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Amando de Miguel

La honradez política

La honradez debe ser el criterio primordial para elegir o designar a los altos puestos de representación política o institucional.

El viejo Plutarco escribió que "la mujer del César debe estar por encima de toda sospecha". La hermosa cita se repitió tantas veces que dio lugar a un apotegma popular: "La mujer del César no solo debe ser honrada sino parecerlo". Queda más elegante expresado así, pero el espíritu de esa máxima moral se puede asignar a todos los altos cargos políticos, naturalmente, con independencia del sexo del individuo en cuestión.

Por influencia del inglés, en español hemos dado en sustituir la honradez por la honestidad. Esta última, en nuestras tradiciones, se refería más bien a la moral sexual, al sentido de la decencia corporal. Por eso mismo se impone la recuperación de la virtud de la honradez, que se refiere al comportamiento recto o digno en su sentido más amplio. Se incluye en lugar destacado el del buen uso de los dineros públicos cuando se aplica a los políticos o los funcionarios. Se añade la veracidad, esto es, no mentir, no engañar a los contribuyentes, por ejemplo, haciéndoles creer que son ciudadanos.

Existen variadas formas de escabullirse de la virtud de la honradez, tan difícil de cumplir por parte de César como de su mujer. Una muy refinada consiste en resaltar algún principio alternativo menor, como puede ser el de la paridad de sexos en la composición de los órganos de gobierno. Bien es verdad que ya no sabemos si hay que limitarse a los dos sexos de toda la vida o hay que admitir algún otro o ninguno. No garantiza nada el hecho de que, en lugar de "Consejo de Ministros", se pueda decir "Conseja de Ministras".

Otro truco es hacer ver que la prueba de la honradez se refiere exclusivamente a la que se ventila con los artículos del Código Penal. Por tanto, si el político de turno no se lleva el dinero público, de forma automática queda ensalzado. Pero las cosas no son tan simplistas. Un político puede enriquecerse sin salirse de la ley, utilizando la información privilegiada que se deriva de su cargo. Es difícil que una conducta así pueda ser perseguida por la Justicia.

Más difícil es sancionar a un gobernante que se aparta de manera ostentosa de los compromisos de su programa electoral. Habrá que recordar la cínica apreciación de Enrique Tierno Galván cuando dijo que "los programas políticos están para no cumplirse". Lo cual podría ser la constatación de un hecho, pero se acerca a la violación del espíritu de honradez política. Aunque, conociendo a don Enrique, hay que entender que lo dicho fue una ironía de las suyas.

Más peliagudo es el juicio que merece la conducta de un político más listo que inteligente. Da la impresión de que lo único que pretende es llegar al poder y permanecer en él todo el tiempo posible. No parece un principio recomendable, aunque sea ampliamente aceptado, que el gobernante solo descienda de la pirámide del poder cuando pierda unas elecciones. Los revolucionarios mexicanos de principios del siglo XX introdujeron la norma de la no reelección para los presidentes del Gobierno. Era la forma de conjurar la experiencia negativa del dictador Porfirio Díaz. Más ardua es hoy lasituación de los ex altos cargos que siguen teniendo una desproporcionada influencia. Puede que sea merecida, pero conviene ser cautos en esta materia.

La honradez debe ser el criterio primordial para elegir o designar a los altos puestos de representación política o institucional. No es fácil medir una capacidad tan difusa, pero se columbra bastante bien por sus manifestaciones negativas. Por ejemplo, no puede dirigir el Gobierno de la nación una persona sospechosa de haber plagiado un trabajo académico. El juicio no se debe dirimir en los tribunales, que están para otras cosas. Es el momento de introducir el veredicto de la opinión pública. Esa es la clave del edificio democrático.

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