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Carmelo Jordá

Sánchez no quería… y puede que no quiera

Sánchez y el PSOE tienen todas las de ganar, por mucho que Iglesias le haya dado este lunes un severo correctivo parlamentario.

Sánchez y el PSOE tienen todas las de ganar, por mucho que Iglesias le haya dado este lunes un severo correctivo parlamentario.
EFE

Puede resultar paradójico y a priori habría dicho que increíble, pero estoy convencido de que Pedro Sánchez no quería ganar la votación que este martes se ha producido en el Congreso de los Diputados y que, aunque por un margen muy ajustado, podría haberle convertido de nuevo en presidente del Gobierno.

No, lo que le hemos visto hacer y decir a Sánchez en estas dos jornadas de debate no puede ser una equivocación, ni una casualidad ni un error de cálculo, y, además, es totalmente coherente con lo que el socialista ha hecho desde el 28 de abril, básicamente nada, así que Sánchez quería que ocurriese exactamente lo que ha ocurrido: que se enfadaran mucho los de Podemos y un poco los nacionalistas y, finalmente, perdiera la votación.

Es más, escribo esta columna a algo menos de 48 horas del segundo intento, y puede que el jueves por la tarde me la tenga que comer con patatas, pero mi impresión es que tampoco va a querer ser elegido en esa segunda votación. O mejor dicho: no quiere hacer el sacrificio que sería necesario para cerrar la negociación; por supuesto, si se lo regalan, lo tomará con una sonrisa.

Y no lo quiere, creo yo, por varias razones, ninguna de ellas en absoluto descabellada. La primera, que tener a miembros de Podemos en el Gobierno sería, efectivamente, una tortura durante lo que durase la legislatura: los de Iglesias no son un socio fiable, no son capaces de gestionar nada –ahí están los ayuntamientos del cambio para demostrarlo- y, encima, pueden entrar en cualquier momento en un proceso de centrifugación que a saber en qué terminaría.

La segunda, que el cálculo del presidente en funciones y su equipo va más allá de esta primera investidura: muchos están diciendo que los socialistas se han equivocado y han perdido la iniciativa, pero la carrera no terminaba este martes ni probablemente acabará este jueves, sino que se prolongará, creo, hasta septiembre o incluso hasta noviembre. Y eso quiere decir que queda mucho por correr; y en esa carrera Sánchez y el PSOE tienen todas las de ganar, por mucho que Iglesias le haya dado este lunes un severo correctivo parlamentario.

Y, por último, que el verdadero proyecto político de Pedro Sánchez no es el Frente Popular, aunque pueda parecerlo, sino laminar a Podemos y que todos los votos que en su día viajaron desde el PSOE al partido de Iglesias vuelvan a la que llamaban la "casa común de la izquierda". Eso y, por supuesto, retener el poder. Con estos objetivos en mente pactó con los nacionalistas y los propios podemitas la moción de censura, del mismo modo que ahora, si las circunstancias lo hubiesen permitido y aconsejado, habría pactado con Ciudadanos o, si me apuran, con el Partido Satánico, en caso de existir.

Esto nos lleva al principal rasgo político de Sánchez: su absoluta y total falta de escrúpulos y de vergüenza, que le permite decir hoy lo contrario que mañana, estar mintiendo las dos veces y que al hacerlo no se le mueva ni la más pequeña de las arrugas. Desde cierto punto de vista, ese es también su peor defecto; pero desde otro se podría decir que, a falta de otras mejores, esa es su gran virtud. Una virtud que puede llevarle de nuevo a la Moncloa cuando él quiera… y con las condiciones que quiera.

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