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Amando de Miguel

El mito de la igualdad

La realidad de nuestro mundo, y quizá de la especie humana, es la desigualdad por cualquier lado que se mire.

Me refiero al mito en su sentido despreciativo de una creencia ampliamente compartida que crea falsas ilusiones al magnificar erróneamente las expectativas.La realidad de nuestro mundo, y quizá de la especie humana, es la desigualdad por cualquier lado que se mire. Pero no es menos cierto que casi todas las ideologías dominantes, todos los que mandan, insisten en lograr la mayor igualdad entre los súbditos o los contribuyentes.

Imaginemos una situación idílica en la que se considerara que todos los adultos contaran con la misma cantidad de dinero, en metálico o en otros bienes. Dejados a las solas fuerzas del mercado, al cabo de poco tiempo veríamos que unos habrían multiplicado su capital, otros conservarían el de partida y aún otros tendrían cada vez menos. El supuesto resulta realista; lo recoge una parábola del Evangelio según San Mateo, que ya es antigüedad. La institución de los bancos se basa precisamente en esa realidad plural. Simplemente, obtienen dinero a un bajo interés (incluso nulo) de los que no saben negociar su capital y se lo prestan a las personas que saben sacarle un beneficio. La diferencia es el pingüe negocio bancario. En el caso de que un banco se equivocara, el Estado acude rápidamente en su ayuda con el dinero de todos. Muchas veces la operación no se queda en préstamo sino en donación. Así pues, el negocio bancario es el más seguro de todos. Solo que a través de él se genera continuamente más desigualdad, que nos la comemos con patatas.

La fuente más clara de desigualdad está en la familia. La sociedad organizada castiga levemente los favoritismos, sobre todo con el dinero público. Pero a la vez entiende que, si los favores se hacen dentro del grupo de parientes, esa conducta resulta plenamente legítima y hasta encomiable. Es raro que se discuta el derecho a transmitir los bienes de uno a los herederos forzosos, normalmente los hijos. Es la gran fuente de desigualdad. La idea de poder desheredar a un hijo por su conducta injusta es tan de sentido común que nadie la sostiene.

El propósito de lograr una mayor igualdad es el objetivo declarado de todos los partidos, singularmente los de la izquierda. Otra cosa es que lo consigan, pero en el entretanto aumentan la fidelidad de los votantes. Los políticos más inocentes hablan de lograr la "igualdad de oportunidades", pero seguimos con la utopía. Ciertamente, las becas y otros estímulos compensan un poco la desigual posición de partida en la carrera de la vida. Pero no es fácil que se logre la perfecta igualdad de oportunidades. Operan muchos factores individuales de inteligencia y espíritu de superación que son raros y no se distribuyen al azar. Solo algunos privilegiados tienen segura la pole position.

Aunque los gobernantes de la izquierda promovieran efectivamente la igualdad por encima de todo, nadie va a discutir que ellos viven mucho mejor que la generalidad de sus votantes. De ahí que la combinación de rico de familia y dirigentes de la izquierda sea la ideal para mantenerse en el candelero (y aun en el candelabro). Más vergonzoso aún es el caso del dirigente de izquierdas que se hace rico con la política. Se podrían dar nombres.

Lo anterior explicapor qué los políticos de la izquierda se preocupan tanto por aumentar el gasto público, esto es, el dinero de todos en el que ellos pueden meter mano. No lo hacen solo por codicia, sino porque, cuanto mayor sea ese monto (ahora dicen "montante") más favores se pueden hacer a los compañeros y compañeras. Todo ellos, sin necesidad de entrar en el asunto de la corrupción, que es otro cantar. Claro que, por este lado, los políticos de la derecha se parecen mucho a los de la izquierda.

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