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Javier Somalo

¿Fue penalti lo de Cifuentes?

Llegados a este punto, y a la vista de próximas elecciones, en vez de programas electorales, los candidatos nos enseñarán las notas del BUP o la ESO

Llegados a este punto, y a la vista de próximas elecciones, en vez de programas electorales, los candidatos nos enseñarán las notas del BUP o la ESO
EFE

Una parte de la prensa española está haciendo el más espantoso de los ridículos a cuenta de los historiales académicos de los políticos. La competición de portadas –o su coproducción– resulta bochornosa.

Partimos de la base inmutable de que la derecha es sospechosa. No hay doble vara de medir, sólo la derecha va a la caja de reclutas a tallarse. Eso sí, les mide la izquierda –mediática y política, valga la redundancia– a instancias ocultas de la propia derecha. Puestos a entrar en el juego de los masters, que el inane secretario general-no diputado del PSOE defienda la tesis de la moción de censura sin saber si la de su doctorado la hizo Miguel Sebastián desde el gobierno de ZP es descacharrante. Pero estas son las reglas del juego y no se pueden cambiar porque se enfada Ferreras.

El diario El País o El Diario y El País, franquicias del grupo El Patíbulo donde empieza y acaba todo, nos traen noticias frescas de una púber Cristina Cifuentes, casi irreconocible, yendo de curso en curso hasta el master final. O las andanzas in english de Pablo Casado, que ahora resulta que "infló" su curriculum mucho antes del gatillazo mediático de su master. Ahí están las dos figuras políticas del PP en Madrid, como si fueran familia directa del Pequeño Nicolás. Cuánta casualidad, cuánta causalidad.

Salió en su día el caso de Juan Carlos Monedero, un polizón de universidad convertido en visitor y no sé qué más. El caso es que nadie con prestigio académico lo conocía pese a que el podemita atesoraba fotos con famosos propias de friqui o de psicópata, actitudes apenas separadas por una delgadísima frontera. No pasó nada. Tampoco supuso quebranto alguno la beca universitaria de Íñigo Errejón para investigar. Cobró –de todos– y no investigó nada pero su caída política llegará por otras vías o por "media tontería" menchevique.

De nada sirve que los de El Patíbulo tengan sus propios trapos académicos. Ignacio Escolar no es periodista porque no acabó la carrera –hombre, si fuera ingeniería aeroespacial…– y no pasa nada. Juan Luis Cebrián es académico de la RAE y en este totus revolutus también se salva de la quema. Es lo de siempre: la prédica y el ejemplo.

Que sigan pues, investigando y que publiquen de una vez el resultado a modo de tesina periodística que, para algunos, será todo un descubrimiento: que los políticos profesionales ingresan desde pequeños en sus partidos y allí se forman y forman y hasta se deforman perdiendo toda visión de la realidad que afecta a sus futuros gobernados. Lo suyo sería que la valía y la vocación no necesitaran de incubadoras pero de ahí a convertir en crisis nacional los mastergates hay un abismo de irresponsabilidad.

Llegados a este punto, y a la vista de las próximas elecciones, en vez de programas electorales, los candidatos nos enseñarán las notas del BUP o de la ESO o de lo otro en una suerte de Selectividad para diputados y cargos que, como la otra, será un colador con agujeritos de tres metros de diámetro. ¿Declaración de bienes para saber cuántos pisos, garajes, apartamentos, cuentas de valores y acciones tiene un diputado anticapitalista? Nada de eso: ¿aprobó Ética, aunque sea de la razón práctica? Eso es lo importante. ¿Planes de pensiones privados y abultados de los miembros del Pacto de Toledo, que ven sostenible el sistema público actual? Tampoco: que aclaren si faltaron a clase de Gimnasia. ¿No les están pidiendo –en serio– nivel de catalán a los violinistas en Baleares? Pues eso. Si tuviera gracia no sería el drama que es.

Dicen que el verdadero problema de todo este embrollo es que el político mienta. Se me saltan las lágrimas. El "Orinoco triste" que paseaba por los ojos de Monedero en la muerte del Gorila Rojo –¿qué fue de aquellos sueldos por asesorar al dictador?– es apenas un regato castellano al lado de la tromba lacrimosa –para ser cursi no hace falta ser visitor– que me produce tal afirmación. Pero es llorar de risa. ¿El problema es que los políticos mienten y por eso tienen que dimitir? Pues que cedan el Congreso de los Diputados a Apple para tiendas de segunda mano y ya veremos si nos gobernamos con una app. Porque nos quedaríamos sin políticos. "Bajaremos los impuestos", dijo Rajoy según los subía. "Los españoles no merecen un gobierno que les mienta", dijo Rubalcaba mientras negociaba con ETA y poco antes de que su Ministerio avisara a etarras de que llegaba la pasma. Propongo un TFM (Trabajo de Fin de Master) titulado "¿Mienten los políticos?". Estoy deseando leer el índice onomástico y no sólo por Roldán, Valenciano, Blanco, Patxi, Errejón, Monedero, Maestre, Franco, Rubalcaba, Zapatero, Rajoy, SSS…

Sin embargo, los Master en Estafa y Falsedad son Cristina Cifuentes y Pablo Casado, ambos políticos con carrera y ambición en la región de Madrid, enclave necesario para las pretensiones sucesorias de la vicepresidenta del escándalo. A esto y a su precio, tristemente, se reduce todo.

Por mucho que me pongan la repetición desde otro ángulo y con las cámaras de la Champions, sigo viendo penalti clarísimo aunque los jugadores implicados vistan la misma camiseta. Pero el árbitro no pita, el tiempo se hace eterno y hay tangana en el campo. Parece una jugada maestra, de master habría que decir. Mientras se reanuda el partido, que siga el golpe de Estado en Cataluña, que se eternice impunemente la corrupción del régimen socialista andaluz, que no nos escandalice la nueva corrupción sin trajes en el PSOE de Valencia y que las familias sean desheredadas por el fisco, quién sabe si también en Madrid. Aquí lo que importa es seguir viendo la repetición de la famosa jugada desde todos los ángulos posibles y escrutar nuevos indicios en la moviola.

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