida en estos últimos días con motivo de la declaración de independencia aprobada el pasado viernes en el Parlamento de Cataluña, resulta hilarante pero a la vez enormemente significativa la reacción del compañero de celda en Soto del Real del presidente de la Asamblea Nacional Catalana, Jordi Sánchez.

El citado preso, cuyo nombre no ha trascendido, pero que ha sido calificado como "de confianza", se supone que de la dirección de la prisión, ha enarbolado la bandera blanca y pedido cambio de celda. ¿El motivo? Muy sencillo: ha explicado que no podía aguantar más al lado de uno de los Jordis: "Es insoportable, está todo el día dando la matraca con el tema del independentismo", ha dicho. La dirección de Soto del Real, es de suponer que preocupada por la salud mental del recluso, ha accedido a su petición. Hubiese sido divertido haber grabado las sesiones de adoctrinamiento que Jordi Sánchez dio al susodicho.

Pero así es el nacionalismo: pesado, tozudo, perseverante, constante, monotemático, aburrido, cansino. Y ahí está en gran parte la clave de su éxito, porque los que no son nacionalistas tienen otras preocupaciones y ocupaciones en el día a día, no están continuamente preguntándose delante del espejo: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuál es la razón de mi existencia?

Ahora, en Cataluña, con la decisión tan arriesgada que ha adoptado Rajoy de convocar rápidamente unas elecciones autonómicas, hay que contar con que los nacionalistas se movilizarán al máximo. No sé si se presentarán en coalición o por separado, pero que el 21-D irán todos a votar, de eso que nadie tenga la menor duda. Pasarán por alto la flagrante contradicción en la que caerán al aceptar unas elecciones que son consecuencia del denostado artículo 155. Les da lo mismo. A ellos les va la vida en esto, y pondrán toda la carne en el asador para volver a ganar y seguir, de una u otra forma, con la matraca del procés.

La gran duda es si los que no son nacionalistas se movilizarán de igual forma. Las magníficas manifestaciones llevadas a cabo en Barcelona el pasado 8 de octubre y este último domingo invitan al optimismo, pero nadie sabe si ese nivel de movilización se podrá mantener y, sobre todo, si será suficiente para ganar a los independentistas.

Lo peor –y desgraciadamente lo más probable– que podría pasar es que los de la marca de Podemos en Cataluña fueran los decisivos para decidir el futuro Gobierno de la Generalitat. Si hay una persona que ha tenido estos meses una posición moral y políticamente rechazable, ha sido la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Ha querido mantener, con una gran dosis de falsedad, una equidistancia entre la hoja de ruta independentista y la aplicación de la ley por parte del Estado, como si ambas cosas fueran equiparables. Pues bien, los Colau de turno son los que pueden decidir a partir del 21-D el futuro de Cataluña, lo cual afectará al devenir político de España en los próximos años.

Para combatir la matraca nacionalista no queda otra que ser igual o más constantes y perseverantes que ellos. Hay que dar la batalla de las ideas, de la cultura, de la educación, de la verdad histórica, de los medios de comunicación. Se ha cedido tanto en estos ámbitos durante tantos años, que ahora, en siete semanas, es muy difícil recuperar todo el terreno perdido. Pero Rajoy, Sánchez y Rivera se han empeñado en elecciones cuanto antes. La apuesta es tremendamente arriesgada y ya veremos cómo acaba. De momento, quede aquí constancia de toda mi solidaridad con el ya excompañero de celda de Jordi Sánchez. Le comprendo perfectamente.

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