Enmendar a una vaca sagrada como Arturo Pérez-Reverte debería ser ejercicio diario. No por ser Pérez-Reverte, sino para subrayar el argumento en lugar de sacralizar la celebridad. A mi parecer, alguien con prestigio social no debería frivolizar con las cosas de comer. Por sus consecuencias. Y creo que el pasado lunes en El Hormiguero, lo hizo. No era la primera vez, ya lo había hecho hace tiempo en la entrevista que le hiciera Antonio Farreras en La Biblioteca Nacional.
No, Don Arturo, no, Pedro Sánchez no es un genio, ni tampoco un "personaje único", y mucho menos el político "más interesante de España y Europa", como afirmó rotundo el pasado lunes en El Hormiguero. Le enmiendo la mayor amparándome en la cuenta de resultados, no escandalizado en atalayas morales por su ausencia de valores cívicos, morales o políticos, que sobradamente se encargó usted mismo de subrayar en la entrevista. De hecho, pocos personajes públicos le han descalificado con más saña y crueldad como usted: "Su desvergüenza política, su cinismo, su deseo de aferrarse al poder a toda costa, su falta de escrúpulos…". "Es un trilero". "Nos tiene cogido el pulso". "Nos está desplumando". "Está demoliendo el Estado".
No, Don Arturo, no, Pedro Sánchez no es un genio aunque le adorne con valores literarios. Un genio no hace trampas, juega limpio. En la ciencia, en los negocios, en el deporte. Puede que en el mundo literario pueda resultar atractivo, nunca en un mundo real, donde las decisiones tienen consecuencias devastadoras para millones de personas de carne y hueso.
Un genio es aquel que, valiéndose de su inteligencia y astucia, multiplica el valor añadido de una empresa, o recobra de la quiebra a la que está en decadencia. Y en el caso que nos ocupa, un genio es quien apuntala la estabilidad del Estado de derecho y acentúa los valores democráticos de sus instituciones. O, sin apenas recursos, es capaz de movilizar rápido y con eficacia a los responsables de ese Estado para solucionar una tragedia como la que nos asola en estos días. Mantenerse en el poder sin sujetarse a ninguna regla, ni política ni ética, es como el responsable de una central nuclear que ante fallos continuados de funcionamiento, los oculta o los soluciona mal para evitar ser depuesto de su cargo, hasta que el cúmulo de irresponsabilidades provoca una tragedia nuclear.
Pedro Sánchez es lo contrario de un genio. ¿Qué mérito hay en el heredero, que valiéndose del esfuerzo de generaciones anteriores, dilapida la herencia familiar en farras y mujeres, hasta hundir la empresa? Mientras dilapida, lo puede parecer, pero en cuanto se acabe la caja, se acabó la fantasmada. A un genio, como a cualquier obra humana, hay que juzgarla por su cuenta de resultados. Un escritor brillante no lo es porque arroje a la hoguera la herencia literaria de generaciones enteras, sino por superarlas con su ingenio.
No, Pedro Sánchez no es un genio. Muy al contrario, es un ser dañino y devastador, la mismísima peste para la custodia institucional que ha heredado y que tiene la obligación de delegar, mejorada. Y sin embargo, no encuentra mejor combustible para seguir en el poder que dilapidar esos recursos atesorados a lo largo de la historia por una nación que había logrado superar sus demonios históricos en la Transición del 78 con un Estado Social y Democrático de Derecho y unos valores cívicos jamás consolidados antes.
Constatada la nefasta cuenta de resultados en el capital material dilapidado (Instituciones y soberanía), podemos pedir cuentas también sobre el deterioro en los valores cívicos, empezando por la ejemplaridad. ¿Qué genio de la humanidad es ese que tiene por norma mentir?
Entiendo que Arturo Pérez-Reverte en ningún caso pretenda salvar al trilero y tenga todo el derecho del mundo a utilizar la ironía o a mezclar la mirada literaria con la realidad, como le venga en gana. De hecho vive de ello. Pero revestir de épica literaria a la persona, otorgarle atributos que no tiene, si nos atenemos a la cuenta de resultados en nombre de su fascinación literaria por el personaje, lo eleva sobre el común y acaba legitimándolo ante sus incondicionales y fascinando a sus detractores. Como se admira a los grandes ladrones de bancos. Por el mero hecho de suponerles inteligentes, la gente tiende a colegir que son admirables; o, cuando menos, reducir su rechazo social. Un ejemplo venenoso es La casa de papel, una obra de ingeniería cinematográfica de éxito contrastado, que ha fascinado a millones de personas, a pesar de ser un guion ponzoñoso, infantiloide y podemita insoportable.
A menudo, Pérez-Reverte se viene arriba ante tanta escoria y la suelta cruda. Es parte de su encanto como persona y escritor. Se sabe a salvo, él mismo lo dijo en la misma entrevista. Lleva 30 años en la brecha, se ha labrado una merecida reputación que ningún mequetrefe le puede desmerecer por mucho que se empeñe. Pero ese prestigio y credibilidad podrían estar haciéndole un favor al mayor estafador de la historia de nuestra etapa democrática. Exactamente lo contrario que hizo con Íñigo Errejón en la misma entrevista, al que dejó como un pobre diablo. Curiosamente para la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, Errejón era lo mismo que, para Pérez-Reverte, Pedro Sánchez. La ejemplaridad que le pedimos a los políticos habríamos de exigírnosla todos en cuanto interactuemos socialmente.
Hoy, como repetidamente ha sostenido, el sistema educativo está dejando varadas a generaciones enteras en la miseria cultural y, por tanto, a merced de cualquier cantamañanas. No puedo estar más de acuerdo, pero si es así, mezclar ficción con realidad a veces produce monstruos.
Con el respeto debido, Don Arturo.