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Eduardo Goligorsky

Las malas compañías

Ciudadanos es, por lo tanto, incompatible con el colectivo LGTBI, que despliega un particularismo excluyente despojado de solidaridad colectiva.

Ciudadanos es, por lo tanto, incompatible con el colectivo LGTBI, que despliega un particularismo excluyente despojado de solidaridad colectiva.
Agresión a Cs en el Orgullo Gay. | Cordon Press

Lo dice la sabiduría popular: "El que con niños se acuesta amanece mojado". No, no cito el refrán para ocuparme de la pedofilia, aunque el tema de este artículo también alude circunstancialmente a dicha aberración. En este caso lo aplico a las malas compañías. Concretamente a las malas compañías que escogió Ciudadanos cuando optó por participar en el desfile del Orgullo Gay. Tenaces defensores de las libertades públicas y los derechos humanos, sus dirigentes y militantes salieron agredidos, vejados y mojados por los escupitajos de una gentuza incívica entrenada para riñas tabernarias.

Insolidaridad virulenta

¿Qué necesidad tenía el partido naranja de sumarse a ese carnaval? Ya ha dado suficientes pruebas, a lo largo de su trayectoria (al margen de sus chocantes conflictos internos), de que es un paladín insobornable de la sociedad abierta, compuesta por ciudadanos libres e iguales y despojada de prejuicios irracionales y discriminaciones anacrónicas por motivos de raza, sexo, religión, lengua, nacionalidad de origen, clase social o ideología. Su humanismo ilustrado lo sitúa en las antípodas de los movimientos que practican la soberbia supremacista y la intolerancia inquisitorial con el diferente en cualquiera de estas categorías.

Ciudadanos es, por lo tanto, incompatible con el colectivo LGTBI, que despliega un particularismo excluyente despojado de solidaridad colectiva. Esta insolidaridad aflora, con virulencia, cuando se suma, en Cataluña, a las campañas antiespañolas de las fuerzas etnocentristas patrocinadas por la Generalitat. Y cuando se jacta de acudir con sus siglas a las asambleas conspirativas que convoca el sibarita prófugo en Waterloo. Este amancebamiento contra natura de los LGTBI con los racistas y xenófobos autóctonos bastaría para dejarlos sin argumentos cuando acosan y vetan a Ciudadanos por sus negociaciones con partidos como Vox que, por muy derechistas que sean, nunca serán tan ultrarreaccionarios como los enemigos furibundos de la convivencia fraternal con los que se acoplan los del arco iris en la repúblika cainita. Blandiendo la estelada junto a su bandera multicolor.

Pantomima izquierdista

Ciudadanos es un partido político que busca junto con sus pares constitucionalistas las mejores estrategias para salvaguardar la cohesión del Reino de España y la salud de sus instituciones democráticas. Es lógico que los grupos que actúan movidos por la beligerancia y el resentimiento no quieran dar visibilidad a los liberales en sus desfiles. La beligerancia y el resentimiento son, en cambio, los talantes que los LGTBI comparten con los comunistas y los supremacistas, cuyas carrozas ocuparon puestos de honor en el cortejo. Los primeros con su impenitente idolatría por los homófobos Castro y Guevara y los segundos con los sospechosos aromas monásticos de Montserrat.

Insisto. El error lo cometió Ciudadanos cuando, en lugar de exhibir con justificado orgullo -orgullo liberal- su programa de defensa tenaz de los derechos humanos, resolvió hacer ostentación de una simpatía impostada por este jolgorio de activistas sectarios. Un error tan garrafal como sería cooperar con las patochadas de Òmnium para mostrar su estima por la cultura catalana. El lobby LGTBI no está en la palestra para defender los derechos legítimos de las lesbianas y los gays, transexuales, bisexuales e intersexuales, sino para pilotar una gigantesca maquinaria lucrativa que los ve como consumidores solventes. Todo ello bajo el paraguas de una pantomima izquierdista maquillada por el sanchismo y el marlaskismo

