Ninguna dictadura es eterna. Algunas caen tras años de metástasis prolongada; otras, de forma súbita, engullidas en un instante por olas de rechazo popular contenido durante años. Pero la Historia nos demuestra que los regímenes de ese tipo acaban pereciendo antes o después, sepultados bajo el peso de promesas incumplidas y del desgaste que acompaña a todo gobierno, y que sólo en las democracias los problemas encuentran salidas ordenadas e incruentas.
Lo que acontece en Cuba en estos días bien podrían ser los últimos estertores de la larga agonía del castrismo. No es ninguna novedad, pero ahora está quedando muy patente que el socialismo ni llena las despensas ni protege frente al covid-19, y que lo más parecido a un paraíso a lo que pueden aspirar los cubanos es un vuelo de ida a Europa o a Estados Unidos.
Esta lección, que los latinoamericanos aprendieron pagando un precio muy alto, la hemos ignorado en nuestro país. Demasiados españoles creen aún que al comunismo se le puede domesticar, o que el socialismo renunció a su idea de que el poder le pertenece, y a su ambición de convertir las instituciones en meros instrumentos para someter la libertad del individuo al interés de unos pocos. Su interés. Desde Pekín a Caracas, las élites revolucionarias siempre han entendido que comer carne es un privilegio que sólo les corresponde a ellos.
Empeñado en demoler cuatro décadas de democracia a mayor gloria de Pedro Sánchez, el Gobierno no ha hecho nada en estos años por el bienestar de los españoles, y no les quepa duda de que no moverá un dedo por la libertad de los cubanos. No lo hizo Borrell siendo ministro de Exteriores, y no lo hace ahora al frente de la diplomacia europea, aunque siempre "está al tanto" cuando los socialistas españoles intentan torpedear nuestras propuestas sobre Cuba.
No hizo nada por los cubanos la ya exministra González Laya, que ha dejado el Ejecutivo con un historial de fracasos tan abultado como carente de éxitos. Cabe preguntarse si lo hará su sustituto, José Manuel Albares, quien tiene en este desafío la oportunidad perfecta para demostrar que este nuevo Gobierno aspira a algo más que apuntalar a un Sánchez cada vez más solo.
Los cubanos han dicho basta. Han gritado que ya no quieren "Patria o Muerte" sino "Patria y Vida", y que tienen menos miedo a las balas del régimen y las celdas de la Seguridad del Estado que a volver a sus hogares sin comida que poner sobre la mesa o un futuro que ofrecer a sus hijos.
Cuba se ha levantado, y lo ha hecho enarbolando una bandera, la de la libertad frente al comunismo, que hace treinta años sostuvieron millones de europeos, desde Stettin, en el Báltico, hasta las orillas del Adriático.
Una bandera que los españoles compartimos con nuestros hermanos cubanos que hoy desafían al régimen, y a los que nuestro Gobierno y la diplomacia europea lleva años abandonando frente al totalitarismo castrista.
La democracia llegará antes o después a Cuba. Que lo haga de forma pacífica, y dando a todos los cubanos la oportunidad de decidir su futuro en libertad, está también en nuestra mano. Españoles y europeos tenemos el poder y el deber de ayudar a los cubanos a poner el cierre a sesenta años de opresión y miseria.
De su lucha por la libertad, españoles y europeos debemos aprender que el imperio de la ley y las instituciones que lo sostienen son la mejor garantía de nuestra prosperidad y nuestra libertad individual. También debemos recordar que su supervivencia requiere de una vigilancia constante. Un descuido y las perderemos, y quizás, como los cubanos, pasen décadas hasta que las volvamos a recuperar.
Al contrario que el PSOE y el Gobierno de Sánchez, pongámonos del lado de quienes luchan por la democracia en el mundo. Por Cuba, pero por también por España.
José Ramón Bauzá, eurodiputado de Ciudadanos y miembro de la Comisión de Exteriores del Parlamento Europeo.