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Agapito Maestre

Mi Cataluña semanal

La gestión de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, apenas tiene legitimidad.

Miércoles, 8 de noviembre. La huelga

La huelga ha sido mínima, ha resumido bien el ministro de Fomento, pero la efectividad y daños han sido máximos. Autopistas y carreteras cortadas, trenes detenidos por cortes en las vías, autobuses urbanos sin circular, etcétera, etcétera. El caos o, al menos, la sensación de caos era absoluta y el enfado de la ciudadanía contra los piquetes estuvo a punto de enfrentamientos graves. El líder del sindicato convocante de la huelga, Carlos Sastre, un antiguo terrorista de Tierra Lliure, condenado por asesinar al empresario Bultó, estará contento, porque la huelga no fue secundada por la ciudadanía, pero logró su objetivo: mostrar que la situación de Cataluña nada tiene que ver con la soñada "normalidad" a la que aspira Rajoy.

Éxito de los separatistas es el proceso de conversión de lo anormal en normal, el antisistema en sistema; han acostumbrado a la gente a vivir como si en España, la democracia, no existiese, o sea, han conseguido que los catalanes vivan encanallados. Eso es, sin duda alguna, una de las perversiones que permite un sistema político que pregona que "todas las ideas son respetables". Majaderos. El sistema entero secesionista, que ellos han llaman procés, ha sido posible por la permisividad de nuestras leyes para que actúen en la vida pública partidos antisistemas y separatistas, que han contado con TV3 y Radio Cataluña, órganos principales de agitación propaganda de los golpistas, y la escuela pública y concertada, fábricas para manipular la historia de España y adoctrinar a los niños. Mézclese ese cóctel y obtendremos venenos variados, por ejemplo, una "huelga mínima con efectos máximos". Los piquetes de huelga o sabotaje de la vida cotidiana han utilizado todo tipo de medios delictivos, incluido la utilización infame e indigna de niños como escudos. Eso es vivir de modo encanallado. ¿Cómo pasar del encanallamiento a la normalidad?

Jueves, 9 de noviembre. La butiflesa Forcadell.

El afán de este jueves, fiesta de la Almudena en Madrid, es saber si el Tribunal Supremo encarcelará o no a Carmen Forcadell, la presidenta de la Mesa del Parlamento de Cataluña, junto a los otros componentes de ese órgano legislativo. Son casi las once de la noche y el Tribunal Supremo no ha dicho aún qué medidas tomará con los investigados por rebelión, sedición y otros delitos conexos. No sabemos si se dictara prisión preventiva contra Forcadell. Pero hay varios asuntos que los medios de comunicación dan por ciertos: la expresidenta de la Mesa del Parlament ha contestado a todas las preguntas del tribunal y, sobre todo, ha aceptado la Constitución española y la aplicación de su artículo 155 para intervenir la autonomía de Cataluña. Además, ha añadido que la declaración unilateral de independencia proclamada el pasado 27 de octubre solo tuvo un "carácter simbólico". Nada de eso hicieron, en la Audiencia Nacional, los encarcelados por la juez Lamela. La defensa elegida por Forcadell está en las antípodas de sus compañeros secesionistas. Imagino que esa actitud valdrá para que el tribunal le suavice la pena que, sin duda alguna, recibirá. Quizá esa estrategia de defensa le sirva para eludir la cárcel, pero no creo que pueda sortear el insulto de sus compañeros secesionistas: butiflesa (traidora). Casi al finalizar el día sabemos lo fundamental: el juez del Supremo ordena cárcel eludible con fianza de 150.000 euros para la presidenta del Parlament. Es obvio que el separatismo ha perdido otra batalla importante.

Viernes, 10 de noviembre. La eficacia de los jueces

Los jueces están siendo muy eficaces ante la querella formulada por el fiscal general del Estado por delitos de rebelión, sedición y malversación contra los principales protagonistas del golpe de Estado. Eficaces es lo mínimo que puede decirse de los autos de la juez de la Audiencia Nacional, señora Lamela, como el del del juez del Tribunal Supremo, señor Llarena Conde, porque están resolviendo con inteligencia y prudencia un asunto complicado y delicado; ejemplo de sindéresis es el último razonamiento jurídico del punto décimo quinto del auto de Llarena: "No se escapa que las afirmaciones de todos ellos pueden ser mendaces, en todo caso, han de ser valoradas en lo que contienen, sin perjuicio de poderse modificar las medidas cautelares si se evidenciara un retorno a la actuación ilegal que se investiga." La renuncia expresa de Forcadell y el resto de los investigados a actuar fuera del marco de la Constitución es la quintaesencia de todas sus "afirmaciones". El juez ha confiado en la palabra de todos ellos para no aceptar ni una sola de las medidas cautelares solicitadas por la Fiscalía.

El principio moral de la confianza en la palabra dada es el sostén de este auto. La clave decisiva del juez es que la promesa de mañana fundamenta, da fuerza y brío al auto de hoy. Llama poderosamente la atención, independientemente de la valoración política que nos merezca esta resolución judicial, el inmenso valor que le concede el juez a los símbolos, a las promesas que contienen las palabras de sus enjuiciados, con el desprecio absoluto que, por otro lado, muestra la señora Forcadell al decir que la declaración de independencia del Parlament del 27-O solo tiene un valor "simbólico". Mientras el juez hace norma del símbolo, de la palabra dada, la separatista convierte el símbolo en ideología, engaño y añagaza para eludir su responsabilidad moral y culpa penal.

