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Amando de Miguel

El crimen estadístico

Las estadísticas de contagios y fallecidos son falsas, por tendenciosas.

Un buen indicio de la modernidad de un Estado es que manifieste un grado suficiente de precisión y honradez en las estadísticas. No es un juego de palabras, pues la voz estadísticas proviene no del Estado sino de los estados (con minúscula) o tablas con datos numéricos. (Todavía en el Ejército se habla de estadillos para la operación de contabilizar la situación de las fuerzas en un cuartel).

El Estado español de las dos últimas generaciones significa un adelanto en todos los órdenes de la racionalidad, y especialmente en la producción de estadísticas demográficas, económicas y sociales. Por ese capítulo, ha logrado situarse a la altura de los otros países europeos tenidos por desarrollados. Sin embargo, con ocasión de la pandemia del virus chino se ha producido un lamentable retroceso. Las estadísticas de contagios y fallecidos son falsas, por tendenciosas. No me consuela la sospecha de que ese mismo sesgo se ha debido de producir en otros países, aquejados de la misma peste. El hecho es humanísimo: las autoridades tienden a ocultar al público todo lo posible los datos sobre la incidencia de la pandemia. Es una reacción entre autoritaria y paternalista. Se supone que de esa forma la población no se alarmará tanto. Falso.

El sesgo es, en España, tan abultado que, a través de las medidas demográficas, el índice real de fallecidos por causa de la pandemia duplica la estadística oficial. Joaquín Leguina ha razonado el tremendo fiasco estadístico. Luis del Pino lo ha comentado de forma reiterada. ¡Y la epidemia está en sus comienzos! La desviación es tan sistemática y abultada que, por fuerza, se desprende la conclusión de un miserable crimen estadístico, no por disimulado menos grave. Por mucho menos, los Gobiernos podrían ser destituidos y procesados, bajo la sospecha de prevaricación, si no de alta traición.

Naturalmente, carezco de las herramientas suficientes para poder demostrar mi aseveración ante un hipotético tribunal. Pero al menos se reconocerá mi dilatada experiencia (más de medio siglo) de haber trabajado con todo tipo de estadísticas españolas. Con tal análisis, he publicado miles de páginas sobre la estructura de la sociedad española. Cualquiera puede consultarlas. Así pues, me mantengo en la posibilidad testifical de una sospecha ilustrada (“educated guess”, como decía mi maestro Rober K. Merton). No conviene despreciarla. Por lo mismo, se podría denunciar la impostura de atribuir la fuente de los datos sobre la pandemia en España a un “consejo científico” que no ha existido nunca. Este es un caso de aviesa ocultación, sobre el que tendrían que informar los psiquiatras.

Mi crítica no se mueve solo por el amor a la verdad, la justicia y otros valores conexos. Hay un aspecto más pragmático y, si se quiere, rastrero. Simplemente, el hecho de la infrarrepresentación estadística de la pandemia en España lleva a que disminuya la capacidad de atajarla. Recuérdese la reacción oficial, hace medio año, al quitar importancia al uso generalizado de las mascarillas. La vergonzosa razón era que el mercado español no disponía de la suficiente cantidad de mascarillas.

En el caso de las estadísticas falsificadas no hay exculpación posible. La única interpretación es la mezcla de incompetencia y la falta de honradez por parte de las llamadas “autoridades sanitarias”. En el más liviano de los supuestos, estaríamos ante una flagrante desviación de poder, un eufemismo administrativo. Se comprenderá, ahora, la desconfianza con que leemos las estadísticas recientes sobre el producto económico, el paro y otros extremos de la pavorosa hecatombe económica. Son la apoteosis del triunfalismo gubernamental. Todo confirma el decidido paso hacia la dictadura progresista, el nuevo régimen en el que nos han metido de hoz y coz.

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