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Emilio Campmany

¿Qué hacemos con ellos?

Habría que sellarles el ombligo con cera hirviendo para que dejen de mirárselo.

Pablo Casado y Santiago Abascal. | EFE

Son frecuentes los debates entre votantes de PP y Vox. Los primeros suelen justificar su fidelidad con argumentos pragmáticos. A los segundos les gusta apelar a los principios ideológicos. La verdad es que ambos partidos defienden poco más o menos lo mismo. La diferencia estriba en que unos están dispuestos a transigir, quizá en exceso, y a los otros les gusta ser inflexibles, quizá en demasía. Por otra parte, es relativamente frecuente que un votante del PP, desengañado ante tanta inanidad y estulticia, se pase más o menos momentáneamente a Vox. Como no lo es menos que algunos electores de Vox, agobiados por tanta rigidez ideológica, se decidan más o menos circunstancialmente por el PP. El caso es que las encuestas, salvo las muy manipuladas de Tezanos, no paran de dar buenas noticias a ambos grupos de electores, que hoy por hoy ganarían a Sánchez y a sus socios comunistas, golpistas y filoetarras en unas elecciones generales.

Pero la derecha siempre es cainita, caciquil y de campanario. Incapaces de sobreponerse a su ADN, sus dos líderes prefieren disputarse ese electorado que en parte podría, según las circunstancias, votar a uno o a otro. Cuanto más se desgaste Sánchez a consecuencia de sus inconfesables compromisos, mejor. Cuanto más se le vea protegiendo a las dictaduras comunistas de Venezuela y Cuba, mejor. Cuanto más incongruente sea gestionando la pandemia, mejor. Cuanto más ceda a sus deletéreos socios, mejor. Cuanto más haga el ridículo por el mundo, mejor. Eso garantizará aparentemente la victoria y permitirá a Casado y a Abascal dedicarse, en vez de a la penosa labor de denunciar todo lo anterior, al excitante deporte de arrearse bastonazos para convencer al conservador de que siga votando al PP por exigencia de la Ley D’Hondt o a ese liberal de que vote a Vox por haber sido varias veces traicionado.

No se dan cuenta de que, para ganar unas elecciones y poder gobernar, es necesario que te vote muchísima gente que necesariamente ha de ser de muy distinto pelaje ideológico, incluidos algunos socialdemócratas que estén horrorizados de ver con quién pacta nuestro presidente del Gobierno. Y la mejor manera de convencerles de que no les queda otro remedio que seguir votando a Sánchez es decir y hacer las cosas que hacen y dicen Casado y Abascal para perjudicarse mutuamente. Es verdad que uno será más culpable que otro. Es cierto que uno será más testarudo que otro. Es seguro que uno será más electoralista que otro. Y es evidente que uno será más responsable que otro. De hecho, puede ser entretenido y ameno debatir acerca de cuál de los dos tiene menos luces. Pero, mientras tanto, la oportunidad de librarnos del peor presidente de Gobierno de la democracia española (un título notable, si se tiene en cuenta lo que hicieron Zapatero y Rajoy) se irá disolviendo lentamente como un terrón de azúcar en el café frío. Habría que sellarles a los dos el ombligo con cera hirviendo para que dejen de mirárselo.

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