Sábado, 11 de noviembre. 'Arrepentíos' los quiere Dios

El auto del Tribunal Supremo y la capitulación de Forcadell con el Estado de Derecho contribuyen a reducir la tensión existente en Cataluña. Y deja sin argumentario a los secesionistas, porque se demuestra que el Estado no ha dado un golpe de Estado y que no hay presos políticos, sino políticos investigados por incumplir la legalidad democrática, prevaricar y malversar recursos públicos. ¿Cómo interpretar el comportamiento de una de las estrellas del procés? ¿No será la señora Forcadell una arrepentida? Quizá pudiera calificarse su conducta de un sensato arrepentimiento político. No sería el primero y sospecho que tampoco será el último en la historia del catalanismo. Entre los nacionalistas catalanes, existen numerosos antecedentes históricos de este tipo de arrepentimiento y desengaño. Sin ir más lejos, el inventor, el verdadero fundador del catalanismo político, antes que él solo existía eso que conocemos por el nombre de Renaixença, un despertar cultural de la historia, la literatura y la arqueología catalana, fue un modelo de arrepentío. Valentí Almirall, el hombre que creó el catalanismo político, acabó desengañado, arrepentido quizá como la señora Forcadell, y se retiró de la política, pero al final de sus días, se puso al lado de otro catalán ilustre pero nada nacionalista, Lerroux, para combatir, dice Cambó, "a los catalanistas…, ¡sus hijos espirituales!" ¿Se imaginan a la señora Forcadell combatiendo a Puigdemont? Es difícil, pero nada se puede descartar en política.

Domingo, 12 de noviembre. Rajoy en Barcelona

Cataluña pasará a la historia, otra vez, como la región española que más inestabilidad política, social y criminal ha generado a la democracia española. Esto es un hecho. El resto es interpretable. No me extraña que la felicitación más repetida que ha recibido Rajoy, en la presentación del candidato del PP a la Presidencia de la Generalidad, sea: "Gracias, señor presidente, por aplicar el 155 en Cataluña". Este artículo de la Constitución, más allá de su mejor o peor aplicación, está demostrando cierta eficacia. Está poniendo orden en una sociedad que sus dirigentes políticos no respetaban la ley. Ha conseguido detener un golpe de Estado y, apenas transcurridas dos semanas después de la aplicación del 155 ya pueden verse los efectos en sectores que servían para adoctrinamiento del separatismo, por ejemplo, se ha terminado con las ayudas que el Gobierno catalán concedía regularmente a la prensa catalana, son ya varios los medios catalanes que anuncian expedientes de regulación de empleo que en algunos casos suponen el despido del 50% de su plantilla. Algo es algo.

Lunes, 13 de noviembre. Desprestigiada Barcelona

La gestión de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, apenas tiene legitimidad, que cayó en picado desde la crisis de los atentados terroristas de agosto, pero la poca que tenía se la daba el PSC, cuyos concejales y equipos de trabajo conocían bien desde tiempo atrás el funcionamiento del ayuntamiento. No obstante, bajo el pretexto de que los socialistas catalanes han apoyado al Gobierno de España para la aplicación del 155 en Cataluña, Barcelona en Comú, el partido político de la alcaldesa de Barcelona, ha roto su compromiso con el PSC. En realidad, no creo que a este grupo político le interese demasiado la gestión de la ciudad. Esta formación, ya aliada con Podemos, solo tiene una pretensión hacer saltar, junto a los independentistas, la política autonómica para reventar posteriormente el sistema constitucional del 78 con los independentistas. Todo, pues, se supeditará a alcanzar ese objetivo, incluso el modelo de nacionalismo que hasta ahora había regido la acción separatista, a saber, la cuestión catalana se resolvía con el fet barceloní, desaparecerá.

Los dirigentes podemitas y separatistas dan Barcelona por perdida. La máxima urbana y cívica "hacer ciudad", que dominó durante mucho tiempo al catalanismo más culto y civilizado, cuya mejor expresión siempre fue Barcelona, se sustituirá por el lema payés "hacer país". El catalanismo da un paso atrás y opta por lo rústico y, a veces, brutal como se ha demostrado con esa presencia de tractores y maquinaria del campo en las manifestaciones de Barcelona. El campo se impone a la ciudad. Barcelona es hoy menos que una realidad rica y plural. Barcelona es solo un concepto esmirriado para que los separatistas y podemitas lo utilicen contra España. La Barcelona de Colau ya no representa la Cataluña-ciudad, esa Cataluña "plena y radicalmente urbana", como quería Eugenio Trías, "antagónica de todo sueño regresivo, remozado hoy por ruralismos ecologistas o veladamente hiposos, nostalgia que en vano podrá ahogar un destino de civilización y modernidad, que ésa es la unidad de destino en lo particular propia de la Cataluña-ciudad".

Martes, 14 de marzo. La ciudad nos hace libres

Leo una columna de Juan Carlos Girauta, tan bella como melancólica, cuya tesis fundamental es que el nacionalismo catalán le había robado una buena parte de su existencia en Barcelona. Me costará mucho olvidar el comienzo: "Llego a Madrid los lunes a las diez de la mañana, emerjo de Atocha y respiro libertad. Es algo inmediato". Girauta escribe con alma racionalista y esperanza liberal contra el nacionalismo. Lo viene haciendo hace ya años, pero ahora ha añadido un punto de vista personal e íntimo que muestra el lado más trágico del separatismo. La misma vida de Girauta se pone como ejemplo de esa terrible escisión. Una quiebra que quizá se cure con el trabajo del olvido de los años perdidos. Una fractura del alma que el bueno de Girauta transformará, en su paseos por el chejoviano bosque del Retiro, en fuerzas de la histora para nuevas generaciones de españoles: "Resistir tantos años sin que haya llegado a rozarme esa podre ha resultado un empeño agotador. Pero lo he conseguido. Pronto los desalojaremos del poder, aunque yo ya estaré lejos, sumergido en aquella novela de Mircea Cartarescu u olvidando en el Retiro los años perdidos".

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