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Eduardo Goligorsky

Somos 47 millones

Los 7,5 millones de catalanes con nacionalidad española deben sentirse especialmente reconfortados por el hecho de vivir en el seno de una nación solidaria, donde pueden contar con otros 39,5 millones de compatriotas.

Los 7,5 millones de catalanes con nacionalidad española deben sentirse especialmente reconfortados por el hecho de vivir en el seno de una nación solidaria, donde pueden contar con otros 39,5 millones de compatriotas.
David Alonso Rincón

Ya me he ocupado del anuncio de una página que la Generalitat de Cataluña publica únicamente en catalán, en la edición en español de La Vanguardia, con instrucciones y consejos encaminados a cohesionar y aleccionar a los lectores para la lucha contra el Covid-19. Al pie de dichos anuncios aparece el logo de la Generalitat acompañado por la leyenda "7 millons de futurs". Salta a la vista que los promotores de la campaña monolingüe, movidos por su racismo atávico, la circunscriben a su espacio tribal, desentendiéndose de sus compatriotas españoles, también víctimas del virus mortífero que no respeta fronteras. Estos renegados de su país de origen se adjudican la tutela de 7,5 millones de futuros, pero olvidan que estos son solo una parte de los 47 millones de ciudadanos libres e iguales que habitamos España y disfrutamos de los derechos constitucionales inherentes a esta Monarquía parlamentaria, entre los que se cuenta el de la sanidad pública sin discriminaciones de cuna o de clase social.

Hoy, cuando la crisis económica llega cabalgando sobre el lomo de la peste, los 7,5 millones de catalanes con nacionalidad española deben sentirse especialmente reconfortados por el hecho de vivir en el seno de una nación solidaria, donde pueden contar con otros 39,5 millones de compatriotas, hasta sumar los 47 millones. Nación que, además, garantiza su pertenencia a la Unión Europea.

¡Eureka!

Vayamos a los hechos. El turismo representa el 12% del PIB y el 14% de la ocupación de Cataluña. Mejor dicho, representaba. La pandemia ha puesto punto y final a esta fuente de ingresos y de trabajo. El grifo del turismo extranjero se ha cerrado, quién sabe por cuánto tiempo. ¡Eureka! Aunque con menor volumen puede compensarlo en parte el turismo interior. Los hermanos españoles, que no nos roban ni nos matan, como predican los ayatolás de la estelada, vendrán a visitarnos –como han venido siempre– y nos ayudarán a equilibrar la balanza. Con una condición: deberemos expulsar de la escena pública a los energúmenos cainitas que lucran agraviando a nuestros compatriotas y conspirando para arrebatarles una parte de su territorio.

Lo afirma con menos crudeza pero con igual contundencia Miquel Molina, director adjunto de La Vanguardia ("Barcelona como si fuera la Antártida", 3/5):

Es tan necesario como difícil en el corto o medio plazo que Barcelona vuelva a ser vista en el resto de España como una ciudad amable y abierta. El conflicto político ha dejado heridas que costará cerrar. Sobre todo, porque aún supuran. En términos de marketing, neutralizar el efecto letal de un tuit como el del presidente de la Cambra de Comerç. Joan Canadell ("España es paro y muerte, Catalunya vida y futuro") requeriría de una inversión multimillonaria en anuncios que presentaran a Barcelona y Catalunya como destinos tolerantes.

El cambio de imagen que reclama Molina será imposible mientras en Cataluña siga usufructuando del poder la camarilla supremacista. Cuando le preguntan a Àngels Chacón, consejera de Empresa i Coneixement, si cree que el turista español querrá venir ahora a Cataluña (LV, 4/5), se evade respondiendo: "No creo que los catalanes hayan dejado de viajar a España por el independentismo". Pero el interrogante era otro: ¿querrán los españoles viajar a una región donde las autoridades y un sector de la población –minoritario pero estridente– se jactan de su hispanofobia y no ahorran alevosías para fundar su propia repúblika étnica?

Jeremiada subversiva

Sin embargo, el efecto disuasorio que puede tener para el turista español potencial la torpe argumentación endogámica con que se escaquea esta burócrata queda reducido a la mínima expresión cuando se lo compara con la repulsión que produce un exabrupto belicista como el del jefe de prensa del Departament d´Interior, Josep Maria Piqué. Este tuiteó la imagen de un cartel republicano de la guerra incivil con dos fechas: 1808, recordando el levantamiento contra la invasión napoleónica, y 1936, evocando la resistencia contra el alzamiento de Francisco Franco. En el cartel aparecían unas manos empuñando un fusil, la bandera tricolor y una frase: "De nuevo por nuestra independencia". Y Piqué añadió una dosis de su propia estulticia crónica: "Quizás es un enfoque que aún no hemos pensado y funcionaría".

A los alucinados supremacistas ya no les basta con acariciar el proyecto de levantar fronteras artificiales para aislarse de sus compatriotas españoles. Ahora sueñan con cavar trincheras. Mal asunto. Hasta los sindicatos de Mossos d’Esquadra denunciaron esta jeremiada subversiva.

Cataluña necesita científicos, profesionales, emprendedores, trabajadores, artistas, estudiantes y custodios del orden y la seguridad… Y turistas. Bienvenidos los turistas extranjeros. Pero mientras dure la veda, los 47 millones de españoles somos una fuente inagotable de riqueza y bienestar si sabemos convivir armoniosamente entre nosotros, desplazándonos con los ojos abiertos y sin prejuicios de un extremo al otro de nuestra patria.

Los que sobran son los virus patógenos y los sociópatas totalitarios.

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