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Emilio Campmany

La vacuna contra la libertad

Esta pandemia está siendo letal en muchos sentidos, además del literal. Especialmente lo está siendo para la libertad.

Esta pandemia está siendo letal en muchos sentidos, además del literal. Especialmente lo está siendo para la libertad.
Cordon Press

Hay ya abrumadoras evidencias de que, en muy pocos casos, la vacuna de AstraZeneca provoca trombos mortales. Desde el punto de vista estadístico, la incidencia es tan escasa y la letalidad de la covid-19 tan alta que sigue mereciendo la pena administrarla. Ya, pero ¿y a quien le toque ser uno de los pocos que fallece? Los partidarios de seguir vacunando con AstraZeneca tienen poderosos argumentos estadísticos, como que es preferible evitar el riesgo de contagiarse a cambio de asumir el de padecer un trombo cerebral. Pero no dicen que, mientras uno puede hacer mucho para impedir el contagio, lavarse las manos, usar las mascarillas y evitar situaciones de riesgo, no puede en cambio hacer nada para salvarse de morir una vez que uno ha consentido ser vacunado con AstraZeneca y le toca la china. 

Así que son inaceptables las censuras de que son víctimas quienes no quieren vacunarse con AstraZeneca, algo que es perfectamente comprensible, mucho más cuando hay otras vacunas en las que está descartado el trombo mortal. Se dice de éstas que también tienen efectos secundarios indeseados, pero se olvida aclarar que, por ahora, ninguno de ellos es mortal. El vacunado puede asumir el riesgo de un cierto malestar, un enrojecimiento de la piel, un encontrarse mal durante un tiempo. Lo que no puede asumir con serenidad es el riesgo de morirse. Y lo que no pueden pretender los políticos es consolar a quien se muera diciéndole que es algo que le pasa a muy poca gente. También es verdad que hay medicinas que se administran a pesar de los riesgos mortales más elevados que tienen. Pero se omite que, para los tratamientos con estas medicinas, a diferencia de lo que pasa con AstraZeneca, no hay alternativa.

Toda la polémica viene provocada por el revival socializador que la pandemia ha traído. Uno no puede comprarse la vacuna que le parezca en función del precio y de los riesgos ni puede decidir cuándo ponérsela. Es el Estado el que lo hace. La escasez de vacunas y la necesidad imperiosa de vacunar a todos es lo que justifica la intervención pública. Si te toca ponerte la AstraZeneca, no hay más remedio que aceptarlo en beneficio de la colectividad y en perjuicio de cualquier consideración personal. Negarse a hacerlo es condenable porque pone en peligro la salud pública. Y, por alguna razón, este ordeno y mando socializador y uniformador tiene siempre buena prensa en España. Y si no piénsese en las absurdas críticas que soportan quienes por lo que sea se vacunan en el extranjero en un momento en que en España no les correspondería hacerlo. Esta pandemia está siendo letal en muchos sentidos, además del literal. Especialmente lo está siendo para la libertad.

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