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Luis Herrero Goldáraz

Hagan sus apuestas

A día de hoy imagino a España atada al continente por el único cordón endeble de la promesa de ayudas económicas. Poco más.

Existen incontables precedentes para entender lo que está pasando. Se me ocurre, por ejemplo, aquella vez que HBO emitió el capítulo de La boda roja y los seguidores de Juego de tronos salieron a las redes con la misma exaltación furibunda con la que algunos han exigido que se pare el recuento en ciertos centros electorales en Estados Unidos. Por aquel entonces tuvo que tomar medidas el propio George R. R. Martin y explicar que en su mundo literario mueren quienes tienen que morir de acuerdo a la trama; que su pluma sádica no responde únicamente al mero afán de la sorpresa. Algo parecido debe de pensar Pedro Sánchez cada vez que alguien se extraña de su último envite a las instituciones del Estado. Las luchas de poder en Poniente exigen sangre y el ascenso al trono de nuestro presidente, órdagos. Si las reglas del juego están tan claras, por qué tanta indignación.

Sobre su última barrabasada, en rigor, ni siquiera se puede decir que el nuevo procedimiento de actuación contra la desinformación haya llegado de forma inusitada. Ahí están las diferentes incursiones en el tema del Gobierno hace unos meses o el globo sonda que envió Tezanos a través del CIS, con una pregunta de esas pensadas para alimentar la falsa dicotomía con la que podría resumirse la propaganda sanchista: “O Pedro o el caos”. Aun así, la propuesta es tan ambigua y la amenaza a la que dicen hacer frente tan etérea que la única explicación lógica que cabe pedirle al Ejecutivo es en qué se diferenciarán sus nuevas funciones informativas de las que siempre ha ostentado la prensa independiente. Para algunos opinadores no es preocupante que un organismo así dependa directamente del Gobierno, tal vez porque no está presidido por Rajoy, como tampoco lo es que nadie sepa si el binomio Sánchez-Iglesias llegará a tener en su mano la posibilidad de acallar lo que considere en lugar de simplemente desmentirlo. Hablan de las amenazas extranjeras, de los hackers rusos, de las sugerencias de Europa y de la nueva guerra virtual, pero no ven problemático que los encargados de velar por la verdad tengan que ser políticos cuyos puestos de trabajo se sustentan únicamente en lo bien que calen sus mentiras. Confieso que yo también me he sorprendido haciendo apuestas mentales sobre qué será lo próximo.

Podríamos mencionar la supresión de la referencia al castellano como lengua vehicular y a Echenique soltando fake news desde su cuenta de Twitter, o echar la vista atrás y recordar la vaga intentona de rebajar las mayorías necesarias para elegir a la cúpula del Poder Judicial. Tanto aquello como el nuevo Ministerio de la Verdad, según lo han bautizado algunos, ha llamado la atención en Bruselas, lo que me ha hecho llegar a imaginar un futuro incierto de fricciones en la Cámara a costa del posible auge de los discursos antieuropeístas. Quién sabe. A día de hoy imagino a España atada al continente por el único cordón endeble de la promesa de ayudas económicas. Poco más. Puede que sea mi pesimismo patológico el que me impide recobrar la compostura y convencerme de que algo así no puede llegar a ser posible. Al fin y al cabo, ¿sería realmente sorprendente que Sánchez terminase cargando contra el último dique de contención que le impide disfrutar del cargo sin demasiadas cortapisas? A mí ya no me asombra nada.

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