Discotecas con mazmorras

La comunidad LGTBI va más allá de la pintoresca marcha del Orgullo, y esto también lo debe tomar en cuenta Ciudadanos cuando decide aproximarse a ella. Le bastaría con acceder a las estadísticas sobre la relación entre homosexualidad y pedofilia (80 % de los pedófilos son homosexuales: Informe 2004, John Jay College New York). O buscar en Internet los anuncios de tours por las discotecas gays BDSM (bondage, domination, sadomasochism, o sea sujeción, dominación, sadomasoquismo) que funcionan en Barcelona, con mazmorras, jaulas, grilletes, látigos e instrumentos de tortura, donde los clientes visten ropas de cuero y uniformes modelo Gestapo. O consultar los famosos cómics pornográficos de Tom de Finlandia y sus discípulos, con robustos marineros, soldados y estibadores entreverados en una sexualidad brutal que acojonaría a los reos de la Manada.

En la memoria histórica, merecen un capítulo aparte los sicarios homosexuales de las SA, las fuerzas de choque del régimen nazi, que actuaron hasta que Hitler los vio como peligrosos competidores y ordenó asesinarlos en masa, empezando por su jefe, el depravado Ernst Röhm, en la Noche de los Cuchillos Largos.

Síntomas de autoodio

La comunidad del arco iris digiere sin chistar estas fuertes demostraciones de autoodio que emanan de sus núcleos duros, aunque las denunciaría clamorosamente por su efecto denigrante si las divulgaran fuentes ajenas al grupo. El suplicio y la humillación que asoman reiteradamente como componentes de la relación homosexual son síntomas de este autoodio, cuya evocación no se puede atribuir a la malevolencia de los homófobos. Remontémonos a los testimonios literarios y pictóricos de la antigüedad griega, romana y oriental para confirmar su perennidad.

Ya es hora de terminar con la idealización compulsiva del mundo gay. Sin sustituirla por la tendencia arcaica a estigmatizarlo. Ni orgullo proselitista ni homofobia persecutoria. Los bajos instintos son patrimonio común de todo el género humano. El mundo heterosexual también está plagado de lacras y traumas.

La consigna civilizada

En nuestra sociedad plural y laica, a diferencia de lo que sucede en los regímenes teocráticos y dictatoriales, la homosexualidad se ha convertido en uno de los muchos estilos de vida por los que pueden optar las personas adultas con consentimiento mutuo. La homosexualidad tiene sus defensores y sus detractores, como es previsible que ocurra en una sociedad abierta, donde todo está sujeto a debate, desde las creencias religiosas hasta los hábitos dietéticos, pasando por las fantasías eróticas, y donde la voluntad de la mayoría de los ciudadanos ha colocado explícitamente la homosexualidad dentro del marco legal.

Sería un paso atrás devolverla al gueto, aunque sea un gueto privilegiado con discriminación positiva, y sería aun peor utilizar arteramente a los miembros pacíficos de esta comunidad como instrumentos de sectas políticas o étnicas hostiles al régimen constitucional que ha garantizado sus derechos.

También a los homosexuales se aplica la consigna civilizada: libres e iguales.

PS: Las malas compañías no perdonan a nadie. Las minorías excéntricas se enzarzan en luchas intestinas que repercuten sobre sus acompañantes más serviciales, como los miméticos socialistas, que también amanecen mojados. La prensa desvela las intimidades de un conflicto que se libra en las catacumbas de la sociedad ("Feminismo y trans: la guerra abierta - Feministas de referencia arremeten contra la `identidad de género´ y son tachadas de `transfóbicas´", LV, 15/7). Informa la crónica:

En la revista Pikara, Teresa Bambú arremetía en un artículo titulado "Bromitas de puro y carajillo" contra "las feministas vinculadas al PSOE que están canalizando el discurso del odio transmisógino con respaldo institucional y dinero público".

Al día siguiente, un manifiesto feminista replicaba (LV, 16/7):

Aplicarla [la teoría queer, o sea trans] como se está viendo en los centros de enseñanza pone en peligro la salud física y mental de una población muy vulnerable por razones de edad y con consecuencias irreversibles.

No es broma: en los centros de enseñanza. Estas élites ensoberbecidas han montado un circo de tres pistas donde las valquirias mojan a todos los advenedizos complacientes que creen poder beneficiarse con sus trapacerías. Las autoridades judiciales y científicas deben poner fin drásticamente a estos experimentos inhumanos con criaturas indefensas.

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