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Javier Somalo

La alfombra roja

Hoy sólo tenemos los nombres propios; nos faltan los predicados. Y ya podemos imaginar muchos si visitamos antecedentes, procedencias y coincidencias.

Hoy sólo tenemos los nombres propios; nos faltan los predicados. Y ya podemos imaginar muchos si visitamos antecedentes, procedencias y coincidencias.
La foto de los ministros en la escalinata de la Moncloa | Moncloa

Con el eco del bofetón a Mariano Rajoy aún resonando por los rincones, llegaron los nombres del gobierno Sánchez. En estos tiempos de absurda inmediatez hubo hasta ministros fantasma como Constantino Méndez al que El País, tan riguroso como global e independiente, llevó en volandas a los teléfonos móviles de muchos españoles. Demasiada prisa. Ketty Garat nos dijo en todo momento que "no es no" y era que no. Pero era el día de los nombres, la feria de muestras de ministros, frenesí de tuits y whatsapp. Por cierto, en esos breves textos que algunos se ponen como definición de su estado de ánimo en whatsapp, el de Carmen Martínez Castro reza: "Ocupada en desocuparme", siempre tan sensible con parados y pensionistas, convencida de que de una moqueta a otra sólo median unas vacaciones. El de María Pico es más, digamos, cool: "In the paradise", dice. Claro que, ingenuo yo, asumo que han cambiado las frasecitas con motivo de su cese cuando lo más probable es que lo escribieran nada más llegar al Poder. Cosas del whatsapp. Volvamos a la feria de ministros.

Pedro Sánchez recuerda a Zapatero: seriedad impostada, frases vacías y talante sin adjetivar. Por eso, el goteo de nombres de ministros sorprendió de principio a fin. Por eso y porque parecía que la investidura Frankenstein supondría carteras ministeriales para cada muñón del monstruito político y, al menos directamente, no fue así.

Las claves del gobierno Redondo –Iván Redondo, elestratega transversal– son propias del marketing: el producto ha de gustar al mayor número posible de personas y compensar todos los posibles rechazos. Así, había que combinar veteranía con bisoñez, feminismo hipertrófico con mensajes por la unidad de España o maestría burocrática con experiencia espacial y, cumpliendo la tradición, mucha extracción judicial, que para eso está la separación giratoria de poderes desde siempre.

Merecerá un futuro estudio detallado el culebrón de amigos y enemigos de Baltasar Garzón, juez inhabilitado por prevaricación que pone sello a familias dentro del gabinete de Sánchez. Margarita Robles y su hoy número dos, Ángel Olivares, recuerdan muy bien la fuga y captura de Roldán poco antes de que la ahora ministra cortara las alas de Garzón en el gobierno de Felipe González. El juez quería el puesto que le quitó la juez. Olivares, por su parte, tuvo que defenestrar a dos inspectores hoy comisarios, Enrique García Castaño y José Villarejo, a cuenta del "Informe Veritas" encargado contra Garzón desde las cloacas monclovitas, la sempiterna Moncloaca, porque el político se enfundó de nuevo la toga –en sólo 12 días tras su marcha del gobierno– dispuesto a que el Estado de Despecho cayera sobre ese PSOE tan rácano y desagradecido. Con el tiempo, Garzón y los policías que lo persiguieron se hicieron tan amigos. Si a todo esto le unimos que la cartera de Justicia está en manos de la íntima amiga de Garzón Dolores Delgado y que el CNI ha caído en terreno de Robles y Olivares, no cabe duda de que en este gobierno, nacido por primera vez de una moción de censura que surge a su vez de una sentencia judicial, se usará mucho la inteligencia.

El caso es que hoy sólo tenemos los nombres propios, los sujetos; nos faltan los predicados. Y ya podemos imaginar muchos si visitamos antecedentes, procedencias y coincidencias.

En cuanto al problema más gravede España, Josep Borrell se enfrentará tanto al separatismo como lo hizo García Margallo y desde la misma cartera de Exteriores. ¿Era Margallo separatista? No, pero estando en el poder, colocó a Cataluña a la altura institucional de España, en dos bloques, tal como deseaban los separatistas. ¿Por qué se supone que va a hacer otra cosa Borrell? Ya estamos de lleno en la continuación de la operación diálogo y lo más probable es que arribará al mismo puerto, quizá con menos disimulo y por última vez. Lo más grave: ¿se opondrá el PP? ¿Y con qué argumentos? De esa frustración tendría que nacer el nuevo partido post-Rajoy.

Mientras, este PSOE quiere borrar la imagen de Zapatero y aparentar una inédita solvencia pero a Sánchez no le tardará en brotar la "zeja". Si la sorpresa hoy se reduce a que no haya una Bibiana Aído o una Leire Pajín, ahí está, como urgencia hasta que el chiste se haga tragedia, Maxim Huerta. El resto no tardará en llegar porque el principal problema de este gobierno, y de España, es otra vez su presidente, capaz de envolverse en la bandera nacional más grande jamás conocida y desfilar por la alfombra roja acompañado de un cartel electoral "para los próximos meses". En ese tiempo es verdad que podría hundirse Podemos, al que ya ha arrebatado el asunto macrofeminista para abrir boca. Pero también puede hacer aguas Ciudadanos, desorientado en su ecumenismo político y simbólicamente tocado en el mercado de fichajes. En ese espacio de tiempo hasta es posible que el Partido Popular siga buscando su nombre definitivo entre los escombros, mirando compulsivamente las portadas de los periódicos. No aprenderán. La izquierda siempre es más rápida causando problemas eternamente vinculantes. Irreversibles.

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