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Amando de Miguel

VOX defiende a la nación

Ese es el secreto de su relativo, pero inesperado, éxito en Andalucía. Es claro que se va a ampliar a otras regiones.

Ese es el secreto de su relativo, pero inesperado, éxito en Andalucía. Es claro que se va a ampliar a otras regiones.
EFE

Ese es el secreto de su relativo, pero inesperado, éxito en Andalucía. Es claro que se va a ampliar a otras regiones. A la nación española parece que no la defiende casi nadie, fuera de los militares (que ya no son un poder fáctico), y aun así con ciertas cautelas. No sería necesario defenderla si no se sintiera atacada continuamente desde distintos frentes, de modo más significativo por el populismo de izquierdas y el separatismo vasco y catalán, de momento. Son dos considerables fuerzas que se han avivado en los últimos lustros por la debilidad del PP y del PSOE.

El terrorismo vasco ha sido una formidable máquina de guerra, que ahora se continúa por medio de la política, según el dicho clásico. Durante un tiempo pareció que los terroristas euskaldunes arremetían contra el franquismo. Pero en seguida se vio que fueron aún más sanguinarios en los momentos iniciales de la transición democrática. Estaba claro que agredían a España. Han parado de matar cuando han llegado al poder. La inquina contra los españoles es el tuétano de la filosofía del nacionalismo vasco. Ningún líder político actual ha sentido en su familia la amenaza terrorista de forma tan continuada y brutal como en el caso de Santiago Abascal, español por vascongado. Es el líder indiscutido de Vox.

Los separatistas catalanes embisten hoy con inusitada contundencia a la nación española. Los viejos partidos establecidos han demostrado una actitud de cobarde apaciguamiento respecto a esa caterva de cretinos que constituyen el separatismo. Cierto es que Ciudadanos, por su origen, se opone al independentismo catalán, pero no de una forma tan decidida como Vox. Ojalá unieran sus fuerzas esos dos partidos, pero se ven demasiado cercanos. En la física y en la naturaleza las fuerzas del mismo signo se repelen. Ni siquiera se siente atraídas por las facilidades que otorga la ley electoral.

El más firme atentado contra la nación española es el nivel de degeneración al que ha llegado el sedicente "Estado de las Autonomías", estupendo oxímoron. Las autonomías representan la sentina donde se depositan las heces de la mayoría de los casos de corrupción política. Contra tal degradación no se opone de forma resuelta ningún partido establecido, ni siquiera Ciudadanos. Solo Vox se atreve a tal empeño, con el riesgo de que su posición sea tachada de anticonstitucional. Pero lo verdaderamente constitucional es defender a la nación española. La Constitución debe estar al servicio de España, no al revés.

No es por alarmar, pero la nación española acabará por diluirse como un azucarillo en el café si sigue adelante la tendencia a una inmigración extranjera masiva y descontrolada. Somos el país europeo más cercano a África y es natural la invasión de subsaharianos y de nordsaharianos, a pesar de que España aparezca en las estadísticas como el país con más parados de Europa. Pues bien, a esa desmesura que es la inmigración actual, producto del buenismo reinante, solo se opone Vox.

Hay ataques históricos a la nación española, como fue el latrocinio diplomático de Gibraltar hace más de 300 años. Son pocos los españoles que se atreven a reclamar la devolución de Gibraltar por parte del Reino Unido, ahora tan desunido. Casi todos se encuentran en Vox. Digamos que constituyen su ala romántica. No tendría por qué ser un despropósito tratar de que desapareciera la última colonia situada en Europa, que es, además, una especie de nido de bucaneros.

Se podría objetar que tanto esfuerzo por defender a la nación española podría acabar en una suerte de nacionalismo agresivo. Sería lamentable y un deterioro para Vox. Una forma de librarse de ese sino sería reforzar el iberismo, una querencia que cultivan unos pocos voxeros. Lo postulan más personas en Portugal que en España. Tanta es la soberanía que hemos cedido con gusto a la Unión Europea, que no estaría mal constituir, dentro de ella, la Unión Ibérica. La capital podría situarse en tres puntos de la diagonal Lisboa-Madrid-Barcelona. Claro que ni siquiera hay tren de alta velocidad entre Lisboa y Madrid. Añádase otra aporía: muchos portugueses instruidos son capaces de entender el español. Poquísimos españoles comprenden el portugués. Iberia es la tierra de las asimetrías, no solo de los conejos.

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