El infame ministro Salvador Illa ha tratado de justificar su arbitraria y liberticida intervención de Madrid por una llamada de socorro del vicepresidente de la CAM, Ignacio Aguado. No es más que una excusa que no se cree nadie excepto, quizá, el propio líder de Cs en la Comunidad de Madrid, pero no deja de ser un buen ejemplo del comportamiento patético de Aguado en toda esta crisis sanitaria y política.
Da la sensación de que Aguado no ha logrado asumir, casi un año y medio después, que el resultado electoral fue el que fue: Isabel Díaz Ayuso obtuvo 90.000 votos más que él y a ella correspondía la Presidencia de un Ejecutivo regional que, además, de no ser por la capacidad negociadora de la popular, ni siquiera habría llegado a formarse.
Pero aunque no fuese en el papel principal al que aspiraba –ambición completamente legítima, por supuesto–, Aguado debería ser consciente de dos hechos: que es parte de un Gobierno, y que por ello debe lealtad a quien lo preside, y que si esa es su posición es porque así lo han decidido los votantes, y a ellos les debe una lealtad aún mayor.
Más bien al contrario, el comportamiento del líder madrileño de Cs, y de una parte de su partido, ha sido de una deslealtad pasmosa: Aguado ha olvidado que él es el vicepresidente de Díaz Ayuso y se ha propuesto como una presunta figura neutral entre dos instituciones con las que diríase que no tenía nada que ver.
Incluso así, no es posible ser neutral entre los agresores y los agredidos. Pero es que además Aguado no ha tenido la mejor de las voluntades: ha tratado de usar la situación para desgastar a Díaz Ayuso y dar brillo a una vicepresidencia que en su arrogancia considera poco lucida. El problema, señor Aguado, es que, donde no hay lucidez, no puede haber lucimiento.
Al actuar y aparecer ante la opinión pública y los votantes como cómplice de la agresión de Sánchez e Illa a Madrid, Aguado ha acabado por desbaratar una carrera política que ya estaba en una línea descendente. Lo relevante ahora es que Aguado ya no sólo se hace daño a sí mismo: se lo está haciendo a su partido de una forma descomunal y, sobre todo, a una región que necesita que sus representantes no estén deseando ser el felpudo de un Gobierno que ya ha dejado claro que sólo quiere castigar a Madrid y a los madrileños.

