Vox ha irrumpido con fuerza en la realidad política española, como lo hizo Cs en 2006, o Podemos en 2014, a la contra. Es decir, más por rechazo a los abusos de esos momentos que por propuestas innovadoras. En el caso de Cs, por el rechazo a la discriminación lingüística, la corrupción del 3% y el nacionalismo obligatorio. En el de Podemos, por el hartazgo ante la corrupción, la crisis económica y la exclusión del mercado de trabajo de los más jóvenes. Vox también ha irrumpido por reacción, con especial visibilidad en tres ámbitos: la defensa de la nación, la denuncia de los excesos dogmáticos de las nuevas ideologías de género y la explotación del miedo a la inmigración.
Y todo ello en un momento de inflexión política donde los enemigos de España, desde Bildu a los separatistas catalanes, han encontrado en Pedro Sánchez al colaborador necesario para abrir al Estado en canal.
Imposible abordar su complejidad y los flecos de esas tres pulsiones en un texto tan limitado. Inaceptable democráticamente despacharlas con el recurso al estigma de la ultraderecha. Más allá de las posturas interesadas, posiblemente Vox ha excitado los instintos telúricos de una nación herida en su amor propio y despertado las pulsiones de un nacionalismo avergonzado durante décadas por las exageraciones identitarias franquistas.
Se equivocaría Vox si, tras su defensa de España, tuviera la tentación de acapararla, convertirla en una extensión de sí. Esa fue la grave responsabilidad de Franco tras la guerra civil, confundir su régimen con España. Ese abuso se convirtió en un grave lastre para la supervivencia de la nación como casa común. De hecho, el rechazo de la izquierda a la nación (Iglesias no puede pronunciar su nombre, y Pedro la vende a retales) "en gran parte proviene de la confusión, que la izquierda arrastra desde la dictadura, entre el régimen franquista y el Estado español. El nacionalismo de Franco estuvo tan obsesionado en identificar su régimen con España, que la izquierda hace lo imposible por distanciarse de ésta para defenderse del estigma franquista. Es como si la izquierda alemana actual confundiera el régimen nazi con Alemania".
Si Vox quiere a la patria, como asegura, debe abstenerse de apropiársela. España es el espacio del bien común, la patria de nuestros padres, el crisol de nuestra cultura y sueños, de la lengua común, y de las que se hablan en partes del territorio, de las ideologías pasadas y presentes, el territorio político de un Estado Social y Democrático de Derecho que nos rige y convierte en una comunidad de ciudadanos. De ciudadanos constituidos por voluntad propia en una nación de hombres libres e iguales por encima de la noción de identidad de cada cual, para asegurar, precisamente, que nadie pueda confundir su identidad con la de todos y acabe por convertir España en una maldición para el resto. Ese territorio político de ciudadanía nada tiene que ver con el espíritu del pueblo, con el alma de la nación (el Volksgeist romántico), en el que caen los nacionalistas y el propio Vox. Ese vértigo estético, embriagador, sólo nos ha traído tragedias. No hay nada más hermoso que ofrecer aquello que amas, ni más mezquino que imponer a los demás el espejo donde se refleja el propio narcisismo.
El domingo, el pueblo andaluz dio una coz a Pedro Sánchez. Y castigó a Susana Díaz por mirar para otro lado ante la dejación del presidente en la defensa de la nación. Su silencio la hizo cómplice de los enjuagues del presidente con los separatistas. Esa cobardía, junto a la insoportable levedad de las corruptelas sin fin de los ERE, la dejó a los pies de Vox.
PD: Cs lamentará haberse desentendido de sus principios. Haga lo que haga, insultará a su electorado, pero si se alía con PSOE y Podemos se quedará en los huesos en las Generales. Y encumbrará a Pablo Casado.