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Javier Somalo

Como Zapatero con ETA

Para que Sánchez fuera presidente sin urnas era condición inexcusable negar la existencia de un golpe de Estado y facilitar un fiasco judicial.

Zapatero y Sánchez en un acto de partido | PSOE

El presidente del Gobierno, como los golpistas, no ve rebelión en Cataluña. Su número dos, la vicepresidenta Carmen Calvo, incluso critica a los que van por ahí "constantemente usando el apelativo de golpe de Estado".

Según la autora del adagio "el dinero público no es de nadie", la clave está en el detalle:

Para hablar de golpe de Estado, para hablar en ese sentido de delito máximo, tenemos que hablar de unos instrumentos de fuerza. Un golpe de Estado requiere fuerza, y unos instrumentos de fuerza coercitivos.

Para enfatizar la poca delicadeza de PP y Ciudadanos al tildar de golpe lo que lleva un año instalado en Cataluña, es decir, en España, la vicepresidenta añadió risueña, en una entrevista en Onda Cero: "Les falta el arma". Claro que, si se tratara de "armas inteligentes" que pueden distinguir a sus víctimas, como las que glosó la portavoz Isabel Celáa, a lo mejor tampoco resulta convincente el "apelativo" radical de esta extrema derecha que no hace más que llamar golpista al primero que proclama una república al margen de la Constitución.

No hay rebelión, no hay golpe y acabaremos llamándolo, como ya hacen algunos, el "Putsch de Mont". Sin armas pero con Mossos armados portando y custodiando urnas ilegales que se escrutaron sin control para proclamar una República Independiente de Cataluña y con intensa violencia dirigida y alentada por la oficialidad rebelde contra la Policía y la Guardia Civil. Eso fue lo que sucedió y ese es el único punto de partida –la república proclamada– exigido por el golpista Quim Torra para arrancar una negociación. De ahí para arriba.

La realidad es simple: para que Pedro Sánchez fuera presidente del Gobierno sin urnas era condición inexcusable negar la existencia de un golpe de Estado y facilitar en lo posible un fiasco judicial favorable a los reos. En ello está la Abogacía del Estado, otro muñón del cadáver de Montesquieu. Lo de menos es que, hace sólo unos meses, Torra fuera un "racista" o que "clarísimamente" hubiera "un delito de rebelión", según el entonces líder de la oposición Pedro Sánchez.

Por grave que parezca no es nuevo. José Luis Rodríguez Zapatero, el gran culpable de casi todos nuestros males –exportados ahora a Venezuela– hizo algo muy parecido, y con muertos encima de la mesa, cuando calificó el atentado de ETA en la T4, en el que murieron dos personas, como un "accidente", término pactando según se supo cuando salieron a la luz las actas de la banda terrorista. Era el mismo Zapatero que desde la oposición firmó con el gobierno del PP un Pacto por la Libertades y contra el Terrorismo mientras mantenía contactos ocultos con la banda. Siempre sucede lo mismo: fingen lealtad ante graves cuestiones de Estado y acaban colaborando con el enemigo cuando llegan –o para llegar– al Poder.

Pablo Casado lo dejó bien claro en el Congreso de los Diputados. Lo hizo también Albert Rivera. El que se niega a apagar un incendio contribuye a su propagación. Pero es que, además, los pirómanos son los que han hecho presidente a Sánchez. El colaboracionismo no hay quien se lo quite. Y claro, que al superviviente del fallido "caso tesis" y el que provocó el "caso plagio" le sacaran los colores en público resultó imperdonable.

En una sesión histórica del Congreso, la "derecha", la "extrema derecha" y, sin escaño pero por alusiones, también la "extrema-extrema derecha", al decir de Dolores la Cantaora, achucharon tanto y de forma tan certera que Sánchez terminó por calificar a PP y Ciudadanos como partidos "sin escrúpulos" y retiró formalmente la palabra que no tiene a Pablo Casado. Rompió relaciones con el PP y lo anunció formalmente con un comunicado de Moncloa como el de los Presupuestos morados de Pablo Iglesias, el otro valedor del auténtico procés que hoy gobierna España. Y cuanto más rompe Sánchez con unos, más se une a los otros, los que, por primera vez en democracia llevaron al poder a un presidente sin pasar por las urnas. He aquí el problema: las urnas. No hay tiempo que perder.

Pepa Bueno alerta sobre la vuelta de Aznar, que unirá a las derechas como ya hiciera sin "tutelas ni tutías" después de Fraga. Creen –temen– que pueda conseguirlo de nuevo, a través de Casado, con Rivera y con Abascal. ¡Es el señor de la guerra, el de las Azores ahora con otro trío!, advierten las tertulias temerosas de la pinza. Ha vuelto la crispación, la deslealtad que tanto detesta el ciudadano español, exclaman otros. Tanto es así, que el "Asador Tezanos" se lanza a la cocina de vanguardia y sirve un plato de humo electoral con espuma de voto socialista sobre derecha yacente… y resulta que Pedro Sánchez dobla a Casado en las encuestas y permite a Rivera colocarse el segundo pero a 10 puntos. De postre, el propio Tezanos se permite ir de gira por los medios criticando a Casado y a Rivera. ¿Se puede hablar de pucherazo demoscópico? Pues debe ser esto, sin duda. Pablo Iglesias anduvo mucho tiempo enredando sobre un posible pucherazo de la derecha en 2016. No se fiaba porque resulta que habían grabado al ministro del Interior –entonces Jorge Fernández Díaz– en su despacho. Vaya. ¡Grabaciones que comprometen a ministros! Menudo escándalo.

Carmen Calvo, perseguida de nuevo por Pixie y Dixit, también se empleó a fondo en la campaña contra la soberana paliza parlamentaria que Casado y Rivera infligieron a Sánchez. Pero en su intento por descartar la existencia de rebelión y desautorizar a estos radicales que hablan de golpe de Estado, Calvo dio en el clavo y nos volvió a recordar lo que hizo Zapatero con ETA. Lo que sí hay en España –dijo Calvo– es el "delito de alta traición, que por cierto es una tipificación muy específica que abarca, pues por ejemplo, mire usted, a todos los que formamos parte del Consejo de Ministros, que podemos ser autores de ese tipo de delitos".

Pues sí. Indudablemente.

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